Estímulos - Dori Terán



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El rostro demacrado y desnutrido, el gesto sombrío y poco saludable. Ese era el aspecto que habitualmente presentaba el bueno de Daniel. En su día a día nunca encontraba el momento de comer y tampoco el de dormir. Estudiar para la oposición iba a acabar con la salud de su cuerpo porque con la de su ánimo ya había acabado. Había momentos en los que la angustia le atenazaba el alma hasta empequeñecérsela y experimentaba una fatiga severa y bochornosa. En otras ocasiones una hostilidad agresiva y repentina se adueñaba de él sin pedir permiso hasta llegar a hacerle sentir un dolor lacerante en el pecho. La situación le hacía recordar aquellos episodios vividos en su segundo año de carrera cuando era un ferviente consumidor de anfetaminas en las épocas de las pruebas de evaluación. Había comenzado a tomarlas para resistir la sensación de sueño y de hambre y para experimentar la oleada de energía que le invadía tras la ingesta. El corazón y la respiración se le aceleraban y era capaz de comerse el mundo con todos los filósofos de sus exámenes incluidos. Pero ahora no, ahora no consumía. El precio del desenganche había sido muy elevado tanto en sufrimientos como en dineros. Ahora se mataba por hacer aquel sobreesfuerzo sin la droga y no le era posible y encima sentía los mismos perversos malestares. ¿Cómo lo haría Manuel? Estudiaba como un condenado a trabajos forzados y sin embargo se le veía tan lozano. Una tarde que coincidieron en la biblioteca, se lo preguntó. –“Como muchas coles y si son las de Bruselas, mejor”, le contestó. Y como un docto nutricionista siguió:-“Tienen vitamina C y son revitalizantes, activan las defensas inmunológicas y protegen de muchas enfermedades. Son depurativas y el azufre y potasio que contienen en abundancia te llenan de energía y buen proceder de muchas importantes funciones del cuerpo, Danielito”. Y dándole una palmada en la espalda volvió a sus libros sonriendo pícaramente. Daniel comenzó a desayunar, almorzar y cenar coles de Bruselas a pesar de no gustarle su sabor. Deseaba que corriese el tiempo para comprobar los efectos del alimento en su cuerpo y su salud, ya sospechaba el que por cuatro días no iba a tener resultados. Lo que Daniel no se podía imaginar pues bien se reservó el secreto su compañero, es que Manuel acompañaba todos los menús de un crianza gran reserva dotado de los aromas más estimulantes y placenteros del mundo.




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