Mi
casera, que vive debajo de nosotros, ya había subido seis veces a
pedir el alquiler. Ni mi novio ni yo teníamos dinero así que, como
sabía que es muy golosa, hice una tarta para ablandarle el corazón.
Cuando abrí la puerta por séptima vez llevaba la tarta en la mano y
su perfume la embriagó. Al día siguiente volvió a llamar a mi
puerta para ofrecerme un trato. La tarta le había gustado tanto que
estaba dispuesta a perdonarnos el alquilar a cambio de una tarta
semanal. Acepté de inmediato y ahora somos todos más felices: ella
con su tarta, nosotros sin la preocupación del alquiler. Y todo a
cambio de 200 gr de harina, 250 de azúcar, 250 de mantequilla, un
sobre de levadura, cuatro huevos y una dosis abundante de la
marihuana que cultivamos en el baño.
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