El muro invisible - Esperanza Tirado



Relato inspirado en la fotografía

Desde entonces vivo en las nubes, sin rumbo, perdido como un extraterrestre buscando su ovni para regresar a su planeta. Sin sentir mi cuerpo apenas. Como si nada de lo que ocurriera en este mundo me importara.
Y así es.
Mi ex me decía que debía reponerme. Que las desgracias venían para hacernos más fuertes. Que la vida era así de jodida a veces.
Ya.
Eso era fácil de decir. Pero ella no estaba conmigo, sentada de copiloto en la cabina del camión. Ella no escuchó los crujidos de los frenos en el asfalto, ni los hierros retorcerse debajo. Tampoco vio la sangre.
Y por eso se convirtió en mi ex. Porque yo construí un muro invisible a mi alrededor, intentando aislarme, para no causar otra nueva desgracia.
Pero con el muro alto y cerrado las cosas buenas tampoco entraban. Y a todos los de mi entorno les costaba demasiado saltarlo. Y se cansaron de gritar cuando yo no respondía.
Tenía miedo.
Sí.
Miedo de hacerles daño a ellos. A mi ex, a mis amigos, a mi hijo. Que tenía toda la vida por delante. Y el padre que conoció había desaparecido entre los hierros de un camión una noche en un accidente fatal.
Los hijos de ella, aquella que murió, o que maté -no sé cómo decirlo sin que duela. Pero sigue doliendo y seguirá doliendo siempre- no se me echaron encima. Lloraron a su madre en silencio, con gran dignidad. La que yo no tuve para descolgar el teléfono y pedirles perdón. Aún me tiemblan las manos cuando intento marcar esos números. Si alguna vez lo consigo… Ya sé que no se la voy a devolver viva, pero…
Nuestros abogados hablaron y ambas familias lo entendieron. Fue una fatal casualidad. No iba bebido ni drogado. Ni siquiera me sentía cansado. Era una noche tranquila al volante. Una de tantas. Hasta ese instante en que el mundo crujió y se detuvo. Ojalá me hubiera ido yo con ella en ese momento. La culpa no me estaría taladrando constantemente a cada paso.
En el sanatorio mejoré algo. O eso me dijeron. No conservo recuerdos. La medicación que me dieron era tan fuerte que me pasaba el día como en una nube. Pero no quise estar allí demasiado tiempo. Parecía una especie de limbo, un purgatorio, una habitación extraña. Aquello no era el mundo real.
Sé que debería mirar hacia adelante. Por mí mismo. Por mis amigos, que ya no sé si calificarlos así.
Sobre todo por mi hijo, para que aprenda a vivir con su padre. Mi ex estuvo de acuerdo en que deberíamos seguir en contacto. Pero no quiero hacerle daño.
Ya me lo hago yo.
Constantemente.
Demasiado.
Pero no sé cómo cambiarlo. Desde entonces no consigo vivir como vivía. No sé cómo regresar a ese punto.
He matado a una persona. No fue culpa mía, me dicen siempre. Pero esa sensación, poderosa y opresiva, se me aparece siempre.
Recordando el accidente, la sangre en el asfalto, la noche, los destellos de los faros encendiéndose y apagándose.
No fue culpa mía.
Pero el muro sigue ahí. Invisible, pero bien firme.
Quizá ya no sea capaz de derribarlo.
Desde entonces tampoco encuentro las fuerzas.






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