Acabábamos de casarnos - Marga Pérez








Acabábamos de casarnos. Era lo que tocaba después de tres años de noviazgo y ocho de convivencia ¿no os parece? O nos casábamos o se acababa, le dije a Luis ya harta de que dilatase la decisión . Fijamos la boda para el doce de Mayo y empezamos los preparativos. Me habría ido, os lo aseguro, no sabéis lo cansada que me tenía . En ocho meses preparé una boda espectacular: doscientos invitados, restaurante de lujo, iglesia preciosa, detalles para todos, fotocall, farolillos de fuego, música clásica, barra libre, zapatillas para las chicas, espacios chill out, velas, baile... no faltó de nada. El vestido fue lo que más me costó encontrar. El mio. El de Luis enseguida lo compramos. Lo tenía claro, chaqué azul. El mío también lo tenía claro pero cuando me vi dentro de él no me gusté. El palabra de honor tenía que ir muy ajustado para que no se bajase y los rollos se hacían muy evidentes. Todos los días Luis me lo decía : como un botijo ¿no podía compararme con algo más fino?Ya me decía mi madre que la delicadeza no era su fuerte. Encontré, después de mirar muchos, un vestido precioso, muy parecido al ideal. Quería adelgazar, al menos cinco kilos en los cuatro meses que faltaban. No habría problema en arreglarlo me dijeron solícitas en la tienda. Lo compré ilusionada. Me quedaría estupendo un poco más delgada. Pensé que adelgazar tan poco en tanto tiempo sería una chorrada.Ya, ya...
La boda se acercaba y yo iba en aumento. Teníamos que entregar las invitaciones . Tomarnos algo con cada uno. Celebrar la boda con antelación con conocidos nuestros, conocidos de nuestros padres, conocidos de nuestros amigos... No estaban invitados a la boda pero nos habían hecho un regalo. Siempre con una copa, pinchos, dulce, o tras un mantel .Los nervios. La ansiedad. Todo tenía que ver para que engordase. Luis pasó a llamarme tinaja. Botijo debió parecerle poco.
Se acercaba la boda y tenía que probar el vestido. La cremallera no llegaba a cerrarse y la tela que tenía para sacar era muy poca. Habría necesitado otra talla que no tenían . No había tiempo de pedirlo, ni de adelgazar ni de buscar otro. Lo arreglaron lo mejor que pudieron y el día de la boda estaba radiante. Apretada pero radiante, como todas las novias.Camino del altar del brazo de mi padre vi la cara de Luis . No era la cara de felicidad y emoción de todos los novios. No. Era la cara de desaprobación de mi Luis. No le gustaba así vestida. No podía disimularlo. Lo conocía muy bien. Fueron muchos años viviendo juntos. ¡¡ Bien empezábamos!!
Acabábamos de casarnos y empezaba nuestra luna de miel. Los dos teníamos claro que Marruecos iba a ser nuestro destino. Desde que vi una foto de las dunas de Erg Chebbi le di la tabarra con ir. Después de mucho machacar conseguí el compromiso de que sería en nuestro viaje de novios. A pesar de comprometerse antes de saber cuando nos íbamos a casar, Luis no rechistó cuando le di los papeles de la agencia de viajes. Estaba entregado.
Cogimos un avión rumbo a Marrakech. Yo quería ir al desierto. Ver las dunas. Dormir bajo las estrellas en una haima. Subir en un dromedario o un camello, me daba igual. Ponerme en la cabeza ese turbante tan bonito de los tuaregs. Visitar un oasis, y, si se desencadenase una tormenta de arena, mejor .¡ Menuda aventura! ¡Sería genial!
La llegada a Marrakech fue con el piloto automático puesto. Apenas habíamos dormido un par de horas antes de salir para el aeropuerto. Nos metimos en la cama nada más llegar. No penséis en nada sexual. Cada uno a su esquina a dormir. Estábamos hechos papilla . Nos levantamos al día siguiente para el desayuno y Moha nos esperaba en el comedor para organizar con nosotros la salida hacia Ouarzazate, al sur de Marruecos, desde donde saldríamos hacia el desierto, después de dormir en un pequeño hotel. Las dunas de Erg Chebbi eran el plato fuerte. Allí dormiríamos la siguiente noche en una haima. El plan era estupendo y Moha encantador. Creo que hasta me ponía ojitos cuando Luis estaba distraído.
