Estaba
dejándose la vista en el microscopio, día tras día, identificando
virus y bacterias, utilizando el antibiótico adecuado para su
desaparición, una labor meticulosa que desarrollaba a conciencia y
dedicación, con la idea de salvar cuantas más vidas mejor.
Al
llegar a casa encontró a sus tres hijos apretando sus dedos en la
cabeza del otro, igual que monos despiojándose. Les preguntó qué
estaban haciendo, y contestaron al unísono que encontrar al piojo
saltarín de Canela, el gato siamés que solía escaparse de
correrías nocturnas y volvía hecho un desastre. Inconscientemente
comenzó a rascarse él también.
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