Me enamoré de ella en cuanto la vi. Todos los
días, cuando salía a caminar por el parque, ella estaba allí,
sentada en su banco de siempre, con un libro sobre sus rodillas,
inmersa en la historia que le transmitía. Al principio no me atreví
a hablarle, bueno, ni al principio ni nunca. Soy muy tímido y además
corto de vista, aunque a pesar de mi problema en los ojos
no llevo gafas, que me hacen parecer
más estúpido de lo que en realidad soy. Decidí declararme
regalándole un ramo de flores.
En el parque había muchas y no me sería difícil hacerme con
uno Fui cogiendo flores de aquí y allá y disimulando mis nervios me
senté a su lado y le puse el ramo encima del libro. Ella levantó la
vista y me miró.
-¿Qué coño quieres tío? ¿Qué te de dos
hostias? – me preguntó con voz de camionero.
Cogí las flores y marché de allí pitando. A
cierta distancia me puse las gafas y pude comprobar que mi amada era
un muchacho, con melena y eso, pero era un tío, y mi ramo estaba
compuesto por perejil, hojas de laurel manchadas de caca de perro y
dos margaritas silvestres casi deshojadas. Decididamente entre
parecer estúpido y ver, me quedé con la segunda opción.
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