Abre
un vetusto código de Derecho Romano y sonríe satisfecho,
imaginándose vestido con su brillante toga negra.
No
era nada fácil, a sus cuarenta y muchos, empezar una nueva vida,
estudiar lo que en su momento no pudo. Su sueño de convertirse en
abogado se había quedado en suspenso debido a su débil
constitución. Y su vida, de hospital en hospital, sufrió un pequeño
retraso conforme a sus planes imaginados.
Se
promete a sí mismo cumplir con fidelidad todos los derechos y
obligaciones que un buen estudiante y futuro abogado defensor de la
ciudadanía ha de satisfacer. La Ley nunca tendrá un mejor
profesional para ser defendida.
Ahora celebra el enésimo
aniversario de su primer cáncer; festejando así las ganas de seguir
adelante. Pisando con energía las aulas con las que tanto había
soñado.
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