La rabia aceleraba los latidos de su corazón. Estaba cansado de llamar y llamar. El móvil despedía un calor que ya le había calentado la oreja. Temía que salieran llamas por el en cualquier momento . ¿A qué estaba jugando esta mujer?
Seguro que la llamada le llegaba correctamente pues en los veinte intentos ni una sola vez había salido la voz entonada y melodiosa de la señorita que te avisa: ”el teléfono marcado no se encuentra disponible, inténtelo de nuevo más tarde”.
No ,si ya sospechaba el que esta tenía un gran enfado y como siempre lo manifestaba callando. Pues le iba a oir , si, desde luego. El no tragaría las palabras, ni los gritos ,ni las amenazas, ni los tacos, así reventase el aparato.
A la veintiuna vez, por fin, se escuchó un ¡diga! Y ahí fue la suya, se embaló en reproches sin pausa , sin comprobar si era escuchado o maldecido. Ahora le tocaba a él desahogarse y expandir la fuerza bruta, la energía agresiva que le embargaba cada célula hasta la punta del pelo.
Tenía la experiencia vivida en otras ocasiones, de las consecuencias que tal actitud y comportamiento traen como resultado. Nada de nada de lo que siempre le anunciaban. Monsergas y sermones sobre que si provocan este daño o el otro, que si puedes infartar, que si patatín , que si patatán…
Y en esta mecánica estaba cuando de repente, un humo denso y oscuro que emanaba del teléfono le cubrió la mirada. Lo soltó con rapidez y entre pánico y desesperación pudo ver como explotaba.
Perplejo se quedó pensando que habría que añadir a la lista de consecuencias de vivir en la ira, una nueva nunca contada. La tecnología está dotada de vida propia y capta las energías y si la cansas se enfada. Mañana llamaré otra vez y le diré a mi amada lo hermosa que es, la ternura que me inspira, la poesía que compone, la belleza, la serenidad, la alegría y la paz. Y vive dios si es que vive, que el auricular ha de darme besos, rosas y perfumes o reclamo a su creador por no completarle el alma.
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