Se alquila por vacaciones - Marga Pérez








Isabel no estaba en su mejor momento. Desde que lo dejó con Tino fue deslizándose poco a poco por una pendiente hacia no sabía muy bien dónde. Ocho meses cayendo sin tan siquiera darse cuenta. Perdiendo alegría, motivación, fondo de armario, vida social, amigos... era su peor momento. Pasó otros parecidos pero ninguno tan malo como este.

Salía de casa sólo lo imprescindible y a horas en que no se encontrase con nadie conocido. Los vaqueros eran sus únicos pantalones. Hacía meses que no visitaba la peluquería. Llevaba la cara lavada y cetrina. Zapatos anchos, cómodos y desgastados. Ojos huidizos. Mirada triste. Corazón encogido, pequeño. Ropa amplia. Bandolera grande, cargada. Cabeza vacía llena de agobio. Entre los dedos siempre un cigarrillo. Humo en el pelo, en la ropa...en el alma.

Cada mañana ojeaba la prensa mientras tomaba un café cerca de su trabajo. Los anuncios por palabras eran sus páginas favoritas..."me alquilo por vacaciones... lee y piensa sin más en un piso.

...¿necesitas un amigo? llámame, estoy en alquiler. Diez euros la hora. Sólo vacaciones" Tuvo que leerlo varias veces antes de entender que una persona se alquilaba para ser amigo de otra.

-Vaya chorrada, todos tenemos amigos, pensó, ¿quien va a pagar a alguien para que sea su amigo?

El día siguió como de costumbre y al llegar a casa el anuncio del periódico la golpeó con insistencia. Más que el anuncio, la idea de que todos tenemos amigos. Compulsivamente empezó a hacer recuento de los suyos: Carmen, Luis, Fernando, Esther, Mónica...¿Tino?

-¿Un ex se puede considerar amigo?- Se preguntaba -Hace ocho meses, dos semanas y tres días que no se nada de él.-Yo podría ser amiga suya... ¿pero él?... Mejor lo quito de la lista - seguía Isabel cavilando.

-Carmen era mi mejor amiga en el colegio. Hace tiempo que no se nada de ella, la llamaré. Ya... no tengo su número ¿Cuantos años hace que...? por lo menos quince que no nos vemos...

Isabel seguía urgando en la herida convencida que encontraría a sus amigos.

Luis y Fernando. Llevan trabajando conmigo más de diez años. Si ellos no son amigos míos...no se quienes van a serlo. Mañana me voy con ellos a tomar una copa después del trabajo, si, eso es lo que hacen los amigos.

Después de varios intentos de salir con sus compañeros se convence que no quieren nada con ella: hoy no puedo, tengo mucho trabajo, mejor otro día, hoy llueve mucho, no me encuentro bien, mejor cuando podamos los tres... Los pescó varias veces hablando a escondidas y callaban cuando ella entraba, disimulaban. Le costó borrarlos de su lista . Le costó reconocer la realidad. Con los demás ni lo intentó. Si los que creía más cercanos no eran sus amigos, los otros...impensable.

Cada vez se sentía más marciana. No congeniaba con nadie. Nadie la entendía. Rara vez hablaba con alguien de algo más que no fuera trabajo.

El buen tiempo llegó sin que Isabel lo viese y con él el preámbulo de las vacaciones. Este año Isabel no tenía nada previsto. No le gustaba ir sola a un hotel. Ni viajar sola por el mundo. Ni conocer sitios nuevos sin alguien a su lado. No iba a ir de viaje, se quedaría en casa.

Varios findes tirada en el sofá viendo la tele hizo que una de las pocas neuronas activas que le quedaban protestase y sintió que tenía que hacer algo con su vida. Es más, lo iba a hacer. Cogió un periódico, abrió anuncios por palabras, buscó el del amigo que se alquilaba y lo llamó.

Después de hablar con él todo le temblaba . Dudó si sería capaz de hacerlo. Había quedado que empezaría el lunes. Dos horas cada tarde. De siete a nueve.

La noche de Isabel fue de perros. No podía conciliar el sueño. Su cabeza era un hervidero de preguntas, miedos, fantasías... Quería que ya fuese lunes a las siete y a la vez que no llegase nunca.

Estaba hecha un lío del que no sabía como iba a salir.

El lunes llegó y con él su amigo de alquiler. A las siete en punto llamó al timbre e Isabel se santiguó antes de abrir. Ya no había marcha atrás.

-Que sea lo que Dios quiera , musitó.

