.-“
Niña no te tragues el chicle que se te pegará en la tripa”. Me
decía mi madre cuando era pequeña y yo imaginándome mis tripas
llenas de aquella goma pegajosa procuraba no tragarlo, pero nada me
dijo sobre qué hacer con él cuando estuviese ya gastado. Una vez
hice con él una bola y lo pegué bajo la mesa. Mi madre lo descubrió
y me pegó un zapatillazo. En otra ocasión lo dejé posado sobre el
asiento, sin imaginar que podría venir una vecina a vernos y
sentarse precisamente sobre aquella bolita que aún podía haber
seguido masticando, pero la señora se la llevó pegada en su
trasero, bueno, en su vestido y mi madre tuvo que comprarle uno
nuevo. Aquella vez además del zapatillazo, casi me condena a cadena
perpetua. Pero no fue lo peor, lo más horrible fue cuando me quedé
dormida con el chicle en la boca y se cayó sobre mi pelo. Entonces
me llevaron a la peluquería y para arreglar el desastre… Me
cortaron el pelo como a un niño, no recibí castigo de ningún tipo
por parte de mi madre; pero parecía una niña sacada de un campo de
concentración. Con aquellas pintas a mis trece años, yo misma me
autocastigaba no saliendo de casa. Podían haberme dicho simplemente,
no masques chicle o te cortaran el pelo y ya lo habría entendido.
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