-Abuela, abuela, porfi abuela, cuéntame un cuento.
Me llamo Alvaro y de pequeño era incansable. Cada noche buscaba a mi abuela para llenar ese espacio vacío entre el acostarme y el dormir.Mi abuela se las veía y se las deseaba para llegar a satisfacer mi inmensa curiosidad porque los cuentos me los sabía de memoria y los inventados por ella cada vez me gustaban más.
Si
mi abuela hacía ademán de coger un libro de la estantería,
replicaba:
-No,
de esos no, abu, cuéntame uno de los tuyos.
Ella
que estaba haciendo un curso de historia buscaba inspiración, no
sabía muy bien donde. Respiraba hondo, se armaba de paciencia, se
metía en el papel y tras un silencio cargado de misterio empezaba
con voz siempre diferente a la suya...
Hace
muuucho, muuucho tiempo. Tanto, que todavía no estaba la tierra como
ahora, ni había animales, ni personas, ni el día y la noche, todo
era oscuridad...pero ya existían los dioses, porque siempre han
estado ahí, ¿sabes? aunque no los veamos.
Muchos
relatos empezaban así y a mi me despistaba
-
¿Me vas a contar lo de Adán y Eva ? Interrumpía yo. -Ya me lo se,
abu.
-
Noooo...
¡esto
fue mucho antes!
Ya te dije que todavía no había nadie. ¡Escucha!
Sólo había oscuridad, desorden, frío, vacío...como cuando apagamos la luz para dormir. Bueno, igual no porque tu estás metido en la cama calentito, pero... imagínate que no tuvieses la cama, ni la ropa, ni la casa...
-¿Como
si estuviese sólo en un bosque? Le preguntaba a mi abuela con los
ojos como platos.
-¡Eso
Alvaro!... Pues... en esa
oscuridad
vivían
varios dioses que se aburrían mucho. No tenían nada con que jugar,
ni televisión, ni colegio, ni cuentos, ni columpios...
-¿Tampoco
tenían abuela? Interrumpia yo nuevamente.
-No,
tampoco, porque si tuviesen abuela ya todo sería de otra manera...
Antes
que mi abuela me dejase interrumpir, prosiguió:
-Bueno...
pues,
como
no tenían
nada,
tuvieron que utilizar
la imaginación
para entretenerse
y, como eran dioses,
todo lo que imaginaban aparecía.
-¿Aparecía...Eran
magos? Quería saber yo
-No,
cielo. Eran dioses y podían hacer lo que quisieran.
-
¿Y por qué se aburrían si podían hacer lo que quisieran? yo
cuando no me quiero aburrir no me aburro
-
A ver... chavalin...¿quieres que te cuente el cuento o quieres
dormir?
-Es
que no entiendo nada a esos dioses, abu ¿Se llamaban así,
dioses...o tenían cada uno su nombre?
-Alvaro,
estoy empezando el cuento y,
si me interrumpes cada poco,
se me va el santo al cielo.-¿Qué santo, abu? ¿el abuelo de Fran?
-¿Qué dices...?
-
Me dijo mamá que el abuelo de Fran se fue al cielo porque era un
santo. ¿No lo sabías? -Me crecía ante la ignorancia de mi abuela.
-Ya,
ya lo se... Era un hombre maravilloso ¿verdad, chiqui?
Yo
me callaba, miraba a mi abuela con tristeza y veía al abuelo de Fran
cogido de mi mano camino del parque .
Cada
tarde, al salir del colegio, su abuelo iba a recogernos a los dos.
Juntos en el parque jugábamos...
Sin
decir nada, permitía que ese recuerdo se transformase en llanto y me
acurrucaba en su regazo mientras mi abuela me abrazaba dulcemente.
Enseguida
me quedaba dormido. Ella me metía en la cama. Sin hacer ruido salía
de la habitación y se enfrascaba en sus estudios hasta bien entrada
la noche.
A
la mañana siguiente, lo primero que hacía yo al levantarme era ir a
despertarla, con el cuento de la noche anterior rondándome la
cabeza...
-Abu,
levántate, los dioses ya están despiertos y tu todavía en la cama
Mi
abuela esbozaba una dulce sonrisa y me abrazaba. Daba media vuelta y
seguía durmiendo mientras yo me preparaba bajo la atenta mirada de
mamá.
Al
mediodía todos llegábamos a la vez: papá, mamá y yo. Cada día el
olor de comida y mi abuela, nos daban la bienvenida... pero ese lunes
no había ni abuela ni olor a comida. La casa estaba en silencio y
todo tal cual lo habíamos dejado al marchar.
-Abuela,
abu...¿dónde estás? Gritaba yo recorriendo la casa.
Al
llegar a su dormitorio mi madre ya salía. Me cerró el paso con
lágrimas en los ojos mientras papá me cogía en brazos para que no
la viese.Tiempo después me enteré que mi abuela estaba en la misma
posición que la había dejado por la mañana . Con la misma sonrisa
con que me había despedido... ¡Cuanto la eché de menos!...
...
... ... ... ... ... Por ese entonces todavía pensaba que eso de
la muerte súbita era un camelo. Que todas las muertes sobrevenían
sin estar preparados, sin avisarnos... era aún muy joven...
Han
pasado muchos años y ahora soy yo el abuelo. Hoy mi nieto Nicolás,
por primera vez, me pidió que le contase un cuento antes de dormir .
Saqué del baul de los recuerdos el libro que escribí con los
cuentos de la abuela, y otros muchos que a lo largo de los años
fueron llenando noches y noches de añoranza. Sentí, cambiando la
voz, lo que mi abuela debió sentir escenificando los suyos y me
emocioné...
Ya
en la cama, cansado, buscando el calor de las sábanas entre las
nebulosas del sueño, vienen a mi mente los versos de Miquel Martí:
He
heredado la esperanza de los abuelos
y
la paciencia de los padres.
Y
de los dos, las palabras
de
las cuales ahora me sirvo
para
hablaros...
...
Hasta
mañana Nico, me encanta ser tu abuelo.
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