La
fábrica de tejas era la vida de José. La había fundado su abuelo y
había dado de comer al pueblo durante cuatro generaciones. Ahora era
su hijo quien llevaba la dirección de la empresa. Una empresa que,
como tantas con la crisis, se había ido a pique. Desde el despacho
al que, a sus ochenta años, aún se desplazaba a diario, escuchaba
el ruido provocado por los trabajadores que, desesperados, luchaban
inútilmente por evitar lo inevitable. Miró a través de las
cortinas. Allí estaban todos: Manuel con el que jugaba a las cartas;
Sonia la nieta de su mejor amigo; Esteban, viudo con tres niños
pequeños...Las lágrimas comenzaron a escapar de sus ojos mientras
una angustia desconocida lo envolvía arrastrándolo hacia la nada.
El médico dijo que su corazón se había roto.
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