Todo comenzó la
mañana en que recibí una llamada telefónica del Banco reclamando
el pago de un recibo de la hipoteca. Imposible. En aquella cuenta
estaban domiciliadas la nómina de mi marido y la mía y en conjunto
pasaban ligeramente de los cuatro mil euros. Teniendo en cuenta que
no habíamos tenido gastos extraordinarios y que de hipoteca
pagábamos apenas seiscientos euros era imposible que se hubiera
esfumado el dinero. Lo cierto es que en la familia el que se ocupaba
de los asuntos económicos era mi marido, así que en cuanto llegó a
casa le pedí explicaciones. Me dijo que no sabía nada, pero que
mañana mismo pasaría por el banco para asegurarse de que todo era
un error, no podía ser de otra manera. Efectivamente al día
siguiente todo se aclaró. Se había debido a un error y nuestra
cuenta volvía a estar saneada. No sé por qué no le creí. Los
bancos nunca tienen errores informáticos, o casi nunca, así que
aquella misma tarde fui al cajero y comprobé por mi misma que
efectivamente la equivocada era yo. Todo estaba en orden.
Mi marido y yo jamás
habíamos tenido problemas. Hacía más de veinte años que nos
habíamos casado. Puede que egoistamente, no habíamos querido tener
hijos para poder disfrutar más de la vida y así había sido hasta
el momento. Salíamos a diversas actividades y viajábamos todo lo
que podíamos. Se suponía que éramos muy felices, se suponía,
porque a raíz de aquel incidente comencé a pensar que tal vez
nuestra felicidad fuera solamente eso, una suposición, una
impostura, una película de ficción.
Estuve durante una
semana dándole vueltas a la cabeza. Y como finalmente vi que no era
capaz de olvidarlo decidí investigar. Comprobé que en la cuenta en
la que teníamos los ahorros faltaba una sustanciosa cantidad de
dinero, parte de la cual había sido traspasada a la cuenta de las
nóminas. Estaba claro que allí pasaba algo extraño. Como nunca
tuve muchas dotes de investigadora decidí contratar a un detective.
Le dije que siguiera los pasos de mi marido uno por uno y que solo
acudiera con resultados cuando realmente los hubiera. El hombre, un
tipo que parecía sacado de una serie policiaca de los setenta, me
dijo que no me preocupara, que él era el mejor y que si realmente
estaba ocurriendo algo raro pronto lo descubriría.
El haber puesto el
asunto en manos de un profesional hizo que me olvidara un poco del
tema. Por otro lado los meses fueron pasando sin ningún resultado y
mi marido seguía siendo el de siempre. Así que el incidente del
banco y mis absurdas paranoias fueron cayendo en el olvido total y
absoluto. Hasta que llegó el momento de planear las vacaciones.
Ambos teníamos ganas de marchar un mes a descansar a la Toscana.
Habíamos hablado de alquilar una casa en plena naturaleza y
dedicarnos poco menos que a la vida contemplativa. Y mi socio en la
vida comenzó a poner excusas, que si sólo podía tomarse quince
días de vacaciones, que si los otros quince tenía que acudir con
sus jefes a no sé dónde a cerrar un negocio muy importante, que si
había mirado casas en la Toscana y los alquileres eran
increíblemente caros, que tal vez fuera mejor conformarse con una
semanita en Menorca y bla, bla, bla. Las sospechas que habían
desaparecido meses atrás renacieron en toda su crudeza y, lo que son
las cosas, al día siguiente recibí la llamada del olvidado
detective citándome en su despacho. Me puse ligeramente nerviosa. El
hombre me había dicho que me llamaría con resultados y debía de
tenerlos. Por si acaso, y puesto que no soy mujer de llorar por las
esquinas, me alquilé la casa en la Toscana, a la que sospechaba que
me iría sola para reponerme de la presumible tragedia que se
avecinaba.
