Nunca
había tenido problemas con sus vecinos. De naturaleza discreta y
sosegada, era casi invisible en su comunidad. Pero la llegada de
gente nueva en el piso de arriba, alteró su ritmo de vida.
Un
crío no cesaba de hacerse notar mediantes pataletas, lloros, gritos
y berrinches estaban logrando día a día convertir el edificio en un
auténtico infierno. Esto provocaba poco a poco la huida de algunos
inquilinos, porque aquel chiquillo era insufrible.
Nuestro
amigo, igual que un crío, devolvió las pataletas elevando el
volumen de su televisor, además de la radio, justo en las horas
nocturnas, cuando él estaba ausente trabajando, y donde él echaba
cabezaditas para poder descansar.
Al
enemigo ni agua, decía, es la ley del infierno.
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