Tras
un frugal desayuno servido en el avión, los pasajeros comenzamos a
relajarnos leyendo o consultando el móvil. Todos, excepto las
criaturitas que tenía detrás, tres inquietos chiquillos con muchas
ganas de jugar.
De
repente oímos llorar a uno que acaparó nuestra atención. Se
levantó y dirigiéndose a donde estaban sus padres les mostró el
bolsillo manchado del niqui. Había guardado en él la pastilla de
mantequilla que venía en la bandeja. El calor la había derretido y
al intentar sacarla no sólo se pringó enterito, sino que dejó su
huella por toda la zona del avión en donde se había movido.
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