Habitación 333 - Cristina Muñiz Martín


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LA 333. No me gusta nada ese número. Además, me han dado la habitación al fondo de este largo pasillo. Me da un poco de miedo. ¿Y si no hay nadie más en esta planta? No se oye nada, ni un ronquido, ni un simple suspiro. No sé, igual me equivoqué de hotel, aunque la recepción estaba bastante bien, daba la impresión de ser un hotel decente. ¿Habré hecho bien escapando de casa? Pero que tonta soy, claro que sí, Pipo merece llevarse un buen susto. Me tiene agobiada, todo el día detrás de mí, haz esto, haz lo otro o lo de más allá. Como si yo necesitara que alguien me dijera lo que tengo que hacer. La habitación está bien, pero no sé, me parece un poco agobiante aunque no es pequeña. Me falta el aire. ¿Dónde estarán esas puñeteras? Ya me parecía a mí cuando Pipo me regaló este bolso que era demasiado grande. Seguro que lo eligió adrede para que no encontrara nada y así poder meterse conmigo. Él es así. Llevo demasiadas cosas en el bolso, tendré que tirar algunas, pero nunca encuentro el momento. Bueno aquí están. Me tomaré una, necesito relajarme. Abriré la ventana, así respiraré mejor. ¡Maldita sea! Enfrente hay un edificio enorme. Abajo la gente se mueve como si fueran sombras, a ver si va a ser una zona de drogadictos. ¡Ay Dios mío! No quiero ni pensarlo, con el miedo que me dan a mí esas cosas. Tomaré otra, necesito dormir. ¿Quién llama ahora a la puerta? En los hoteles nadie llama a las puertas. ¿Qué hora es? Las diez de la noche. A esta hora no pueden ser ni la limpiadora ni el conserje. A ver si va a ser un psicópata que se aloja en otra habitación y estaba esperando, al acecho, por una mujer como yo. No pienso abrir, que se vaya. Llamaré a recepción. ¡Maldita sea! No contesta nadie. Vaya hotel de mierda, y eso que el señor que me atendió parecía serio. Llaman otra vez. Me van a matar de un susto. Tomaré otra, a ver si me duermo. Aunque ¿y si me duermo, entran y me violan? ¡Ay, señor! ¿Quién me mandaría a mí tomar tres pastillas? Parece que se han cansado. Miraré por el ojo de la cerradura. Unos pantalones negros. No me equivocaba. Era un hombre, como no podía ser de otra manera. Llamaré de nuevo a recepción. Nada, no hay respuesta. ¿Dónde estará el recepcionista? Seguro que dormido, y mientras tanto puede entrar cualquiera en el hotel. Vaya falta de seguridad. No, si ya me conozco, no pegaré ojo. Mañana exigiré hablar con el dueño y me va a oír, vaya si me va a oír. Esas flores de la mesa parece que se están deshaciendo, como si alguien las estuviera borrando. Voy a acostarme. No, no, no puedo acostarme, porque si entra alguien y me ve en la cama, será como una invitación. Mejor me tiendo sobre la cama. No tampoco, la cama no, ya se sabe. Mejor me sentaré en la butaca, parece cómoda.
Loli no consiguió alcanzar la butaca. Su cuerpo se deslizó sobre el suelo y allí quedó dormida, para siempre, mientras su marido no paraba de preguntarse dónde habría metido las pastillas que había comprado en el mercado negro para suicidarse. Ya no aguantaba ni un día más a la histérica de su mujer.







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