Colocamos lo mejor que pudimos nuestro equipaje en un 4x4 atiborrado de bultos. La mañana resultaba perfecta para viajar y teníamos por delante más de cinco horas de viaje .Salimos nada más desayunar. Luis no abrió la boca en todo el camino. Moha lo compensó contando mil y una historias del desierto. Curiosidades. Leyendas de camelleros sin final feliz que ponían los pelos de punta. Pensé que quería crear un ambiente de misterio... se equivocaba de medio a medio. Luis tenía cara de estar muy molesto. No lo disimulaba. Su actitud ya la conocía. Sabía que hiciese lo que hiciese yo sería el blanco de su enfado así que opté también por callar. Moha captó la indirecta y dejó de ser dicharachero. Entramos en Ouarzazate en silencio. Luego me enteré que su nombre significa "sin ruido" y me alegré. Era como teníamos que entrar.
El hotel era pequeño. No más de diez habitaciones. Coqueto. Tenía una decoración muy árabe: alfombras, sillones bajos, almohadones, velos, luces escondidas, tules, telas, inciensos, olores... Luis se metió en la habitación nada más llegar. Yo estaba seca y pasé antes por la cafetería. Sin Luis cerca pude captar las miradas que despertaba mi presencia. Todos los hombres lo hacían sin ningún recato . Sonreían abiertamente. Me guiñaban el ojo. Coqueteaban. Los camareros se disputaban el poder atenderme... hacía mucho tiempo que no me sentía tan halagada..
Subí a la habitación . Luis dormía a pierna suelta, sin desvestirse, sobre la colcha . Me duché con calma. Preparé la ropa para la cena. Mandé varios mensajes. Salí a la terraza. El paisaje era de las mil y una noches. Estuve un rato asomada. Me empapé de sus olores, colores... de su luz. ¡Que bien me sentí ! Me arreglé para le cena. Puse el único vestido que había metido. Sandalias. Melena suelta. Raya negra en el párpado. Labios rojos. Colorete. Estaba guapa de verdad. Bajé sola. A Luis no fui capaz de despertarlo. Mejor. Pensé que el descanso mejoraría su humor. Al día siguiente íbamos a ir al desierto.
Acabábamos de casarnos y bajaba sola a cenar . Fui el centro de atención de todas las mesas. De todos los camareros. Alguno se insinuó abiertamente. Otros me invitaron a una copa, un café. Cené estupendamente. Después no me apeteció subir a la habitación . Quedé charlando un rato con Moha. Pude pasar la noche con él, en su habitación, pero... me fui a la mía. Luis no se enteró.
Al día siguiente amaneció con desgana. La misma que teníamos Luis y yo . No nos habíamos tocado desde varios días antes de la boda. No me apetecía. Luis era un misterio . Que no me deseaba era evidente pero no decía esta boca es mía. Estaba enroscado.
Después de desayunar en silencio salimos con Moha en su 4x4. El trayecto hacia el desierto era por carretera. Bastantes kilómetros. En un punto que ya no recuerdo dejamos el coche y subimos a los dromedarios. Todavía me duele el cuerpo del vaivén. El paisaje si, muy bonito. El cielo, diferente. El sol, calentito calentito. Cuando llegamos a la haima sólo me apetecía una cama . Dormimos en una esterilla, en el suelo. Todo muy idílico. Muy auténtico. La noche estrellada sobre la duna espectacular, pero... Daba algo por volver a casa. Recuperar a mi Luis. Mi vida.
La estancia en la haima tuvo algo positivo . Uno de los camelleros quiso cambiarme por varios animales y tierras. Luis no salía de su asombro cuando Moha se lo dijo. Tuvo que oir piropos hacia mi y no sólo del camellero. Yo era el prototipo de la mujer que les gustaba. Morena. Con carnes. Ojos oscuros. Melena abundante.
Volví con la autoestima por las nubes. Luis cambió bastante . Creo que se dió cuenta que gustaba a otros hombres. Empezó a valorarme. Si alguna vez lo olvidaba sólo tenía que decirle que me iba al desierto a ver las estrellas. Enseguida se desenroscaba y en ambos se encendía la pasión. Tuvimos fantásticas lunas de miel desde que volvimos de Marruecos.









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