En
realidad es una simple sirvienta, una de tantas que forman una
especie de ejército doméstico. Huérfana de padres a la que su
familia no quiso, o no pudo, mantener. Tuvo suerte de no acabar en un
gris orfanato lleno de niños famélicos o en un vertedero
maloliente.
Peleando por su existencia a cada minuto por un trozo de paz seco o
algo de carne rancia.
Sí,
tiene suerte de vivir en las dependencias del Palacio de Balmoral. A
pesar del clima áspero de Escocia, a pesar de que se ha de lavar con
agua fría cada mañana, a pesar de las órdenes secas de todos los
que están por encima de ella. A pesar de tantas cosas, se siente
afortunada.
Cada
mañana cuando se coloca el tieso corsé,
se rehace las trenzas y el moño y se pone la cofia, reza a sus
padres, a quienes no conoció, pidiéndoles que la protejan de los
males de este mundo.
Desearía
ser algo más que una simple criada, ser libre para poder subir las
escaleras y entrar a voluntad en las dependencias y salones del
castillo.
A
veces, cuando sale de su habitación escucha a los hombres hablar con
voces airadas y graves, a los perros ladrar y a los caballos
relinchar. Ellos sí son realmente libres. Poder galopar por esas
montañas agrestes sería para ella como llevar una valiosa joya.
O eso imagina, porque nunca ha lucido ni pendientes, ni anillos ni
collares. Están prohibidos para todos los trabajadores de la cocina.
Y ahora con más razón. El Príncipe Alberto ya no está. Por eso
visten de luto. No hay mucha diferencia con su vestimenta habitual,
así que eso no le importa.
Lo
que sí nota es el ambiente plomizo y sombrío. Todos hablan en
susurros, como temiendo que alzando la voz ocurriera otra catástrofe
en la Familia Real. Hasta los ceniceros
pesan más al limpiarlos cada mañana. Quizá los hombres se
desahogan de sus tristezas soltando volutas de humo y ceniza, que
después estropean los muebles y las tapicerías. Pero no es ella
quien ha de limpiar los muebles, así que friega y calla.
A
veces se detiene en el pasillo a descansar. Los otros criados no la
ven. Tan pequeña, vestida de negro, es como una mosca que revolotea
cerca pero no molesta. Y escucha retazos de conversaciones, aquí y
allá.
–…
hacer una radiografía
a la Reina…
–
¿Y no será peligroso? Recordad lo que le
ocurrió al Príncipe…
–…medicina
moderna…
–…casos
de fiebres tifoideas en Escocia…
–El
médico de la Reina aconseja…
–…La
Reina... tristeza… respetar Su luto…
¿Y
cuánto dura un luto? Para ella, una simple sirvienta, desde que
nació. Cree que la Reina, por ser la Reina, tiene derecho a todo el
tiempo que quiera.
La
gente nace y se muere, es algo que tiene asumido desde que es bien
pequeña. Incluso les ocurre a los más poderosos, como el Príncipe
Alberto. Aunque es una pena. Porque era tan joven,… Y decían que
era tan guapo y tan elegante con su uniforme brillante… Ahora todos
están tristes y afligidos.
Antes
Balmoral estaba algo más animado. A pesar de la lluvia y del frío
de las gruesas piedras del palacio desde las cocinas sentía más
alboroto.
En
veladas donde se invitaba a la más alta nobleza de Escocia incluso
la Reina se animaba a tocar el piano y a cantar. No tenía gran voz,
pero todos la adulaban y aplaudían. Eso lo sabe porque, al terminar
las faenas del día, casi todos los criados subían hasta los pisos
superiores y desde un pasillo escuchaban y bailaban al ritmo de la
música. Para los cumpleaños de los jóvenes Príncipes se traían
pequeños grupos de cuerda. Violines y violonchelos,
que
eran como violines gigantescos,
tocaban
las piezas favoritas del homenajeado y después disfrutaban de dulces
y exquisiteces que ocupaban una semana a los encargados de las
cocinas.
En
una ocasión alguien llevó un gramófono,
palabra que le costó pronunciar y casi imaginar; aunque las criadas
que asistieron se lo describieron como un instrumento desde el que
salía música y voz. Ese día la Reina no cantó. Sino que aplaudió
encantada de las maravillas que sus súbditos le mostraban.
La
Victoria sirvienta sueña con poder celebrar su cumpleaños tomando
una rica tarta, no el porridge
grumoso del desayuno. Desearía galopar por los montes escoceses con
su melena flotando al viento. También querría cantar a dúo con la
Reina.
Pero
todos esos sueños no serán nunca posibles. Y cada mañana se rehace
el peinado y el moño, se coloca el corsé, se lava con agua helada y
espera a que el luto se pase.
La
vida en Balmoral es dura, sí. Pero, después de todo, ella es
afortunada de servir a su Reina. Aunque jamás tenga la oportunidad
de hacerle una reverencia, ya que es casi imposible de que se
encuentren por el mismo pasillo.
Y
entonces se pregunta… ¿Se reconocerían?
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