El exceso de familia no dejó más
lugar para el piano que
una esquina del almacén, debajo de las morcillas
que, como pendones negros, colgaban orgullosas del techo. Luis
dedicaba todo su tiempo libre a la música, mientras las palabras de
su padre, reacio al camino elegido por su hijo, martilleaban en su
cabeza “Yo,con las morcillas, he podido comprarte el piano. A ver
si tú, con tu música, consigues comprar las morcillas que calmen tu
hambre.
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