La
juventud impetuosa y loca la había privado de la prudencia y la
observación en los devenires que se sucedían. El tiempo y los
acontecimientos pasaban a su vera y se desarrollaban como un halo de
aire que apenas le tocaba la piel. Multitud de planes y proyectos, de
ilusiones y pasiones, se agolpaban en su lista de deseos y la prisa
por saborearlos de inmediato le restaba la intensidad del disfrute de
los mismos. Marta era un caballo desbocado siempre dispuesto al
galope y al salto. Hermosa, Marta era hermosa. En apariencia menuda y
frágil destellaba sin embargo fuerza y coraje que se escapaba por
sus ojos en mirada firme y segura. En sus mejillas arrebolaba un
suave carmesí brillante que cualquier pintor enamorado del color
hubiese deseado en su paleta. El rictus de su boca esbozaba una
sonrisa permanente que mitigaba la solidez de su persona. Y así
entre la dulzura y la rudeza se movía y respiraba la vida con
entusiasmo.
Apenas
hacía dos meses que se había mudado a su casa del pueblo. Lloró
con alma de niño el fallecimiento de la abuela Mercedes que un día
y de forma inesperada se fue a morir o tal vez a nacer a otro mundo
como ella acostumbraba a decir para referirse a la muerte.-“Solo es
un tránsito”, solía decir. Y allí quedó vacía y sin alma la
vieja casona y ella la única heredera. Sus padres habían emprendido
el tránsito hacía muchos años atrás. No recordaba si doce o
catorce, tenía una facilidad innata para guardar en un rincón de la
memoria y dejarlo dormir en silencio, todo aquello que alteraba su
ánimo, su ritmo y su vigor. Desde el internado que pagaba la abuela
Mercedes, aprendió a vivir en la distancia y lejos de un hogar al
que acudía los fines de semana y las vacaciones para nutrirse de las
caricias y mimos de la abuela. Y con la energía del amor alimentada
regresaba a la residencia y acudía a la Universidad donde realizó
de forma brillante y exitosa la carrera de ingeniero de montes. En
uno de sus impulsos, sin ninguna consulta a la almohada, Marta
decidió habitar la casa. Desarrollaba su profesión en terrenos
forestales cercanos al pueblo aunque esa no fue la razón de peso que
la llevó al traslado. No comprendía el ímpetu poderoso que la
empujaba a ello, solo lo sentía. A su llegada recorrió cada una de
las estancias en una exploración rauda y veloz tratando de
comprender el enorme espacio que iba a albergar sus perspectivas de
vida. En días sucesivos planeó una reforma y la redistribución de
toda la superficie. Llenó papeles y más papeles con líneas y
dibujos toscos de su plan. Esta pared al suelo, una ventana allí,
dividir la cocina, hacer un baño más en el primer piso, aquí…bueno
no más allá…a la izquierda…mejor a la derecha… Y así pasaba
horas y horas de indecisión. No era normal en ella, siempre sabía
al instante lo que quería cuando y como. Le incomodaban sus titubeos
y dudas. Aquella tarde larga con la papelera llena de hojas dibujadas
y desechadas, arrugadas y rotas, decidió hacer un alto en la tarea y
tomarse un té, pero antes se pondría el colirio en los ojos
fatigados y enrojecidos por las horas de faena.
Se
sentó en la silla un tanto desvencijada que chirrió un
instante,-“He de encolarla”, pensó. Cogió el pequeño frasco
entre sus manos y con la maestría adquirida por la costumbre del
acto puso dos gotas en cada ojo. Los cerró con la cabeza inclinada
hacia atrás y en unos segundos los abrió aliviada y como si el
líquido sedante le hubiese alumbrado la habitación, percibió al
pie de la mesa una ratonera. No había ratón tan solo un trozo de lo
que se adivinaba queso enmohecido y verdoso.-“Seguro que lleva aquí
mucho tiempo, la abuela nunca perdió la costumbre, y ¿Cómo no lo
he visto hasta hoy?” Por primera vez se cuestionaba un asunto sobre
su actitud o su despiste. Un aroma invadió la estancia o eso le
pareció a ella,-“Huele a jazmín, la colonia de la abuela, su gel
de baño, su champú…¿qué está ocurriendo?”. Asombrada y un
poco asustada decidió acostarse un rato, algo se movía dentro de
ella y despertaba sensaciones y emociones que en sus paso acelerado
por la vida jamás hubiese llegado a percibir. La antigua cama de
estilo colonial en la que tantas veces había dormido pegada al
cuerpo cálido de Mercedes, acogió su cuerpo cansado ofreciéndole
relajo y paz. Un tintineo proveniente del armario llegó hasta sus
oídos semidormidos, se levantó de un salto y abrió la puerta…¡Allí
estaba!, el pequeño roedor no había caído en la trampa del queso ,
vivía entre las mantas amorosas y se amenizaba con la música de las
perchas que en sus saltos hacía sonar al chocar unas con otras.
Marta sonrió divertida a la vez que se enzarzaba en la captura del
pequeño okupa. Por la ventana entreabierta se colaba la luz de la
farola que rompía las primeras y aún débiles sombras nocturnas y
con sus rayos se coló también el tañer del bronce de las vetustas
campanas de la iglesia. Embelesada por tanta belleza Marta abrió la
ventana y en el alfeizar se encontró las macetas llenas de lirios
blancos que en el brillo nocturno parecían dorados…y recordó
aquel cuento de la abuela,-“¡Ay Martita que tu llegaste al mundo
un miércoles de la mano del arcángel San Gabriel ¡El es un
mensajero y el lirio blanco que lleva es toda la autenticidad y
pureza que tú has de tener, toda la calma y la paz, todo el amor que
has de dar”. Sintió que la abuela en el transito se había
detenido un momento y rompiendo el velo que nos separa y usando todos
los elementos que conocemos, le hablaba, le comunicaba, le hacía
sentir el regalo inmenso que implica la consciencia de vivir en la
serenidad del fluir. Su nueva manera de vivir acababa de comenzar.
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