Se alquila por vacaciones - Marián Muñoz




Aurina estaba este año muy animada para sacar la oposición, había hecho ya cuatro intentos, dándose a sí misma un ultimátum: la apruebo o lo dejo para siempre. Llevaba invertido mucho en academias y apuntes, mermando sus ahorros tras tanto intento fallido.

Al cabo de unos meses aprobaron los presupuestos y las plazas se duplicaron, faltaba más personal, creyó aumentadas sus posibilidades de lograr la tan ansiada plaza. En esta convocatoria iba a echar los restos. Decidió tomarse un año sabático en el trabajo para centrarse en los estudios. En casa de sus padres no había suficiente tranquilidad para lo que ella se proponía, la biblioteca pública estaba llena de jóvenes que atendían más a los sonidos del wasap que a los libros, y allí tampoco podía concentrarse. Acabó tomando la drástica solución de alquilar un piso en el extrarradio, un barrio tranquilo donde nada ni nadie la molestara. Su madre puso el grito en el cielo, pensando que iba a perder a su hija, pero ésta la convenció proponiéndola comer los domingos en casa y así comprobar que se encontraba bien.

Quiso el azar que el piso más idóneo estuviera en la parte antigua de la ciudad, un edificio viejo de cinco plantas sin ascensor, en zona peatonal y sin comercios. La altura era un cuarto, pero tenía buena distribución y unos grandes ventanales por los que entraba mucha luz. El salón, la cocina y un dormitorio daban a una plaza, y gracias a su altura no sólo contemplaba la totalidad del barrio sino que podía observar las idas y venidas de barcos en el puerto. Otro dormitorio y el baño daban a un patio interior pequeño, tanto que casi podía tocar la ventana del vecino de enfrente. Comprobó que el silencio reinaba en el edificio, tal vez por los anchos muros que lo sostenían. Se fijó en los buzones donde sólo leyó nombres con apellidos normales, nada de negocios o extranjeros, así que complaciéndola las condiciones del piso y la vecindad, el precio le resultó increíble, porque ciento cincuenta euros era una ganga.

Tras la firma del contrato y en posesión de las llaves, se mudó a su ansiado refugio. Una maleta grande con ropa y cosas de aseo, más otra con el portátil, los apuntes y temas de estudiar, fue el único bagaje que se llevó con ella. Para comer una ensalada, pasta o tortilla le bastaba el menaje que existía en el piso, teniendo en mente comprar sólo dos veces a la semana, porque subir las cuatro plantas cargada, podría ser cansino.

Se notaba que los muebles y enseres existentes tuvieron tiempos mejores, pero a pesar del desgaste aún resultaban cómodos y cogedores. Tras aprovisionarse en el colmado más cercano, comenzó su plan de trabajo. En la habitación interior desplegó su material de estudio y conectó la alarma del móvil para sonar en horas de las principales comidas, debía estar bien alimentada y descansada para rendir al máximo en el estudio.

Llevando ya un par de meses y más de de un tercio del temario aprendido, en el piso de al lado comenzó a oír molestos ruidos. Aguantó durante unos días, por ver si cesaban, en los que se compró tapones para los oídos, para amortiguar los sonidos. Tanto duraba aquello que harta fue a protestar al vecino. Las pintas no eran normales, un slip era la única prenda de vestir y por más que quiso ser amable, rogándole silencio, aquel tipo no la entendía ni ella a él, por lo visto era un guiri.

De nada sirvió su queja, porque los gritos, broncas y golpes de muebles eran constantes durante el día, y gemidos, jadeos y risas por la noche, ya que el dormitorio vecino estaba justo enfrente de su mesa de estudio.

Las molestias no cesaron a pesar de existir un día silencioso de por medio, el ruido volvía a imperar semana tras semana, observando que los escandalosos además de extranjeros eran siempre distintos. Escasas horas al día había suficiente tranquilidad para centrarse en su temario. Tan agobiada andaba que habló con el presidente de la comunidad. Éste lavándose las manos la dirigió al administrador de fincas, quien careciendo de empatía alguna le respondió que el propietario se hallaba trabajando en el extranjero y seguramente algún familiar alquilaba el piso por vacaciones.

Tras un verano desesperante y difícil para estudiar, fueron convocadas las oposiciones. Era el momento de hacer un último esfuerzo y repasar todo el temario para ir sobrada al examen.

Finalmente los escándalos habían cesado y la tranquilidad volvía a imperar en el patio interior. No olvidaba lo molestos que habían sido los inquilinos de al lado, ni la desconsideración de quien lo alquilaba, olvidándose de ello, decidió centrarse en lo suyo, afín de cuentas su futuro estaba en juego.

Los días transcurrían como ella planeaba, hasta que con ocasión de unas obras en la planta baja, una noche la almohada le susurró una gran idea para su venganza. Solía pasar gran parte de la noche estudiando, porque era el momento en que más rendía, y una noche de madrugada, bajó al descansillo inferior. Contra la pared había apoyados unos tablones de la obra, agarró uno con cuidado de no hacer ruido, y llevándolo a su casa, aprovechó el patio interior para apoyarlo entre la ventana de su estudio y la del dormitorio vecino, que siempre estaba abierta. Lo usó de puente para colarse en el otro piso. A pesar de padecer vértigo, la oscuridad de la noche le ocultaba la altura a la que se estaba exponiendo, y que con un traspié acabaría con algo roto sino con su vida.

