Hoy Martín,
llevaría a cabo su plan para llamarle la atención. Lo único que
sabía de ella era que se vestía de la misma forma que se peinaba,
muy sofisticada, que siempre llevaba un libro en sus manos, que
trabajaba en los juzgados y que cada día se tomaba un café con
leche que él mismo le servía a las once y cinco minutos de la
mañana.
Preparó un
encuentro casual fuera del trabajo. Se hizo el carnet de la
biblioteca y sacó uno de los clásicos griegos, eligió el libro más
grueso del estante, eso no fallaría. Lo metió en la bolsa de maya
de red para asegurarse que ella lo viese.
A las once menos
cinco se plantó en la puerta de los juzgados ensayando una y otra
vez el encuentro.
La vio aparecer. Iba de la mano de otra chica tan sofisticada como
ella y Martín tubo un pensamiento fugaz. Las chicas se despidieron
con un beso. Luego ella se dirigió sola a la cafetería y Martín a
la biblioteca a devolver el libro.
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