Un
joven músico que había venido a un curso de verano al conservatorio
de Avilés, era aficionado a probar la gastronomía de las ciudades
que visitaba. Entró en un afamado restaurante donde el plato
estrella era la fabada. Quedó encantado del sabor, de la textura al
entrar en contacto con su paladar y aquél “compango” como llaman
en Asturias al conjunto que forman el chorizo, el lacón y la
morcilla. Era una
comida digna de reyes pero hinchaba mucho, tanto que se tuvo que
acostar en su hotel perdiendose el concierto de piano
al que debía haber asistido. Aunque el concierto lo estaba dando él
con tantos gases que expulsaba. La fabada traicionera no es
recomendable servirse dos platos.
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