Muerte súbita - Marian Muñoz

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Esta tarde no me sale ningún relato gracioso, ni siquiera con una chispa de intriga, hoy comenzaré a expresar un sentimiento compartido y que surge mientras homenajeamos y despedimos a los fallecidos por los incendios provocados tan estúpidamente, propagando destrucción y terror.
Ellos eran gente de bien, preocupados por su entorno, por sus vecinos y en muchos casos, trabajando de sol a sol esas tierras que ahora yacen bajo la ceniza.
El fuego les arrebató la vida súbitamente, impredeciblemente. Personas con un bagaje humano tan grande a sus espaldas, que jamás entenderían que ese vecino cabezota, huraño y solitario, pudiera ser el terrorista asesino que con un solo mechero aniquilaría en unas horas su mundo y su vida.
Estas muertes súbitas e inmerecidas han de tener reparo en un justo castigo a los incendiarios, castigo en esta tierra que han destruido por mucho tiempo, que debido a su rabia y violencia interna, lamentablemente poco les importa.
Marcelino, Maximina, Angelina y Alberto, son las últimas víctimas, pero, ¿cuantas más han sucumbido antes y cuantas más nos esperan hasta que encierren a los terroristas del fuego?
Arboles, matorrales, animales aéreos y terrestres, por cientos han desaparecido, calcinados, convertidos en cenizas como la colilla de un cigarrillo. Todos ellos junto con las personas fallecidas, deben ser desagraviados con el encierro de por vida de sus asesinos.
No queremos paños calientes con ellos, porque ellos tampoco los han tenido con sus semejantes. Queremos una justicia justa, no la que impera ahora debido a la tibieza de las leyes. Mano dura, y que con su vida paguen todo el daño causado, todo lo que han destruido y asolado por varias generaciones. Su muerte no es necesaria, sino que el resto de su vida trabajen para reparar la destrucción que han propagado.
Nuestra sociedad no está preparada para la muerte y mucho menos para las acaecidas bajo el fuego. Las catástrofes naturales son desoladoras, pero el hombre pone medios para luchar contra ellas. Ante la determinación de un pirómano, complacido en causar el mayor daño posible, poco se puede hacer, tan sólo correr y rezar para que llueva, para que al menos tu hogar y tus animales sigan intactos cuando tú vuelvas.
Descansen en paz las víctimas del incendio, ojalá sean las últimas, al haber logrado dar caza a todos los terroristas del fuego.





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