Nunca
llegué a saber dónde ni cuándo, pero sufrí lentamente el extraño
cambio producido en mi amiga. Alegre, ocurrente, siempre con ganas
de montar fiesta, se fue convirtiendo en la sombra de, no sé de
quién, porque se volvió una auténtica desconocida.
El
primer síntoma fue no responder a mis llamadas, cuando siempre había
estado presta a saber de mí y los planes que podía proponer. Salía
lo imprescindible a la calle y si iba a su casa queriendo visitarla
nunca estaba. Aunque la realidad es que se encerraba en su habitación
para no ver a nadie.
En
las pocas ocasiones que hablábamos no cesaba de preguntarle, pero
ella nunca contestaba cual era el motivo de su cambio de actitud.
Aparentemente sus padres no parecían estar alarmados por su mutismo
y tras unos meses de preocupación constante, decidí dejarla a su
aire por ver si se liberaba del problema y se le pasaba. No creía
ser culpable de su posible malestar y la última vez que nos vimos,
le dije que cuando ella quisiera, me encontraría.
Los
años fueron pasando y debido a la nula relación nos convertimos en
casi extrañas. Al tropezarnos por la calle nos saludábamos y poco
más, por desgracia sentía una espinita clavada en mi interior por
el final tan incomodo de nuestra relación de amistad, después la
vorágine del día a día me impidió ahondar más y esforzarme por
encontrar una solución a nuestro problema, si es que lo había.
Me
di cuenta que casi la había olvidado, cuando un buen día, teniendo
una conversación banal en la consulta de un medico, me enteré de su
ingreso en el aula de salud mental del hospital. Había raptado a su
madre inválida y huido de toda su familia a la cual culpaba de no
haber denunciado su violación ocurrida antaño.
Al
parecer no sabía más que el nombre del mal nacido aquel, si es que
era el real. Por mucho que gritó para zafarse, nadie la escuchó y
no lo consiguió ya que su fuerza era inferior a la del agresor. Sus
padres consideraron un nuevo martirio presentar denuncia y contar lo
ocurrido, al carecer de esperanzas de obtener ningún resultado. Y
se lo hicieron callar, que olvidara y aprendiera en quien podía
confiar, debiendo ocultarlo al mundo, como así lo hizo hasta que no
pudo más.
No
lo llevó nada bien, no supo digerir sola la violación y años más
tarde, igual que una olla a presión, estalló y aquel maldito
violador destruyó a toda una familia.
En
el instante mismo de la noticia recordé y comprendí el cambio
brusco de comportamiento de mi amiga y cuál era su razón. Con
franqueza, no sé si en aquella época hubiera estado a la altura y
poder ayudarla, éramos muy jóvenes, aunque estoy segura que mi
compañía, de haberlo sabido, le hubiera servido para apaciguar y
relativizar su dolor.
En
España se denuncian cuatro violaciones diarias, es terriblemente
difícil acudir a la policía y contarlo, pero mucho más es callarlo
porque es una mochila de la que no te desprendes en toda tu vida.
Ojalá
mi amiga reciba cuidados de buenos profesionales y la ayuden a
liberarse de su trauma.
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