Con destreza y cuidado se coló en su interior, ayudada de la tenue luz de su móvil, recorrió las estancias, admirando la elegante decoración minimalista, a pesar de utilizar esos muebles baratos de cartón que tanto se llevan ahora. Sin entretenerse más, se dirigió al baño, donde rápidamente puso el tapón en la bañera, el lavabo y el bidé, abriendo ligeramente los grifos para que unas ligeras gotas discurrieran sin problemas. Lo mismo hizo con el fregadero de la cocina, y sin perder el tiempo, regresó de vuelta, depositando el tablón donde originalmente lo había encontrado y sin que vecino alguno se percatara, tras esto se acostó en su cama bien complacida. Para no levantar sospechas tuvo la precaución de usar guantes de látex y forrar la viga con una camiseta, no dejó ni pizca de polvo tras de sí.

Aurina siguió con su vida rutinaria, dos meses más tarde diciembre ya estaba acabando y por supuesto llegando las navidades, sólo relajó sus actividades yendo a pasar Nochebuena y Navidad con sus padres. En Nochevieja siguió estudiando y una hora antes de la media noche, hizo un alto para tomar las uvas frente al televisor, recibiendo el año nuevo como se merecía, ya que era optimista en lograr su objetivo.

No consiguió comerse ni una uva, debido al alboroto en la planta de debajo suyo. Todos los vecinos se habían congregado en aquel piso, y sus propietarios histéricos intentaban desalojar enseres rápidamente, ya que de las paredes y del techo de la vivienda no paraba de manar agua. El felpudo había corrido escaleras abajo por un flujo del líquido elemento, los más apañados calzaban botas de agua e intentaban echar una mano a los desdichados que allí moraban.

El presidente de la comunidad no lograba contactar con el administrador, por lo que llamó a la policía, quien a su vez llamó a los bomberos, quienes forzaron la puerta contigua a Aurina, origen de aquella inundación. Para asombro de todos aquella casa era una completa piscina, gran parte de los muebles se habían deshecho y los que no, tenían formas tan raras que asustaban. La muchacha había olvidado por completo la excursión nocturna de hacía tanto tiempo, y no había contado con que su venganza afectara a otros. Aún así no abrió la boca procurando no levantar sospechas.

El vecino de abajo tardó en volver a casa, pues siendo un edificio viejo le costó mucho secarse, teniendo la suerte que el seguro del de arriba le pagó la rehabilitación del mismo, con muebles, suelos, menaje y ropa nueva de vestir. La peor parte la llevó el piso de alquiler vacacional, al quedar completamente destruido el suelo de madera y todos los muebles.

Aurina siguió con su ritmo de vida, aunque alguna molestia volvió a sufrir debido a las obras y reparaciones de las dos viviendas. Lo que no contaba era con la insistencia sospechosa del perito del seguro, un joven apuesto que quería hacer meritos en la compañía. Tras leer minuciosamente los informes de policía y bomberos, además de visitar las dos viviendas, se dio cuenta que la inundación había sido conscientemente provocada, y la única sospechosa era la muchacha vecina, por su historial de protestas y quejas en el vecindario. Aunque no se explicaba cómo habría entrado al no estar forzada la cerradura.

Dotado de una labia persuasiva y ademanes de conquistador, intentó entablar amistad con la muchacha para ver si en alguna conversación inocente conseguía pillarla en un renuncio. Objetivo que nunca lograba pues Aurina centrada en sus estudios continuamente le cortaba.

Llegado el día del examen, logró pasar prueba tras prueba y finalmente logró su objetivo tan ansiado, sacar la plaza de funcionario. Se hallaba en la tarea de llenar las maletas con sus cosas para regresar a casa con sus padres, ya iba siendo hora de descansar y disfrutar un poco de su compañía, más el perito viendo que su principal sospechosa se escapaba, le pidió el número de teléfono para seguir en contacto si a ella también le agradaba. Aurina no vio inconveniente y se lo dio. Actitud sibilina por parte del perito, pues acto seguido acudió al juzgado para ver si mediante la policía judicial lograba localizar por GPS el móvil de la muchacha en casa del vecino afectado.

Ella tranquila por su incipiente futuro, no sospechaba nada de los planes del joven pretendiente, aunque tampoco le importaban, pues en cuanto presentó los papeles para tomar posesión de su plaza, pidió destino bien lejos de su ciudad natal, por si en algún momento un listillo la imputaba por el tema de la inundación, teniendo mucho cuidado en su nuevo alojamiento de no tener un vecino con un piso de alquiler vacacional.

El perito no logró su objetivo, ya que el móvil de la sospechosa carecía de conexión de datos a internet, nunca podría averiguar si realmente había sido ella la causante de los costosos gastos.



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