cuando
mi padre se fue....
Ni
una lágrima perdida, ni un suspiro. La muerte llegó sin esperarla.
No nos dimos cuenta si andaba pululando con su guadaña por los
alrededores de mi casa. No teníamos consciencia de que las arterias
estuviesen mal.
Se
acostó como cada noche, no sin antes preparar las clases del día
siguiente. Hoy sabemos que mi padre, maestro de secundaria llevaba un
tiempo estresado, pero no se desahogaba ni con mi madre. En tiempos
mejores se metió a comprar un chalet, un coche nuevo y nos dio todos
los caprichos que podía. Viajes por Europa, alguno que hicimos a Los
Ángeles. Causas que hoy en día sabemos que fueron causas de su
depresión. Desde hacía diez años le acompañaba una tristeza en
forma intermitente. No quiso ir a un psicólogo, decía que ya se
pasaría sola. Nosotros eramos muy jóvenes para saber o lograr
entender lo que le preocupaba a mi padre, yo creo que a pesar de la
complicidad de mis progenitores, ni siquiera mi madre sospechaba que
mi padre estaba así por la crisis y sus recortes. El no seguir
cobrando lo mismo e intentar hacer frente a las deudas imposibles de
pagar sin un préstamo.
Ahora
que estábamos remontando, que yo me había independizado totalmente
y que mi padre todos los sábados y veranos daba clase particular a
chavales que necesitaba un refuerzo. Ahora que gracias a este dinero
extra, papá podía respirar más aliviado va y se queda sin latidos,
sin aire y sin vida mientras dormía. Una muerte súbita que me deja
huérfana. Que aún lo necesitaba a mis veintiocho años.
Pero
así es esa señora representada con esqueleto y capa con capucha y
esa herramienta de labranza con la que siega el hilo de vida de quien
ella toca.
Mi
padre se ha ido, sin sufrir, dormido, pensando que se despertaría al
día siguiente y les daría a sus alumnos una nueva clase de
historia.
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