La vida lucida - Dori Terán


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 Sí, se lo habían explicado de todas las maneras posibles. Mejor dicho, le habían repetido la misma historia una y otra vez y cada uno desde su perspectiva profesionalmente particular. Paquito el camarero parloteaba también con las manos mientras hablaba:-“que si Eva, que sí, que tu marido se vino al suelo como un muñeco de trapo y con el vaso de vino en la mano…que se ha cortado porque se le quedaron los cristales rotos en ella, sangraba como un cordero…¡ay pobre Antón!”. La enfermera de la ambulancia que lo trasladó al hospital tuvo la deferencia y el detalle de acercarse a la salita de espera y abrazarla mientras le decía:-“Animo mujer, hemos intentado reanimarle durante todo el viaje…a ver si hay suerte, está en buenas manos”. Y allí estaba ella rezando todo lo que sabía y recordaba pues hacía décadas que no pronunciaba una oración completa. Y entre los balbuceos a la Virgen María y las súplicas a Cristo Jesús se sorbía los mocos y se restregaba con las manos los ojos como si quisiera limpiar un parabrisas nublado. Alguien se acercó y le ofreció un pañuelo que ¡Jesús, María aún era de tela y bordado! Y entre tanto dolor y caos sintió en su cabeza la sensación extraña de una ausencia. Ausencia de la consciencia espacio temporal y cognitiva. Una parada fuera de esta vivencia que estaba sucediendo. Y se vio, se vio junto a Antón, vio aquellos rostros jóvenes, aniñados y sonrientes y como la mejor de las películas comenzó a revivir el argumento de sus vidas. ¿Quién dijo que habían sido tiempos difíciles? ¿Acaso los tiempos no son difíciles siempre? La fuerza de la juventud enamorada es un velo que matiza cualquier adversidad y hace aflorar esa esencia divina que nos puebla aún en el olvido que de ella hemos hecho, y entonces…entonces no hay obstáculo que no se pueda superar. Después de una boda blanca y radiante marcharon de la ciudad en busca de medios de vida. Todo el amor que se daban compensaba con creces el abandono que hubieron de hacer de los lugares cotidianos en los que habían crecido y las gentes amables de sus relaciones y afectos La pérdida de la magia de su ciudad se equilibraba con aquel sentimiento sin medida de pertenencia y complicidad. Pronto la nueva urbe adquirió el sueño dorado que inundaba su alma y cada rincón se tiñó de la belleza de su luz y más pronto aún expandieron el amor que les abrazaba hacia todas las personas con las que se cruzaban. Y así fue trascurriendo una existencia en la que Eva se esforzó siempre por mimar este tesoro. Días fáciles y otros más complicados pero siempre la seguridad de estar construyendo bonito. Los niños, el trabajo, la salud…todo escenas del largometraje de los ya muchos años vividos. Jamás perdieron la fe. Solo había un tema que a ella le inquietaba. Era un asunto que desde que apareció en su vida la había desazonado siempre al recordarlo, así pues intentaba no pensarlo…como si nunca hubiese sucedido. Pero hoy se colaba en su memoria como tratando de explicar el presente. En su maravillosa luna de miel disfrutaron de cada respiración y de cada segundo en una entrega absoluta a la felicidad que nada teme. Una mañana en la que paseaban por la playa el murmullo del mar que acariciaba sus rostros, se rompió en la voz de una primorosa gitana que
voceaba:-“El romero te protejeraaaaa, toma el romeroooo…”.Se acercó a Eva y se lo ofreció mientras leía las rayas en la mano de Antón. –“ Te irás, te irás un día de repente y sin pensar. Así te has comprometido antes de nacer buen mozo”-exclamó la gitana- y una sombra solemne le asomó a los ojos el segundo que tardó en estallar en una carcajada-“aún pasarán muchísimas lunas jajajaaaaa”. Un escalofrío recorrió todo el ser de Eva y depositando una moneda en la mano de la agorera, tomó la de Antón y corrieron juntos por la arena poniendo distancia. Muchas veces en tantos años, de forma que parecía casual, le habían llegado noticias de descubrimientos sobre el momento de la muerte. Que si acordamos la hora y el modo de hacerla, que si la muerte será lúcida cuando la vida sea lúcida…. Desechaba el libro, apagaba la tele, cambiaba la conversación…huía. Le costaba aceptar que la muerte es compañera de la vida. Imbuida en sus pensamientos escuchó la voz del médico que se dirigía a ella. Regresó de su viaje al pasado y al contemplar el rostro del doctor lo comprendió todo de golpe. Las palabras de él resonaban sueltas y lejanas en sus oídos…arritmia, desfibrilador, muerte súbita…y supo que el oráculo de la pitonisa se había cumplido. Vivió el duelo y el dolor pero no se fustigó con sufrimiento. Desde la gratitud por la vida feliz que supo edificar con fortaleza y amor se propuso investigar sobre el tema de la muerte, tal vez descubriera su pacto, su lucidez y quién sabe si tal vez tras ella hubiera algo más hermoso y una cita con Antón la estuviera esperando.






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