Rebajas de pega - Gloria Losada





Marta no era la misma desde que su maravilloso marido la había mandado a tomar por culo después de diez años de idílico matrimonio. Un buen día le dijo que se había dado cuenta de que la quería como una amiga, y eso de no eres tú, soy yo y las típicas chorradas con las que se quiere maquillar una decisión tomada. Hizo las maletas y se marchó con otra. Y Marta, la chica siempre alegre, la que hacía de las dificultades su piedra de toque para salir a flote, la que en el peor día de su vida era capaz de ver algo positivo, se hundió. Su mirada perdió brillo y en sus ojos siempre estaba dispuesta a aflorar alguna lagrimilla traicionera. Había que hacer algo para que de una vez por todas se olvidara de aquel cabrón y volviera a ser la de siempre, que hombres en el mundo hay a cientos y ninguno merece que una mujer se entierre en vida por su causa.
Hacía seis meses del abandono y en un mes más Marta cumpliría cuarenta años. Así que hablé con Lidia, la tercera en discordia, con el fin hacerle a nuestra amiga común un regalo que no fuera fácil de olvidar, una gran fiesta o algo así, algo que consiguiera animarla. Hicimos cábalas durante unos días, hasta que una tarde Lidia me llamó por teléfono absolutamente entusiasmada.
-Ya tengo el regalo perfecto. Voy ahora mismo a tu casa y te explico – me dijo.
Ya en mi casa, delante de unos cafés, me puso delante de las narices la página de contactos de un periódico. Un anuncio enorme de un... gigolo, puto, o como quiera que se llamen. Pues nada, que el tío ofrecía sus servicios a precio de rebajas, como estábamos en enero y tal, pues se apuntaba al carro de los descuentos.
-Estos tíos cobran una pasta, así que podemos aprovechar que está de rebajas. Le pagamos un buen servicio y que ponga a Marta mirando pa Cuenca, que la pobre seguro que no se ha comido un rosco desde que Javier la dejó.
Al principio me pareció una idea descabellada, pero poco a poco, según Lidia iba hablando y mostrando argumentos, ya no me lo pareció tanto, así que llamamos al tipo y dos horas después estábamos delante de él concertando el servicio. Confieso que yo estaba un poco violenta, puesto que aquel morenazo de cuerpo impresionante no se cortaba un pelo preguntándonos que queríamos que le hiciera a nuestra amiga. Yo abría poco la boca, pero Lidia, que tampoco se cortaba un pelo, ya lo hacía por mí. Pues hazle eso y esto otro y lo de más allá. Lo importante es que nuestra amiga quede satisfecha y bla, bla, bla.... y mientras el tío apuntaba en una libreta y echaba cuentas.
Cuando consideramos que ya estaba bien, se pasó un rato mirando sus notas y luego dio el veredicto final, quinientos euros del ala.
Lidia y yo nos miramos durante una milésima de segundo y durante un rato más no supimos qué decir. Finalmente yo dí el paso.
-¿No es un poco caro? El anuncio del periódico decía que estabas de rebajas. No sé si...
El tipo sonrió con una condescendencia que me irritó sobremanera, se repantigó en la silla y comenzó a desglosar su tarifa y a explicarnos como si fuéramos dos estúpidas, con su marcado acento caribeño.
-Mira chica, esto es como en las tiendas ¿sabes? ¿Te ponen todo de rebaja? No, ¿verdad? Pues aquí es lo mismo. Lo básico es lo que está de rebajas, que en este caso es el polvo normalito, sin extras. El precio normal son doscientos euros y te lo estoy cobrando a cien. Luego están los productos de continuidad, que esos no tienen rebajas, besos con lengua, atarle las muñecas a la cabecera de la cama, vendarle los ojos, chuparle el....
-Vale, vale, no hace falta que nombres todos los extras, nos hacemos cargo – dije intentando cortarle su perorata.
-Pues eso, morena – prosiguió – Y luego está lo de nueva colección, porque si tengo que fingir con ella un encuentro casual, eso ya es una nueva faceta de actor que me parece bien, es más, la voy a incluir en mis servicios, pero tiene su coste y como es la primera vez... pues eso, nueva colección. Quinientos euros.
Aquel muchacho se creía muy listo. Se notaba a las leguas que nos estaba tomando por imbéciles. Así que me levanté de la silla muy digna, tomé a mi amiga del brazo para que hiciera lo mismo y me despedí.
-Pues guárdate tus servicios, majo, que nuestra amiga no está tan desesperada y seguro que encontraremos por ahí algo mejor. Buenas tardes.
-Bonita manera de hacerme perder el tiempo – dijo el muy estúpido.
-Bueno, tú has hecho un presupuesto y nosotros no lo hemos aceptado. No nos convencen tus rebajas y da gracias que no te denunciamos en la oficina del consumidor.
Así que estábamos como al principio, con el cumpleaños de Marta más cerca, con ella igual de mustia y sin regalo.
-Pues propongo ir a las rebajas de verdad y comprarle un abrigo, que el que tiene está muy viejo –propuso Lidia.
Así hicimos, con tan buena suerte que se lo compramos grande y lo tuvo que ir a cambiar. El dependiente que la atendió era un chico muy majo, trabaron conversación, la invitó a un café y hace unos meses que se casaron. Están completamente enamorados y Marta ha vuelto a ser la misma. Él también ha cambiado mucho, ha dejado su vida anterior, la de dependiente no, la de gigolo. Sí era el mismo, menos mal que no hicimos caso de sus rebajas y lo que pretendíamos nos salió gratis.






Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario