El lirio blanco - Dori Terán


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La juventud impetuosa y loca la había privado de la prudencia y la observación en los devenires que se sucedían. El tiempo y los acontecimientos pasaban a su vera y se desarrollaban como un halo de aire que apenas le tocaba la piel. Multitud de planes y proyectos, de ilusiones y pasiones, se agolpaban en su lista de deseos y la prisa por saborearlos de inmediato le restaba la intensidad del disfrute de los mismos. Marta era un caballo desbocado siempre dispuesto al galope y al salto. Hermosa, Marta era hermosa. En apariencia menuda y frágil destellaba sin embargo fuerza y coraje que se escapaba por sus ojos en mirada firme y segura. En sus mejillas arrebolaba un suave carmesí brillante que cualquier pintor enamorado del color hubiese deseado en su paleta. El rictus de su boca esbozaba una sonrisa permanente que mitigaba la solidez de su persona. Y así entre la dulzura y la rudeza se movía y respiraba la vida con entusiasmo.
     Apenas hacía dos meses que se había mudado a su casa del pueblo. Lloró con alma de niño el fallecimiento de la abuela Mercedes que un día y de forma inesperada se fue a morir o tal vez a nacer a otro mundo como ella acostumbraba a decir para referirse a la muerte.-“Solo es un tránsito”, solía decir. Y allí quedó vacía y sin alma la vieja casona y ella la única heredera. Sus padres habían emprendido el tránsito hacía muchos años atrás. No recordaba si doce o catorce, tenía una facilidad innata para guardar en un rincón de la memoria y dejarlo dormir en silencio, todo aquello que alteraba su ánimo, su ritmo y su vigor. Desde el internado que pagaba la abuela Mercedes, aprendió a vivir en la distancia y lejos de un hogar al que acudía los fines de semana y las vacaciones para nutrirse de las caricias y mimos de la abuela. Y con la energía del amor alimentada regresaba a la residencia y acudía a la Universidad donde realizó de forma brillante y exitosa la carrera de ingeniero de montes. En uno de sus impulsos, sin ninguna consulta a la almohada, Marta decidió habitar la casa. Desarrollaba su profesión en terrenos forestales cercanos al pueblo aunque esa no fue la razón de peso que la llevó al traslado. No comprendía el ímpetu poderoso que la empujaba a ello, solo lo sentía. A su llegada recorrió cada una de las estancias en una exploración rauda y veloz tratando de comprender el enorme espacio que iba a albergar sus perspectivas de vida. En días sucesivos planeó una reforma y la redistribución de toda la superficie. Llenó papeles y más papeles con líneas y dibujos toscos de su plan. Esta pared al suelo, una ventana allí, dividir la cocina, hacer un baño más en el primer piso, aquí…bueno no más allá…a la izquierda…mejor a la derecha… Y así pasaba horas y horas de indecisión. No era normal en ella, siempre sabía al instante lo que quería cuando y como. Le incomodaban sus titubeos y dudas. Aquella tarde larga con la papelera llena de hojas dibujadas y desechadas, arrugadas y rotas, decidió hacer un alto en la tarea y tomarse un té, pero antes se pondría el colirio en los ojos fatigados y enrojecidos por las horas de faena.
     Se sentó en la silla un tanto desvencijada que chirrió un instante,-“He de encolarla”, pensó. Cogió el pequeño frasco entre sus manos y con la maestría adquirida por la costumbre del acto puso dos gotas en cada ojo. Los cerró con la cabeza inclinada hacia atrás y en unos segundos los abrió aliviada y como si el líquido sedante le hubiese alumbrado la habitación, percibió al pie de la mesa una ratonera. No había ratón tan solo un trozo de lo que se adivinaba queso enmohecido y verdoso.-“Seguro que lleva aquí mucho tiempo, la abuela nunca perdió la costumbre, y ¿Cómo no lo he visto hasta hoy?” Por primera vez se cuestionaba un asunto sobre su actitud o su despiste. Un aroma invadió la estancia o eso le pareció a ella,-“Huele a jazmín, la colonia de la abuela, su gel de baño, su champú…¿qué está ocurriendo?”. Asombrada y un poco asustada decidió acostarse un rato, algo se movía dentro de ella y despertaba sensaciones y emociones que en sus paso acelerado por la vida jamás hubiese llegado a percibir. La antigua cama de estilo colonial en la que tantas veces había dormido pegada al cuerpo cálido de Mercedes, acogió su cuerpo cansado ofreciéndole relajo y paz. Un tintineo proveniente del armario llegó hasta sus oídos semidormidos, se levantó de un salto y abrió la puerta…¡Allí estaba!, el pequeño roedor no había caído en la trampa del queso , vivía entre las mantas amorosas y se amenizaba con la música de las perchas que en sus saltos hacía sonar al chocar unas con otras. Marta sonrió divertida a la vez que se enzarzaba en la captura del pequeño okupa. Por la ventana entreabierta se colaba la luz de la farola que rompía las primeras y aún débiles sombras nocturnas y con sus rayos se coló también el tañer del bronce de las vetustas campanas de la iglesia. Embelesada por tanta belleza Marta abrió la ventana y en el alfeizar se encontró las macetas llenas de lirios blancos que en el brillo nocturno parecían dorados…y recordó aquel cuento de la abuela,-“¡Ay Martita que tu llegaste al mundo un miércoles de la mano del arcángel San Gabriel ¡El es un mensajero y el lirio blanco que lleva es toda la autenticidad y pureza que tú has de tener, toda la calma y la paz, todo el amor que has de dar”. Sintió que la abuela en el transito se había detenido un momento y rompiendo el velo que nos separa y usando todos los elementos que conocemos, le hablaba, le comunicaba, le hacía sentir el regalo inmenso que implica la consciencia de vivir en la serenidad del fluir. Su nueva manera de vivir acababa de comenzar.





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