El despacho del
detective seguía siendo tan sórdido como la primera vez. Me hizo
sentar frente a él, al otro lado de la mesa y sacó un abultado
sobre en el que al parecer se guardaban las pruebas de lo que fuera.
Comenzó a sacar papeles y mientras, me iba contando, así a
bocajarro, sin la menor consideración de mi desgracia.
-Como puede usted
ver por los comprobantes bancarios su marido juega con cantidades de
dinero, las cambia de una cuenta a otra, algunas se las gasta... es
muy astuto, y como a usted las cuestiones monetarias le interesan más
bien poco...
Aquel comentario me
hizo sentir un poco incómoda, yo no estaba allí para que juzgara mi
forma de vida y así se lo dije. Me miró con cara de estúpido y se
encogió de hombros. Se abstuvo de pedir disculpas y siguió
hablando.
-No voy a andarme
con muchos rodeos. Su marido tiene una amante. Es una mujer oriental,
que vive en un apartamento de lujo en Valladolid, cuyo alquiler abona
su marido puntualmente. Por cierto como puede usted ver, le subieron
el sueldo hace unos meses y gana bastante más de lo que a usted le
hace creer. Esa mujer se llama Shing Hio. Es jefa de departamento en
la central de la empresa, en Madrid. Todos los viernes, cuando le
dice que tiene reuniones importantes, se van a cenar al mismo
restaurante. Las cenas son caras, no se lo voy a negar. Le hace
regalos de vez en cuando, que van desde estúpidos ramos de flores
hasta un collar de esmeraldas cuyo precio puede verlo usted misma –
dijo mientras me extendía la factura, cuyo importe me mareó
ligeramente – Y lo más importante de todo. Esa mujer se encuentra
embarazada de cuatro meses y se van a ir de vacaciones a Thailandia
los quince primeros días de agosto.
Aboné los
honorarios y salí de allí envuelta en una mezcla se sensaciones
cada cual más extraña. No sabía por qué me estaba haciendo
aquello ni cuando pensaba confesármelo todo, bueno eso último sí,
desde luego de aquella noche no pasaba.
Cuando llegué a
casa extendí el contenido del sobre, las pruebas del delito, sobre
la mesa del comedor. Había hasta fotos de la dulce pareja en actitud
cariñosa. Aguanté como pude las ganas de llorar. Me tomé un par de
copas para coger fuerzas y me senté a esperar. Llegó a la hora de
siempre, contento como siempre, me dio el beso de siempre y comenzó
a contarme su estúpida jornada como siempre. Yo me levanté del sofá
y le pedí que me acompañara al comedor. Lo puse delante de la mesa
y no dije nada. Su semblante se puso pálido como la cera. No sé
cuánto tiempo nos mantuvimos en silencio. Luego él comenzó a
titubear, buscando excusas que no era capaz de encontrar.
-Esto... no es lo
que parece... yo... te lo puedo explicar... ella me amenazó con
echarme... no me podía quedar sin empleo....
-No me vengas con
cuentos – le espeté furiosa – Todo esto es la prueba de la
verdad, me dan igual los motivos. Te doy dos horas para hacer las
maletas y desaparecer de mi vista.
Al día siguiente me
fui a la Toscana, adelanté el viaje, lo necesitaba. Y allí me quedé
mi mes de vacaciones, y el siguiente y el siguiente más. Había
encontrado el mejor lugar para olvidar. Pedí una excendencia en el
trabajo y nombré un representante que me llevara los asuntos del
divorcio. Aquí conocí a Pietro. Es mi vecino. Un hombre encantador,
soltero, guapo, un poco más joven que yo... me ha enseñado a hablar
italiano y me ha dado alguna que otra alegría al cuerpo. Ayer me
dijo que me quería.
-No me vengas con
cuentos – le respondí con una sonrisa.
Él no me entendió,
es igual. No pienso volver a tropezar en la misma piedra. Simplemente
voy a disfrutar.
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