Se alquila por vacaciones - Gloria Losada





 

Raúl y yo estábamos locos por disfrutar unos días de vacaciones en algún pueblo del sur donde hubiera abundante luz y calor. Ambos habíamos terminado nuestros estudios y encontrado trabajo enseguida, por lo que después de unos años de sacrificios, tanto económicos como de otra índole, ahora que por fin disponíamos de dinerito fresco deseábamos disfrutar un poco dentro de nuestras posibilidades. Alquilar un piso en cualquier pueblo de la costa sureña es tarea harto imposible cuando ya estamos metidos en mayo y el verano se ve a la vuelta de la esquina. Harto imposible para nuestro bolsillo de turistas pobres, claro. Cada día que pasaba las posibilidades de un verano al calor del sur se iban alejando a pasos de gigante. Así que cuando vimos aquel anuncio en un periódico apenas nos lo podíamos creer. “Se alquila por vacaciones, piso en primera línea de playa, tres habitaciones, dos baños y bla bla bla... doscientos euros mensuales”. Raul y yo lo leímos a la vez y nos miramos interrogantes. Aquello tenía que estar equivocado a la fuerza. Ni por una semana de alquiler cobraban tan irrisoria cantidad. Pero por llamar no perdíamos nada, bueno sí, la ilusión, porque aunque estábamos casi seguros de que era un error, en el fondo, y aunque no nos decíamos anda el uno al otro, deseábamos que los hados se hubiera puesto de nuestra parte y se tratara de una jugada maravillosa y estupenda del destino.

-Con llamar no perdemos nada – repitió mi novio. Y yo estuve completamente de acuerdo, así que no esperamos más, marcamos el número de teléfono nerviosos e impacientes, pusimos el manos libres para así poder hablar y escuchar ambos y esperamos. Un tono, dos, tres....

-Diga?

-Buenas tardes, mi nombre es Raúl y le llamo porque he visto que alquilan un piso muy barato durante las vacaciones y estaría interesado en él.

-No, joven, durante las vacaciones no, el piso está en alquiler todo el año, son los dueños los que se han ido de vacaciones y como no se sabe cuándo van a volver, probablemente nunca... pues han decidido alquilarlo. Pero si usted lo quiere para un mes de vacaciones, o menos, o más, no hay ningún inconveniente.

-Entonces... usted no es la dueña del piso.

-No, no, que va, yo soy la portera.

-Y... ¿nos pondría usted en contacto con los dueños, si fuera tan amable?

-¿Pero no le he dicho que los dueños están de vacaciones? Yo soy la que corre con todo.

-Se lo han encargado, entonces...

-¿A qué viene tanta pregunta? ¿Está usted interesado en el piso o no lo está? Tengo mucho trabajo y no puedo perder mi tiempo con desconfianzas absurdas.

-Disculpe, no era mi intención molestarla, por supuesto que me interesa, siempre que el precio sea el que pone el periódico...

-Claro que es el que pone el periódico, doscientos euros al mes. El piso está estupendo, tres habitaciones, dos baños, aire acondicionado, garaje, trastero, los muebles una maravilla, buenos, tal vez un poco antiguos porque los dueños ya son muy mayores pero... al fin y al cabo a usted le dará lo mismo, total para venir de vacaciones. ¿Qué? ¿Le interesa o no?

Nos interesaba, ya lo creo que sí. Aquel mismo día lo dejamos apalabrado y durante las siguiente semanas lo contratamos definitivamente, todo el mes, por supuesto, con semejante precio, como para dejarlo.

Raúl y yo estábamos felices y contentos, y alardeábamos con nuestros amigos por la ganga encontrada. Entre ellos las opiniones eran para todos los gustos, que si haber como estaba por dentro, que seguro que los muebles eran una mierda, que a ver si la portera era una mafiosa que se dedicaba a estafar a incautos como nosotros... tonterías nada más, que nos entraban por un oído y nos salían por otro. Estábamos seguros de que Carmita, la portera, con quién habíamos llegado a tener cierta confianza, era una mujer honrada y que nunca nos haría semejante cosa.

El tiempo pasó rápido y las ansiadas vacaciones por fin llegaron. Un sábado por la mañana pusimos rumbo al sur. Íbamos felices y exultantes. Tanto que ni siquiera nos cansaron tantas horas de viaje y nos presentamos ante la portería de Carmita frescos como lechugas. Allí, metida en un pequeño cubículo acristalado, estaba una mujer muy mayor, extremadamente delgada, con la cara surcada de profundas arrugas, que hacia calceta mientras murmuraba incongruencias y se reía sola. Mi novio y yo nos miramos. Como fuera Carmita la teníamos clara.

-Buenas tardes ¿Es usted Carmita?

La vieja levantó la mirada y con las mismas salió de su retiro a toda prisa.

-¿Raul y Marta? Buenas tardes chicos, creo que tenemos un problema.

Era evidente. No lo quisimos ver, y mira que todos nos habían advertido, aquella ganga no podía ser de verdad y al parecer no lo era. La vieja nos condujo escaleras arriba sin dejar de hablar por lo bajo. De pronto, al llegar al rellano del segundo, se paró ante la única puerta que había, se dio la vuelta y nos habló.

-El otro día subí a limpiar y me di cuenta de que Armando y Juventina no se habían marchado de vacaciones, solo estaban durmiendo. Pero vaya, que no creo que les importe que paséis con ellos vuestras vacaciones, son muy buena gente, y muy afables con los forasteros.

Mientras aquella loca metía la llave en la cerradura me entraron unas tremendas ganas de llorar, de gritar, incluso, por qué no, de asesinarla, total ya era una vieja y no le iban a quedar muchos años más de vida, y nuestras vacaciones habían llegado a su fin incluso antes de comenzar por culpa de ella. Hice ademán de dar la vuelta y bajar las escaleras, pero mi novio me retuvo y con un gesto me indicó que le siguiéramos la corriente a Carmita. Así pues entramos en el piso detrás de ella, estaba oscuro, olía a cerrado y el calor era sofocante.

-Armando... Juventina... es hora de despertarse que ya habéis dormido demasiado. Mirad, os traigo a los dos chicos que van a pasar las vacaciones con vosotros ¿recordáis que os lo prometí? Ellos os cuidarán y así no os sentiréis tan solos.

Entró en una habitación oscura y abrió la persiana. La claridad alumbró dos cuerpos momificados metidos en la cama. Días después la policía dijo que llevaban muertos más de diez años. Armando y Juventina solo se habían tenido el uno al otro y se habían marchado de vacaciones eternas. Carmita fue parar a una residencia de ancianos. Y nuestras vacaciones consistieron en regresar de vuelta a casa tan pronto como pudimos. Eso así, al año siguiente nos desquitamos y nos fuimos París.

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