Javier regresaba al amanecer a su casa,
todo sudoroso y temeroso de ser visto, cuando de pronto pisa una
baldosa suelta y se asusta al salpicarse con el agua que retenía el
pavimento. Javier se veía perdido, sabía que algo oscuro lo
perseguía, sabía que no era nada bueno y que el demonio cobra miles
de formas. Al torcer la esquina donde la ciudad deja de ser ciudad y
comienza a nacer el campo, la luz de la ultima farola ayuda a
proyectar una sombra aterradora, enorme, que se esgrimía ante él
con una clara actitud de grandeza y poder ante una cosa tan
insignificante como Javier. ¿Podría ser el demonio? Se preguntó y
la respuesta vino enseguida de su costado izquierdo. La cabra dijo
“BEE” y vista sin ser una sombra, era más bien pequeña y
escuchimizada. No podía dar tanto miedo una cabra tan pequeña... y
Javier esbozó una gran sonrisa y se rió de sí mismo, hasta que los
ojos de Javier cambiaron a color rojo y comenzó a oler a azufre.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario