Hace
algunos años estaba pasando por unos malos momentos y una amiga me
había invitado a pasar el fin de semana en su casa, en la capital.
El primer día ya nos entregamos locamente a la noche, de garito en
garito en un Madrid intrigante, mágico que a mí me llenaba de
curiosidad. No encontramos nada especial aunque sí disfrutamos un
concierto de un ídolo para mí, el gran David Bowie. Al día
siguiente los planes tomaron otra vertiente y nos fuimos a un
autentico karaoke, regentado por japoneses. Nos acompañaban unos
antiguos compañeros de instituto de mi amiga a la que invitaban a
whisky y a mí a cerveza (por orden de mi colega). La noche prometía.
Después de tres cervezas me marqué "la puerta de Alcalá"
a dúo con uno de sus compañeros. No sé cómo ni cuando perdimos a
estos chicos y nos hicimos amigas de otros dos más maduritos. Uno de
ellos era un músico, el otro abogado, y mi amiga los invitó a su
casa. Tenían una conversación muy agradable, pero yo me quedé
frita. Al día siguiente, que ya era domingo, me encontré con una
nota escrita por el abogado, me invitaba a ir al cine y nos citamos a
las 8 porque a las 7 ya había quedado en ver a Dani, un colega de
Asturias. Sería ya mi último día en la capital, el lunes me
subiría en un Alsa rumbo a mi tierra.
Mientras
esperaba a Dani frente a una gran tienda de discos de la Gran Vía,
observé que allí quedaba todo el mundo, como en Avilés la gente
queda con otra gente en el Ayuntamiento. El caso es que yo llegué
muy pronto o Dani se retrasaba. No tenía reloj y en aquellas fechas
aún no se usaba tanto el teléfono móvil, así que le pregunté la
hora a un hombre joven que también parecía estar esperando, aunque
nunca supe a quién. Este chico era moreno, más bien negro, me dijo
la hora tartamudeando y me fijé en sus ojos, así como el Bowie pero
en africano, con sus ojos de distinto color, el derecho era verde y
el izquierdo era marrón. Me quedé flipada mirándolo no estaba nada
mal, era bastante alto, podría ser corredor, pero no lo llegué a
saber tampoco porque no fue mucho tiempo de conversación. Yo también
debí gustarle; quizás por eso ya no se despegó de mi.
Cuando
vino mi amigo Dani, los presenté, le dije que nos ibamos a comer una
hamburguesa y el chico se auto invitó. En el momento que se fue al
baño aproveché para contarle a Dani que el africano lo acababa de
conocer y que debía darle esquinazo pues me iba al cine con el
abogado. Dani me dijo, "bueno, yo no sé lo que prefieres, que
te hablen de leyes o tener a tu lado a un superdotado, porque el
negro está bueno lo mires como lo mires". "Ya guapo, pero
yo no tengo ganas de rollos con nadie, por eso sólo me voy al cine",
le contesté.
Salimos
de la burguer y el africano me seguía acompañando, hasta que llegó
el abogado en su coche. Dani se despidió de mi con dos besos y all
moreno le dije adiós para irme a ver la peor película que puedes
elegir cuando estas con depresión "Abre los ojos" de
Amenabar. Hay momentos para todo; pero para todo no hay amigos. Tenía
que rehacer mi vida, pero no iba a ser en Madrid, ni con un abogado,
ni con un africano, tenía que encontrarme a mi misma.
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