Una consulta médica - Marian Muñoz

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Mi ritmo de respiración volvió a la normalidad, con estos calores y en mi estado, cada vez me costaba más caminar sin cansarme, mis piernas siempre estaban hinchadas y mi cuerpo siempre llegaba a los sitios antes que mis pesados pies, como si ellos fueran a cámara lenta y yo a paso normal, una sensación muy rara que no había tenido en mis otros embarazos. Siempre me ha gustado llegar veinte minutos antes a las consultas médicas, prefiero esperar a que luego me reprochen el retraso, aunque para retrasos los que imponen todos los galenos, porque sabes a qué hora debes llegar, pero nunca a la que sales de allí.
En esta ocasión mi adelanto no fue tanto porque debido al peso de ser una y medio, tardaba más en llegar a mis citas. En esta ocasión la visita era a la ginecóloga, una doctora que ya me había atendido en mis otros dos embarazos y quedé tan contenta que he vuelto a repetir con ella. A pesar de estar repleta la sala de espera, funciona tan bien el aire acondicionado que no se nota ni pizca el calor. Al ser común para los cuatro médicos, siempre está a rebosar y según en qué épocas, es difícil conseguir un asiento, más en esta ocasión fue llegar y tras dar mis datos en recepción, me dejé caer en el más cercano a la puerta para que se me viera mejor y me llamaran antes. Los niños habían quedado a cargo de mi madre pero no quería abusar de su generosidad, ya lo hacía bastante durante el curso escolar.
Para entretenerme en la espera siempre me fijo discretamente en las otras pacientes, casi siempre han sido mujeres, salvo algún acompañante masculino impaciente por ser padre. Por naturaleza soy tímida y me explayo poco en conversaciones, más bien soy buena oyente y siempre hay quien por nervios o costumbre, me cuentan cosas que enseguida olvido, salvo que puedan ser de mi interés. En esta ocasión me llamó la atención una señora mayor, y digo mayor porque a mis cuarenta años ella aparentaba más que yo. Su barriga de embarazada no era como las del resto, tenía un no sé qué más parecido a un cojín que a un bebé en su interior, y para colmo, no paraba de preguntar a la que tenía al lado sobre los síntomas del embarazo, los cuidados y los preparativos para el parto, su contertulia parecía encantada de contárselo sin ningún reparo. Pero a mí me olía a chamusquina, debe ser deformación profesional, pues soy fiscal en un juzgado y siempre estamos metiendo las narices en las vidas de los demás, investigando para poder hacer justicia.
No estaba en nuestros planes ser familia numerosa, pero después de estar unos cuantos años como fiscal interina, logré la plaza definitiva. Monchín y yo nos fuimos a celebrarlo en un fin de semana con marisco y spa, un todo incluido sin control que nos ha dejado este grato recuerdo, un bebé del que aún no sé el sexo porque según la doctora, es más púdico que yo y no se deja ver. Espero que hoy podamos dilucidar si llamarlo Juan o Belén, que sus hermanos arden en deseos de saber si van a tener un competidor.
Volviendo a la señora mayor, imaginé mentalmente cual sería su motivo principal para aparentar estar preñada, para mí era evidente que no lo estaba, todo era un paripé y tanta pregunta era muy sospechosa. El caso es que su cara me quería sonar, sin caer en donde o cuando la había visto, aún así no dejaba de observarla, con discreción por supuesto, hasta que la llamó el doctor Valverde, y en ese momento caí en la cuenta de quién era, Silvia Moray, la actriz cómica que llevaba tiempo retirada del candelero. Ahora ya no sabía qué pensar, si estaría metiéndose en el papel de embarazada para alguna película, o si realmente iba a ser una madre añosa, aún más añosa que yo.
Una sala de espera da mucho para observar, pensar y hasta olvidarse de para qué estamos allí, o ¡tal vez es que soy despistada! Cuando oí mi nombre, había pasado tanto tiempo de mi llegada que era como si viviera allí desde siempre, una pierde la noción del tiempo y hasta del motivo de la consulta, menos mal que en mi caso se veía claramente. Por fin en esta ocasión conseguimos ponerle nombre a mi bebé, ¡ay que contenta estoy! Todo va bien, tiene sus deditos, cinco en cada mano y en cada pie, su columna indica que va a ser tan grande como su padre y se mueve, ¡claro que se mueve! Ya lo decía yo, o futbolista o bailarina, pero este bebé será algo grande, ojalá me retire y me dedique a ser su manager, aunque lo de investigar se me da muy bien, alguna herencia de cotilla debo tener aunque soy bien discreta y todo me lo callo, qué remedio, el secreto profesional es lo primero, faltaba más. No como esos pseudoprofesionales que enseguida largan a los medios de comunicación detalles de sus expedientes, si por mi fuera, iría a saco con ellos, para algo está la ley de protección de datos y el derecho al honor, y si no hay sentencia no debería haber juicios de valor por parte de quienes desconocen las leyes y se creen que sus opiniones valen más que las de un juez.
¡Ains, como está el país!





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