Se alquila por vacaciones - Dori Terán


                                           Resultado de imagen de casa con espejos


La decoración era sobre todo sentida. No guardaba ninguna regla de esas que publican las revistas de muebles y ambientes. Ni siquiera coordinaba las tonalidades de los colores. No buscaba nada, solo se desbordaba, nacía de ninguna inspiración o idea, en definitiva era el vómito de su alma. Así se mezclaban en las paredes los rojos con los verdes en una explosión de matices que a ella se le antojaban divinamente vivos y arropados por cortinas de suave gasa con estampados pronunciados dibujando rayas discontinuas, flores estridentes en algunas y hasta la solemnidad de un sol infantil y gracioso en otras. Cabeceros con barrotes tallados que la atraían poderosamente sin comprender por qué y el del dormitorio principal regio como la espalda y la cabecera de un trono rematado en los laterales por sendas bolas perfectas y una cornisa de corona real en el centro. La vida de Elsa era toda ilusión, pasión, optimismo, vitalidad…pareciera que la sangre le hirviese empujándole con su calor a una danza continua de sentimientos y emociones a un ir y venir agitado y veloz por los espacios de su mundo, a una existencia maravillosa y fantásticamente real. Había llegado el día de su nueva andadura, de un ciclo lleno de venturas soñadas a punto de cumplirse. Se había roto como un cristal que estalla de repente toda la pesada pasividad de sus obligados quehaceres y sentimientos en la lucha aburrida para conseguir sus sueños. Atrás quedaban los desvelos de noches y lunas pegada a los libros para grabar en la memoria el programa denso y difícil del que habría de examinarse en la oposición. Atrás las clases largas y lentas y el desplazamiento diario a la ciudad para regresar de nuevo a la pequeña aldea. Ya, ya estaba, se acabó. Número tres de su promoción. ¡Plaza asegurada! Encontrar el piso ideal no le fue difícil, la magia había llegado a su vida y los milagros se sucedían uno tras otro. En el número veintisiete de la calle Alameda, en el quinto A, prepararía su nido. Los álamos en hilera a lo largo de las dos aceras, con ese temperamento robusto que les caracteriza, eran un presagio de protección en el camino. Y lo compró. Y así se entregó en cuerpo y alma a la tarea de pintar, limpiar, amueblar y decorar la casa. El nuevo trabajo le trajo una estabilidad económica y una independencia que no había podido ni imaginar; siempre hundida en la miseria de doblegar su orgullo para pedir el dinero que le permitiese acceder a compras tan simples como una barra de labios. El disfrute de poder comprar lo que quisiese no tenía precio. Y como siempre, el trabajo le trajo más, mucho más. El reconocimiento de la tarea eficaz y el agradecimiento del bien que a su través otorgaba a los clientes fue inundándola de seguridad y autoestima, de ese amor propio del que tantas veces había carecido en su pasado. Ciertamente todo su ser reflejaba la luz de la felicidad que nos sorprende inocentemente y nos colma de paz y bienestar. Conoció a mucha gente en su entorno laboral, jefes, compañeros, colaboradores…
Surgió la amistad, ese don que en el compartir vivencias de todo tipo une los corazones de las personas que le abren la puerta. Aprendió a escuchar y también a captar todos los significados que se intentan esconder con timidez en gestos y miradas y desde los mensajes de ese silencio a voces, un día comprendió que Jorge la amaba. Los ojos, sus ojos eran muy especiales. Tenía buena planta el mozo y sobre todo era portador de una educación y una dulzura inusual en los hombres que ella había conocido. Cuando terminaba su jornada, Jorge volvía solitario a la habitación alquilada en la que se alojaba, también había llegado a la ciudad procedente de un pueblo lejano. Poco a poco y gracias al contacto obligatorio que sus tareas en el trabajo les propiciaban, nació en su relación una confianza franca y alegre. Comenzaron a tomarse juntos el café de la tarde, el cine de los domingos, el paseo junto al río y todos esos esparcimientos que animan tantos momentos de la vida. Y todos los preámbulos del amor se fueron diseminando para dejar paso a una historia llena de fuerza y pasión. La rueda de la vida les regalaba proyectos de boda para un futuro. Jorge dejó su habitación alquilada y el piso de la Alameda fue testigo del tierno romance. La casa de los espejos llamaba Jorge al quinto A. Uno en el lateral de la entrada, otro en el frente, la pared del fondo del pasillo con otro, alguno en cada habitación y dos en cada baño. No comprendía que fiebre era aquella que Elsa tenía por los espejos, además no le gustaba verse continuamente deslumbrado por su persona en el deambular por la vivienda;¡ tal pareciese que mil rayos de plata escarbasen en su interior buscando secretos!. Nunca nadie supo si en realidad eso fue lo que sucedió y los espejos parlaron misterios ocultos bajo la máscara de la belleza. Lo cierto es que una tarde se presentó en la casa una mujer muy hermosa con una pequeña niña en sus brazos y cuando Elsa le abrió la puerta la mujer entró y en aquellos espejos se reflejaron los ojos de la pequeña que eran los mismos de Jorge. Como gira la noria giró la vida entera, explicaciones, incredulidades, llantos… y el corazón roto…los corazones rotos. Jorge se fue con su mujer y su hija y ya al día siguiente le fue concedido el traslado en su trabajo a otra ciudad. Elsa ya no quería ese hogar. Los espejos le devolvían continuamente la imagen llorosa y pálida de una mujer acabada. No había conquistado su independencia con tanto esfuerzo para tirarla por la borda tan tontamente así que con decisión escribió con letras grandes en un cartel luminoso: “SE ALQUILA POR VACACIONES” y en letra menudita añadió: “en el amor”. Encontraría otro techo donde vivir su libertad y quién sabe si a la vuelta de las originales vacaciones la esperaría el amor de verdad.




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