Todos sabíamos
que la casa cerca del lago estaba ocupada por chicas de dudosa
reputación un poco extrañas. Habían aparecido un buen día de
repente y de repente aquel club viejo y abandonado recuperó el
esplendor de antiguos tiempos casi olvidados. No había caballero que
no hubiera pasado por allí, a pesar de que unos se tapaban a otros
en un secreto a voces. Una noche vi salir humo por una de las
ventanas. Era un humo extraño, de color verde brillante, que subía
hacia el cielo dibujando extraños jeroglíficos. En un primer
momento pensé llamar a los bomberos de inmediato y cogí el
teléfono, mas luego decidí acercarme y comprobar por mí
misma qué estaba ocurriendo y lo que vi a través de aquella ventana
me dejó alucinada. Una de las chicas estaba con mi marido, situados
frente a frente a una distancia prudencial. Ella con los brazos
extendidos hacia él, ambos con los ojos cerrados y con cara de
flipados. El humo salía de una lugar indefinido entre la feliz
pareja. Fui al lago, llené un cubo de agua y se lo tiré por encima
a aquellos dos. No se inmutaron, parecían seguir pasándoselo
genial. Me largué de allí profundamente cabreada, pensando incluso
en avisar a la policía, más por el camino me lo pensé mejor. Le
pediría aquellas señoritas que me enseñaran su técnica amatoria,
a ver si así conseguía reconquistar a mi Eustaquio.
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