Felipe parecía su amigo de toda la vida. Físicamente era un chico del montón. Ni alto ni bajo. Ni gordo ni flaco. Ni guapo ni feo pero ...su mirada y su sonrisa lo decían todo. Su mirada : limpia, serena, franca, alegre, cercana, acogedora...era de una bondad infinita. Su sonrisa sacaba al exterior su corazón. Más grande que el mismo. Le cayó bien nada más verlo.

Salieron enseguida y se pasaron las dos horas sentados en una terraza hablando. Felipe pronto dejó claro que no la quería engañar. Que tenía una vida inventada para poder trabajar sin que le afectase a la suya propia. Que haría todo lo posible por ser un buen amigo. Le pareció muy honesto.

Isabel, tratándolo ya como a un viejo amigo, empezó a hablar de si misma. De sus fracasos amorosos. De sus relaciones inexistentes. De su soledad...

Las dos horas pasaron en un santiamén. Se despidieron con un cariñoso abrazo hasta el día siguiente deseando que llegase pronto. A partir del siguiente encuentro Felipe empezó a actuar de amigo. Expresaba lo que no entendía de su actitud, de su desaliño, de su victimismo... Isabel ya no estaba tan feliz. Se revelaba como gato panza arriba de la visión que Felipe le daba de si misma. No lo quería admitir aunque sabía que era así. Felipe siempre se despedía de ella con el mismo cariño . Le decía al oido que no tuviera miedo. Que seguirían siendo amigos hasta que ella quisiera. Que se aceptara como era.

La siguiente semana Felipe le propuso ir de compras. Un amigo que te aconseje con la ropa cuando no estás animada vale un potosí. Las dos horas se las pasaron de probador en probador. Se rieron cantidad cambiando de estilo . Sacando la niña juguetona y fantástica que dormía dentro de Isabel. Con todo sólo compró un conjunto. Por algo había que empezar.

Le quedaban dos semanas de vacaciones y pensar que Felipe dejase de estar en su vida la tenía angustiada. Le propuso ampliar el horario. Dos horas más . Imposible para Felipe . Tenía todo su tiempo ocupado con otros . El también terminaría sus vacaciones en quince días. Volvería al trabajo.

Cada día que quedaba, paseaban, charlaban. Felipe le aconsejaba con cariño. La animaba a buscar amigos... A arreglarse. A tener una afición. A cuidarse . A salir. A disfrutar.

El último día Felipe llegó con un ramo de flores. Isabel correspondió invitándole a un vino en la mejor terraza de la playa. Parecía un duelo. Costaba hilvanar una conversación. Isabel tenía un nudo en la garganta . Todos los intentos de Felipe terminaban en monosílabos. No sabía que hacer. Le cogió una mano entre las suyas. Le miró a los ojos y le dijo con la mayor suavidad y cariño que mirase por ella. Que no podía seguir así. Que buscase ayuda.

-Tengo un amigo psicólogo que te puede ayudar. Le dijo sacando una tarjeta del bolsillo. -Vete de parte mía. Me lo agradecerás.

Isabel lloraba desconsolada.

Se separaron con el mismo abrazo cariñoso de todos los días, susurrándole al oido un no tengas miedo confiado y esperanzador.

Con la tarjeta en la mano Isabel llegó a casa deshecha. Lo primero que hizo al día siguiente fue pedir hora para Omar Rey Lobato, psicólogo clínico, que la citó para ese mismo día.

Isabel se desestabilizó. No se sentía preparada tan pronto.

-¿Por dónde empiezo? ¿Que querrá saber?

No creía que tuviera tiempo para poder afrontarlo.

Volvió a llamar para cambiar la hora para otro día. La enfermera le dijo que no podía darle otra cita hasta dentro de seis meses. Que esa tarde fue una anulación. Que tenía suerte. Que la aprovechase.

Isabel no se sintió con fuerzas para enmendar tan buen sino. Así que aceptó.

Con su conjunto nuevo se dirigió a la consulta con el corazón en un puño. No sabía qué se iba a encontrar. Subió en ascensor . Llegó ante la puerta de la consulta. Tocó el timbre. Se santiguó antes de que abrieran.

-Ya no hay marcha atrás. Que sea lo que Dios quiera. Musitó

Una mujer joven y acogedora le dió la bienvenida y la pasó directamente a consulta.

Tras la mesa Felipe, de pie, la esperaba sonriente.

Isabel no pregunta nada. No quiere saber más. Se sienta. Sabe que está con un amigo.
 
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