La única salida - Gloria Losada




 Relato inspirado en la fotografía



Me levanté a primera hora de la tarde y me encontré con los restos de la fiesta de la noche anterior. La casa estaba en silencio, señal de que tanto mi marido como mis dos hijos seguían durmiendo. Fui a la cocina y me preparé un café. Mientras se hacía arranqué la primera hoja del calendario que colgaba en la pared de azulejo gris desde que me lo había regalado el frutero, dos semanas antes. Uno de enero, comenzaba un nuevo año que prometía ser tan insulso como el que se acababa de morir. Me acerqué a la ventana y vi que el cielo estaba azul y el suelo blanco. Había caído una abundante nevada, cosa normal en aquella época del año. De pronto me apeteció salir, deseaba que el aire frío acariciara mis mejillas y alejara de mí la tristeza de una vida sin demasiado sentido. Tomé el café apurada, tanto que me quemó los labios, me puse el abrigo de borreguillo y salí al exterior. Efectivamente un viento gélido me envolvió, pero contrariamente a lo que casi siempre sentía, esa vez lo agradecí. Respiré profundamente y comencé a caminar hacia en final del cerro en el que se asentaba mi casa. Pronto se haría de noche y los atardeceres desde allí eran especialmente hermosos. El sol se escondía tras las montañas tiñendo el cielo de rojo en el verano, de un rosado desvaído en el invierno.
Cuando estaba llegando descubrí a un hombre sentado al borde del terraplén. Era extraño que un desconocido llegara hasta aquel rincón apartado del mundo, en el que solo vivíamos unos cuantos vecinos chiflados, deseosos de una existencia tranquila y apacible lejos del bullicio de la urbe. Aquel hombre, además, vestía de manera extremadamente ligera a pesar del frío que hacía, cubierto su cuerpo con una fina camisa y un chaleco que a buen seguro no lo guarecía de las bajas temperaturas. Dudé si acercarme. No deseaba entablar conversación. Lo que deseaba era estar sola y poder pensar. Sin embargo no tuve opción. No sé cómo pero él se dio cuenta de que yo estaba allí, a sus espaldas.
-Ven, siéntate a mi lado, no tengas miedo – dijo.
Mi desconcierto duró apenas unos segundos, tras los cuales una extraña sensación de confianza se adueñó de mí, como si conociera a aquel anciano de toda la vida a pesar de estar segura de que era la primera vez que lo veía y me senté a su lado tal como él me pidió.
-Míralos, ya están aquí, jamás faltan a su cita. Tal vez quieras irte con ellos. Es tu única salida – me dijo mirando al cielo.
Dirigí mis ojos hacia el mismo sitio que él, pero no vi nada fuera de lugar, sólo una nube que por momentos tomaba una forma como de platillo volante, ilusiones ópticas a las que no di importancia.
-Conozco el problema que te agobia, ellos también lo conocen y están aquí para ayudarte, para ayudar a todo el que quiera cambiar de vida, aunque les resulta muy difícil porque nadie los conoce y tiene que ser así. Sólo los elegidos pueden saber de su existencia. Clara, ellos lo saben todo de ti. Saben que te sientes atada a un matrimonio que terminó hace tiempo. Has hecho todo lo posible por salvarlo, le has dado muchas oportunidades, pero él no cambia, y por si fuera poco no quiere ver que lo vuestro está muerto. Bueno, en realidad lo sabe perfectamente, pero tiene miedo a afrontar la vida sin ti, porque desde el principio dejó la suya en tus manos. Y luego apareció ese muchacho. Te enamoraste sin querer, no lo buscabas y un buen día apareció. Al principio pensabas que no era más que una especie de alucinación, una ilusión propia de la juventud que había llegado a destiempo haciéndote sentir lo que ya casi habías olvidado. Pero poco a poco te diste cuenta de que no, de que le amabas y de que si no fuera por tu situación no dudarías un instante en intentarlo de nuevo con él.
¿Recuerdas el primer beso que te dio, Clara? En aquel aparcamiento en el que habíais quedado, lejos de miradas ajenas y escrutadoras, se bajó del coche en cuanto te vio aparecer y te besó en los labios. Tú estabas nerviosa. Eso de quedar con un desconocido te parecía una locura, pero a aquellas alturas ya el amor comenzaba a hacerte cosquillas en el corazón y cuando sentiste sus labios sobre los tuyos.... entonces se alejaron todas tus dudas. Era él, era el que venía rescatarte. Pero nada es tan fácil como pensaste al principio ¿verdad? Sabes que tu marido no te quiere perder, sabes que tus hijos no entenderían que abandonaras a su padre y mucho menos que te hayas enamorado de otro hombre. Muchas veces te has preguntado por qué es todo tan difícil, por qué no podemos hacer lo que realmente queremos... Pues bien, aquí tienes la oportunidad para hacerlo.
Después de escuchar asombrada el relato de mi propia vida, miré de nuevo al cielo y vi que a través de la nube de divisaban destellos de luces de muchos colores que cada vez se acercaban más al borde del cerro.
-Vienen a buscarte, Clara. No tengas miedo, todo va a ser muy fácil. Ellos has construido una nueva vida para ti al lado de Fabio, en otro lugar, en una dimensión diferente pero igual a esta en la que vivimos. Aquí quedará tu otro yo, le envoltura de tu centro, tus despojos, que continuaran la vida que aquí dejas con la resignación que a ti te falta, sin protestas, sin agobios, con la abnegación necesaria para que todos se sientas felices y tú.... tú te olvidarás de todo para ir al encuentro de la felicidad que has encontrado y que las circunstancias te niegan. Te olvidaras de tu familia, de tus amigos, incluso de tus hijos, pero no te preocupes, ellos seguirán siendo felices con tu otro yo y tú lo serás con Fabio y una nueva existecia que hoy desconoces, pero que en cuanto cruces el umbral no será otra cosa que tu vida cotidiana al lado del hombre que amas.
A aquellas alturas frente a mí flotaba una enorme nave. Los destellos se habían convertido en una pasarela que me invitaba a adentrarme en lo desconocido. Durante unos segundos no supe qué hacer, mis hijos, mis padres, las tardes de cafés y cigarrillos con mi amiga Teresa... ¿Realmente era mi única salida?
-Recuerda que no tendrás recuerdos y que aquí todo seguirá igual....-- repitió el hombre alertado por mis dudas.
Entonces comencé a caminar por la pasarela, primero con pasos temblorosos, luego con firmeza. Al llegar a la puerta volvía la vista atrás y pude verme a mí misma, a la envoltura de mi centro, caminando hacia mi casa. Luego todo se volvió oscuro.
El despertador sonó a las ocho, como siempre. Fabio se levantó de la cama, se duchó y preparó el desayuno. Mientras lo hacía Clara apareció en la cocina. Desayunaron juntos mientras charlaban. Luego Fabio se fue a trabajar. Antes de salir por la puerta la besó, como siempre.
-Te quiero, cosita – le dijo.
Luego Clara se asomó a la ventana de la cocina. Él salió del portal y la miró. Se sonrieron y se tiraron dos besos al aíre. Aquella mañana Clara se sentía extrañamente feliz, aunque nada hubiera cambiado en su apacible vida de siempre.




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