Relato inspirado en la fotografía
Desde
entonces vivo en las nubes, sin rumbo, perdido como un extraterrestre
buscando su ovni para regresar a su planeta. Sin sentir mi cuerpo
apenas. Como si nada de lo que ocurriera en este mundo me importara.
Y
así es.
Mi
ex me decía que debía reponerme. Que las desgracias venían para
hacernos más fuertes. Que la vida era así de jodida a veces.
Ya.
Eso
era fácil de decir. Pero ella no estaba conmigo, sentada de copiloto
en la cabina del camión. Ella no escuchó los crujidos de los frenos
en el asfalto, ni los hierros retorcerse debajo. Tampoco vio la
sangre.
Y
por eso se convirtió en mi ex. Porque yo construí un muro invisible
a mi alrededor, intentando aislarme, para no causar otra nueva
desgracia.
Pero
con el muro alto y cerrado las cosas buenas tampoco entraban. Y a
todos los de mi entorno les costaba demasiado saltarlo. Y se cansaron
de gritar cuando yo no respondía.
Tenía
miedo.
Sí.
Miedo
de hacerles daño a ellos. A mi ex, a mis amigos, a mi hijo. Que
tenía toda la vida por delante. Y el padre que conoció había
desaparecido entre los hierros de un camión una noche en un
accidente fatal.
Los
hijos de ella, aquella que murió, o que maté -no sé cómo decirlo
sin que duela. Pero sigue doliendo y seguirá doliendo siempre- no se
me echaron encima. Lloraron a su madre en silencio, con gran
dignidad. La que yo no tuve para descolgar el teléfono y pedirles
perdón. Aún me tiemblan las manos cuando intento marcar esos
números. Si alguna vez lo consigo… Ya sé que no se la voy a
devolver viva, pero…
Nuestros
abogados hablaron y ambas familias lo entendieron. Fue una fatal
casualidad. No iba bebido ni drogado. Ni siquiera me sentía cansado.
Era una noche tranquila al volante. Una de tantas. Hasta ese instante
en que el mundo crujió y se detuvo. Ojalá me hubiera ido yo con
ella en ese momento. La culpa no me estaría taladrando
constantemente a cada paso.
En
el sanatorio mejoré algo. O eso me dijeron. No conservo recuerdos.
La medicación que me dieron era tan fuerte que me pasaba el día
como en una nube. Pero no quise estar allí demasiado tiempo. Parecía
una especie de limbo, un purgatorio, una habitación extraña.
Aquello no era el mundo real.
Sé
que debería mirar hacia adelante. Por mí mismo. Por mis amigos, que
ya no sé si calificarlos así.
Sobre
todo por mi hijo, para que aprenda a vivir con su padre. Mi ex estuvo
de acuerdo en que deberíamos seguir en contacto. Pero no quiero
hacerle daño.
Ya
me lo hago yo.
Constantemente.
Demasiado.
Pero
no sé cómo cambiarlo. Desde entonces no consigo vivir como vivía.
No sé cómo regresar a ese punto.
He
matado a una persona. No fue culpa mía, me dicen siempre. Pero esa
sensación, poderosa y opresiva, se me aparece siempre.
Recordando
el accidente, la sangre en el asfalto, la noche, los destellos de los
faros encendiéndose y apagándose.
No
fue culpa mía.
Pero
el muro sigue ahí. Invisible, pero bien firme.
Quizá
ya no sea capaz de derribarlo.
Desde
entonces tampoco encuentro las fuerzas.
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