¡Estas abuelas! - Marián Muñoz



Había acudido como cada martes a la peluquería del asilo, donde ofrezco gratuitamente mis servicios a las residentes.

Aquel día era víspera de celebración en el centro, y muchas ancianas querían estar guapas para la ceremonia. Comencé como siempre por los tintes de pelo, luego por los cortes y finalmente las peinaba. Todo se estaba desarrollando con normalidad, hasta que se me escapó un pedo.

¡Las dichosas galletas de avena que me producen gases!

El primero apenas se notó, y como las viejitas están medio sordas ni lo oyeron, pero los siguientes no me pude contener y salieron de corrido. Una que lo oye, otra que pregunta, ¿que ha sido eso?, una tercera le dice que un pedete -¿Quéééééé?- ¡Un pedo, sorda!

Y todas empiezan a reírse y por tanto, cómo no, a tirarse más pedos.

Carcajada va, carcajada viene, intento que no se muevan para teñirlas correctamente, pero entre las risas de unas y los pedos de otras, acabamos todas manchadas de tinte.

Llegó sor Esmeralda preguntando el motivo de tanta algarabía, y al notar cierto tufillo, abre las ventanas permitiendo que el vendaval del exterior entrara, arrebolando el pelo a las peinadas y secando rápidamente a las teñidas. El desaguisado fue mayúsculo, el tinte de manos y caras fue difícil de quitar y colocar de nuevo pelo a pelo las cabelleras fue un castigo descomunal, aunque al día siguiente nadie se fijaba en ellas. Pero a la hora de la comida repitieron la misma juerga, enfadando a la monja sin razón, porque también a ella algún pedo se le escapó sin importarle un pelo.
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