Viaje fracasado - Marian Muñoz

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Desde que tengo memoria he sentido predilección por los trajes de época. Faldamentos largos, vestidos con empaque y adornos recargados han sido prendas usuales en mi armario, en cuanto había una obra de teatro clásica, me apuntaba tan sólo para introducirme en uno de esos costosos trajes.
Miriñaques, polisones, guardainfante, cotilla, sayo, valona, basquiña, un vocabulario ajeno a nuestra actualidad pero que incita a soñar y viajar tiempo atrás.
Tal es mi afición que conseguí trabajo en el departamento de vestuario del Teatro Real, si en proyecto hay una ópera, procuro confeccionarme un traje y mezclarme entre los figurantes. Es más una vocación que una tarea, porque crear uno me lleva a bucear entre libros de historia, pintura y genealogía, para que no desentonen ni resulten falsos en la obra que se van a lucir, todo un lujo que además me permite conocer a grandes artistas del bel canto y de la actuación.
Últimamente duermo bastante mal, me despierto con sensación de desasosiego y miedo. Los primeros días no recordaba cual era el motivo, pero como el sueño se ha convertido en recurrente, poco a poco, noche tras noche, he conseguido hilar los retales que mi mente crea mientras intento descansar.
Tanto me incomoda la pesadilla que mis ojeras se han instalado permanentemente en mi rostro, costando concentrarme no sólo en el trabajo, sino en las tareas más rutinarias como viajar en metro o autobús, hacer la compra o tener una mínima conversación en casa. Algo me está pasando que no controlo y por ello he acudido al médico de cabecera, quien me ha aconsejado visitar un especialista. Un buen profesional del psicoanálisis, según decían, que tras unas cuantas sesiones ha concluido que tengo una vida anterior sin resolver, y por circunstancias desconocidas me está complicando la existencia. La mejor solución era hacer una regresión al pasado, intentar contactar con mi yo anterior y descubrir que mosca le pica, porque me está empezando a cansar su machacona insistencia de colarse en mis sueños.
Lo ideal era hacer una sesión de hipnosis, retornar en el tiempo e intentar comprender mi problema. La sesión se llevó a cabo, como estaba asustada, llevé a un amigo para grabarlo todo, así no habría dudas de lo que se dijera en la misma.
El resultado fue nefasto, tras dormirme y decirme unas cuantas sandeces, se supone que me traslado en el tiempo, en concreto a 1.656, me encuentro en una sala amplia con iluminación mortecina, acompaño a la infanta Margarita mientras un hombre, luciendo traje negro “a la española” y cuello de golilla, con una cruz en el pecho, pinta en un lienzo enorme. La atienden dos de las damas a su servicio, y observamos la escena con detenimiento mientras los reyes posan y miran con cariño a su hija. Solamente estoy acompañando a estos personajes como así me han encomendado, mi estatus es tan inferior como mi aspecto, si bien la infanta se porta bien conmigo, no soy más que el hazmerreir de algunos que sólo ven en mi un esperpento de la naturaleza.
La continua narración del entorno y de las prendas de vestir de la infanta, los reyes y acompañantes (mi afición no la abandono ni dormida)- “Luce un vestido formado por un cuerpo llamado jubón, de amplios faldones y por una falda llamada basquiña….” no es comprendido mi interés por el psicoanalista, quien no para de sugerirme que me mueva en el tiempo y que retorne unos días atrás o hacia adelante, pero por mis respuestas no me alejo de aquel instante, en que un famoso pintor de cámara de los reyes Felipe IV y Mariana de Austria pinta uno de los más famosos cuadros de la historia de España.
Tras varios intentos por arrancarme de aquella fecha en la que me sentía bien a gusto, consigo adentrarme en mis cuatro años. Me hallo inmovilizada, en la cama de mis padres, con una pierna rota, por lo que narro, me paso los días absorta mirando las paredes de su habitación debido a la falta de compañía en tan penosa situación. Teniendo fijación por un enorme puzle, convertido en cuadro, que colgado encima de la cómoda da un toque chic a la habitación.
Las Meninas, obra cumbre del arte universal y una gran pintura de carácter cortesano, llenaba mis días de aburrimiento, tristeza y quietud, Como único entretenimiento repasaba día tras día detalles del mismo. Vestidos, objetos, personajes, zapatos, mobiliario, y quien más me apasionaba era el rostro simpático de la enana, de origen alemán, María Bárbola vestida con atuendo confeccionado en terciopelo negro y adornado con galones de plata, por alguna razón mis miradas inciden en ella, como si inesperadamente fuese a salir del cuadro y conversar conmigo.
El médico no logró lo que pretendía, hacerme viajar tiempo atrás, a otro siglo u otra galaxia, pero gracias a la regresión conseguí recordar el inicio de mi afición por los vestidos de época.
Cuando se lo conté a mi madre, me llamó tonta las veces que quiso, porque sin haberme hipnotizado me hubiera contado como pasaba los días mirando y remirando el famoso cuadro de Velázquez, y me hubiera ahorrado un pastón en la minuta del psicoanalista.
Con el transcurrir de las noches, la pesadilla fue desapareciendo y desde entonces siento especial predilección por los enanos, que sin decir una palabra me animaron en tan aburrida época de mi vida.






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