Leonor buscaba
desesperadamente un hombre con posibles. Sin embargo, debido a su
aspecto, no le iba a resultar nada fácil. Leonor era ya una abuela,
sin nietos, pero abuela al fin y al cabo. Estaba más cerca de los
ochenta que de los setenta y la artritis había deformado sin piedad
un cuerpo que antaño levantara pasiones. Lo de los posibles era algo
que decía jocosamente ante el espejo cada mañana para animarse,
pero, se conformaba con un hombre que la acompañase, que la
motivase para cocinar, para salir, para levantarse... Porque, no se
si sabéis que Leonor estuvo más de cuarenta años felizmente casada
con un hombre que la llenaba plenamente. Tan plenamente que no tuvo
ningún tiempo para hacer amigos, para disfrutar sin su compañía,
para hacer lo que le gustaba... Hace cinco meses que el murió .
Leonor quedó sola.¡Bueno! Tiene un hijo, soltero y, según ella,
rarito... se dedica a recorrer el mundo. Leonor no sabe muy bien con
que finalidad pero si sabe que no para en ningún sitio más de
quince días. Con ella estuvo un mes cuando su padre murió: muy
cariñoso, muy cercano, muy charlatán...pero se fue y no sabe cuando
podrá volver. Ahora si que se quedó sola del todo.
El sol ya calienta
el día cuando Leonor sale de la cama dolorida y anquilosada tras una
larga noche de quietud plagada de sueños felices. Cada noche Efrén,
su marido, los protagoniza, animándola así a quedarse adormilada
hasta bien entrada la mañana .Una vez puesta en pie y tras mover con
dolor cada una de sus articulaciones se dirige al baño. De pie
frente al espejo se mira casi sin verse. Y con los pelos tipo nido
deshecho, los ojos caidos con el mismo desplome de sus cejas, papos y
comisuras, esboza una gran sonrisa a su imagen que le contesta
esbozando una gran sonrisa.
-No te preocupes
Leonor, no hay maquillaje que no pueda arreglarte. Y tras asearse por
partes regresa al espejo para, a base de cremas y pinturas, tratar de
quitarse algún año de encima.
No lo consigue pero
si mejora el aspecto . Su mirada se llena de luz. Su sonrisa se
vuelve más jovial. Su ánimo sube y al final, si que parece más
joven.
-Leonor, estás
estupenda. Se dice. -Puede que hoy encuentres ese hombre que buscas.
No te fijes en cualquiera, ya sabes, que tenga posibles, si no no
merece la pena que pierdas el tiempo.
Este es el rito
mañanero antes de salir hacia el centro de salud. Pero...no penséis
que es una adicta al médico. No. No tiene ninguna necesidad de él
ni de sus medicinas. Sabe que allí se va a encontrar con personas
como ella con las que podrá charlar un rato. Puede que incluso
encuentre al hombre que busca. Siempre es lo mismo: se sienta
tranquilamente y empieza a hablar de su artritis, cuando alguien
entra en la conversación se sienta a su lado para hablar de cosas
más cotidianas y así pasa el rato. Exactamente hora y media cada
día. Entonces se levanta y regresa a casa tras detenerse en la
tienda a comprar algo para comer. La tarde la pasa casi siempre
frente a la tele cosiendo u ojeando alguna revista vieja.
Esta tarde estaba en
éstas cuando suena el timbre de la puerta. Con dificultad se levanta
y medio encorvada, dando pasos diminutos, llega a abrir. Se encuentra
a un hombre y una mujer ya mayores. Sonrientes, bien vestidos y con
un folleto en la mano .
-Buenas tardes,
¿tendría un ratito para charlar con nosotros? . Dice el hombre.
Era alto, con muy
buena planta, trajeado , con una cara dulce y sonriente que encandiló
a Leonor.
-¡¡Por supuesto!!
Y abrió de par en par la puerta haciéndoles pasar hasta la tele.
Leonor no entendió
muy bien a qué iban esos señores a su casa pero estaba encantada
preparando café y la mesita de la sala para tomarlo.
Estuvieron por lo
menos dos horas charlando. Eran encantadores y quedaron en que
volverían al día siguiente tras la insistencia de Leonor.
Esta noche durmió
muy bien. Efrén pasó buena parte de ella motivando sus sueños. Y.
Como cada mañana, hoy sale de la cama dolorida y anquilosada tras
una larga noche de quietud . El rito mañanero frente al espejo le
devuelve una imagen más animada de si misma y más rejuvenecida. Hoy
no va a ir al centro de salud. Tiene que preparar la visita de esta
tarde: pasar la aspiradora, limpiar el baño, comprar para hacer un
bizcocho, arreglarse...Está nerviosa. Quiere que todo esté en su
punto. Que sus invitados se encuentren a gusto . Que vuelvan.
A las cinco, como
habían quedado, suena el timbre. Leonor, más ligera que ayer, va a
abrirles y les hace pasar con toda familiaridad a la misma sala.
Sacan un folleto para hablar del Reino de Jehová. A Leonor le
importa poco eso de Jehová pero se encuentra a gusto con ellos y
habla de lo que piensa, de lo que le gustaría, de lo que cree, de lo
que vive, de lo que es. Quizá es la primera vez que lo hace bajo la
mirada atenta y el silencio respetuoso de dos personas desconocidas
que en el fondo tienen su misma necesidad de compañía.
Hablando de Jehová
, del Reino , de la Biblia, del pecado...se fueron haciendo amigos
tarde tras tarde alrededor de una mesa. El café y el bizcocho dieron
paso a temas más mundanos como la subida de la luz, la situación
política , el inserso... Pasaron así varios meses hasta que le
propusieron que formase parte de su grupo. Leonor lo tenía claro. No
sabía qué significaba ser testigo de jehová pero ya era parte de
ellos. La habían aceptado como era. No llegó a su vida el hombre
con posibles que buscaba pero si la posibilidad de tener al lado a
muchos otros dispuestos a acompañarla, y, por Jehová que la iba a
aprovechar.
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