Desde
que tengo memoria he sentido predilección por los trajes de época.
Faldamentos largos, vestidos con empaque y adornos recargados han
sido prendas usuales en mi armario, en cuanto había una obra de
teatro clásica, me apuntaba tan sólo para introducirme en uno de
esos costosos trajes.
Miriñaques,
polisones, guardainfante, cotilla, sayo, valona, basquiña, un
vocabulario ajeno a nuestra actualidad pero que incita a soñar y
viajar tiempo atrás.
Tal
es mi afición que conseguí trabajo en el departamento de vestuario
del Teatro Real, si en proyecto hay una ópera, procuro
confeccionarme un traje y mezclarme entre los figurantes. Es más
una vocación que una tarea, porque crear uno me lleva a bucear entre
libros de historia, pintura y genealogía, para que no desentonen ni
resulten falsos en la obra que se van a lucir, todo un lujo que
además me permite conocer a grandes artistas del bel canto y de la
actuación.
Últimamente
duermo bastante mal, me despierto con sensación de desasosiego y
miedo. Los primeros días no recordaba cual era el motivo, pero como
el sueño se ha convertido en recurrente, poco a poco, noche tras
noche, he conseguido hilar los retales que mi mente crea mientras
intento descansar.
Tanto
me incomoda la pesadilla que mis ojeras se han instalado
permanentemente en mi rostro, costando concentrarme no sólo en el
trabajo, sino en las tareas más rutinarias como viajar en metro o
autobús, hacer la compra o tener una mínima conversación en casa.
Algo me está pasando que no controlo y por ello he acudido al médico
de cabecera, quien me ha aconsejado visitar un especialista. Un buen
profesional del psicoanálisis, según decían, que tras unas cuantas
sesiones ha concluido que tengo una vida anterior sin resolver, y por
circunstancias desconocidas me está complicando la existencia. La
mejor solución era hacer una regresión al pasado, intentar
contactar con mi yo anterior y descubrir que mosca le pica, porque me
está empezando a cansar su machacona insistencia de colarse en mis
sueños.
Lo
ideal era hacer una sesión de hipnosis, retornar en el tiempo e
intentar comprender mi problema. La sesión se llevó a cabo, como
estaba asustada, llevé a un amigo para grabarlo todo, así no habría
dudas de lo que se dijera en la misma.
El
resultado fue nefasto, tras dormirme y decirme unas cuantas sandeces,
se supone que me traslado en el tiempo, en concreto a 1.656, me
encuentro en una sala amplia con iluminación mortecina, acompaño a
la infanta Margarita mientras un hombre, luciendo traje negro “a la
española” y cuello de golilla, con
una cruz en el pecho, pinta en un lienzo enorme. La atienden dos de
las damas a su servicio, y observamos la escena con detenimiento
mientras los reyes posan y miran con cariño a su hija. Solamente
estoy acompañando a estos personajes como así me han encomendado,
mi estatus es tan inferior como mi aspecto, si bien la infanta se
porta bien conmigo, no soy más que el hazmerreir de algunos que sólo
ven en mi un esperpento de la naturaleza.
La
continua narración del entorno y de las prendas de vestir de la
infanta, los reyes y acompañantes (mi afición no la abandono ni
dormida)- “Luce
un vestido formado por un cuerpo llamado jubón, de amplios faldones
y por una falda llamada basquiña….” no
es comprendido mi interés por el psicoanalista, quien no para de
sugerirme que me mueva en el tiempo y que retorne unos días atrás o
hacia adelante, pero por mis respuestas no me alejo de aquel
instante, en que un famoso pintor de cámara de los reyes Felipe IV y
Mariana de Austria pinta uno de los más famosos cuadros de la
historia de España.
Tras
varios intentos por arrancarme de aquella fecha en la que me sentía
bien a gusto, consigo adentrarme en mis cuatro años. Me hallo
inmovilizada, en la cama de mis padres, con una pierna rota, por lo
que narro, me paso los días absorta mirando las paredes de su
habitación debido a la falta de compañía en tan penosa situación.
Teniendo fijación por un enorme puzle, convertido en cuadro, que
colgado encima de la cómoda da un toque chic a la habitación.
Las
Meninas, obra cumbre del arte universal y una gran pintura de
carácter cortesano, llenaba mis días de aburrimiento, tristeza y
quietud, Como único entretenimiento repasaba día tras día
detalles del mismo. Vestidos, objetos, personajes, zapatos,
mobiliario, y quien más me apasionaba era el rostro simpático de la
enana, de origen alemán, María Bárbola vestida con atuendo
confeccionado en terciopelo negro y adornado con galones de plata,
por alguna razón mis miradas inciden en ella, como si
inesperadamente fuese a salir del cuadro y conversar conmigo.
El
médico no logró lo que pretendía, hacerme viajar tiempo atrás, a
otro siglo u otra galaxia, pero gracias a la regresión conseguí
recordar el inicio de mi afición por los vestidos de época.
Cuando
se lo conté a mi madre, me llamó tonta las veces que quiso, porque
sin haberme hipnotizado me hubiera contado como pasaba los días
mirando y remirando el famoso cuadro de Velázquez, y me hubiera
ahorrado un pastón en la minuta del psicoanalista.
Con
el transcurrir de las noches, la pesadilla fue desapareciendo y desde
entonces siento especial predilección por los enanos, que sin decir
una palabra me animaron en tan aburrida época de mi vida.
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