Mi
ritmo de respiración volvió a la normalidad, con estos calores y en
mi estado, cada vez me costaba más caminar sin cansarme, mis piernas
siempre estaban hinchadas y mi cuerpo siempre llegaba a los sitios
antes que mis pesados pies, como si ellos fueran a cámara lenta y yo
a paso normal, una sensación muy rara que no había tenido en mis
otros embarazos. Siempre me ha gustado llegar veinte minutos antes a
las consultas médicas, prefiero esperar a que luego me reprochen el
retraso, aunque para retrasos los que imponen todos los galenos,
porque sabes a qué hora debes llegar, pero nunca a la que sales de
allí.
En
esta ocasión mi adelanto no fue tanto porque debido al peso de ser
una y medio, tardaba más en llegar a mis citas. En esta ocasión la
visita era a la ginecóloga, una doctora que ya me había atendido en
mis otros dos embarazos y quedé tan contenta que he vuelto a repetir
con ella. A pesar de estar repleta la sala de espera, funciona tan
bien el aire acondicionado que no se nota ni pizca el calor. Al ser
común para los cuatro médicos, siempre está a rebosar y según en
qué épocas, es difícil conseguir un asiento, más en esta ocasión
fue llegar y tras dar mis datos en recepción, me dejé caer en el
más cercano a la puerta para que se me viera mejor y me llamaran
antes. Los niños habían quedado a cargo de mi madre pero no quería
abusar de su generosidad, ya lo hacía bastante durante el curso
escolar.
Para
entretenerme en la espera siempre me fijo discretamente en las otras
pacientes, casi siempre han sido mujeres, salvo algún acompañante
masculino impaciente por ser padre. Por naturaleza soy tímida y me
explayo poco en conversaciones, más bien soy buena oyente y siempre
hay quien por nervios o costumbre, me cuentan cosas que enseguida
olvido, salvo que puedan ser de mi interés. En esta ocasión me
llamó la atención una señora mayor, y digo mayor porque a mis
cuarenta años ella aparentaba más que yo. Su barriga de embarazada
no era como las del resto, tenía un no sé qué más parecido a un
cojín que a un bebé en su interior, y para colmo, no paraba de
preguntar a la que tenía al lado sobre los síntomas del embarazo,
los cuidados y los preparativos para el parto, su contertulia parecía
encantada de contárselo sin ningún reparo. Pero a mí me olía a
chamusquina, debe ser deformación profesional, pues soy fiscal en un
juzgado y siempre estamos metiendo las narices en las vidas de los
demás, investigando para poder hacer justicia.
No
estaba en nuestros planes ser familia numerosa, pero después de
estar unos cuantos años como fiscal interina, logré la plaza
definitiva. Monchín y yo nos fuimos a celebrarlo en un fin de
semana con marisco y spa, un todo incluido sin control que nos ha
dejado este grato recuerdo, un bebé del que aún no sé el sexo
porque según la doctora, es más púdico que yo y no se deja ver.
Espero que hoy podamos dilucidar si llamarlo Juan o Belén, que sus
hermanos arden en deseos de saber si van a tener un competidor.
Volviendo
a la señora mayor, imaginé mentalmente cual sería su motivo
principal para aparentar estar preñada, para mí era evidente que no
lo estaba, todo era un paripé y tanta pregunta era muy sospechosa.
El caso es que su cara me quería sonar, sin caer en donde o cuando
la había visto, aún así no dejaba de observarla, con discreción
por supuesto, hasta que la llamó el doctor Valverde, y en ese
momento caí en la cuenta de quién era, Silvia Moray, la actriz
cómica que llevaba tiempo retirada del candelero. Ahora ya no sabía
qué pensar, si estaría metiéndose en el papel de embarazada para
alguna película, o si realmente iba a ser una madre añosa, aún más
añosa que yo.
Una
sala de espera da mucho para observar, pensar y hasta olvidarse de
para qué estamos allí, o ¡tal vez es que soy despistada! Cuando oí
mi nombre, había pasado tanto tiempo de mi llegada que era como si
viviera allí desde siempre, una pierde la noción del tiempo y hasta
del motivo de la consulta, menos mal que en mi caso se veía
claramente. Por fin en esta ocasión conseguimos ponerle nombre a mi
bebé, ¡ay que contenta estoy! Todo va bien, tiene sus deditos,
cinco en cada mano y en cada pie, su columna indica que va a ser tan
grande como su padre y se mueve, ¡claro que se mueve! Ya lo decía
yo, o futbolista o bailarina, pero este bebé será algo grande,
ojalá me retire y me dedique a ser su manager, aunque lo de
investigar se me da muy bien, alguna herencia de cotilla debo tener
aunque soy bien discreta y todo me lo callo, qué remedio, el secreto
profesional es lo primero, faltaba más. No como esos
pseudoprofesionales que enseguida largan a los medios de comunicación
detalles de sus expedientes, si por mi fuera, iría a saco con ellos,
para algo está la ley de protección de datos y el derecho al honor,
y si no hay sentencia no debería haber juicios de valor por parte de
quienes desconocen las leyes y se creen que sus opiniones valen más
que las de un juez.
¡Ains,
como está el país!
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