El gato del enterrador (primera parte) - Gloria Losada


                                           Resultado de imagen de gato malherido


 
No sé por qué sentí aquella sensación desconocida el día en que lo vi entrar por vez primera en mi consulta. Era un hombre de aspecto extraño, de rostro enjuto y expresión malhumorada, aunque confieso que cuando se dirigió a mi lo hizo con corrección, incluso con amabilidad. Tal vez fuera por aquel ojo opaco que denotaba a las leguas su ceguera, o quizá por su boca medio desdentada, o por el gesto, que no pasaba desapercibido para quien estuviera a su lado, de acariciar su hombro derecho con la barbilla. Lo más probable es que fuera todo en su conjunto, o quizá no fueran más que manías mías, pero lo cierto es que aquel hombre me hacía sentir inquieta, y más cuando me dijo su nombre y a modo de presentación añadió que era el enterrador del pueblo.
-Pues ojalá tarde mucho en necesitar de sus servicios – le dije con la intención de relajarme a mí misma y provocarle una sonrisa.
Sin embargo no sonrió, se limitó a mirarme con su único ojo sano como si no entendiera lo que acababa de decirle. Llegué a la conclusión de que además de parecer un tanto siniestro debía de ser un poco bobo, así que intenté alejar de mi mente tanto mis elucubraciones sobre su aspecto, como mis intentos de entablar conversación distendida con él y me limité a preguntarle en qué podía ayudarle.
Por toda respuesta colocó sobre la mesa metálica en la que yo solía examinar a los animales una caja de cartón marrón, en uno de cuyos laterales había hecho un montón de agujeros y que traía sujeta por un cordel de esparto. Desató el cordel, abrió la caja y sacó de ella un gatito gris con una de sus patitas medio destrozada y un profundo corte en la cabeza.
-Lo atropelló un coche – dijo.
Examiné por encima al animal y pude comprobar que las lesiones eran importantes y que además no eran recientes, a juzgar por la incipiente cicatrización de los bordes de la herida de la cabeza.
-¿Cuándo sufrió el atropello? - pregunté.
-Esta mañana.
Supe que mentía, pero como intuí que las heridas del gato se curarían sin problema no quise rebatir sus palabras y me limité a hacerle las curas al animalito. Mas cuando me puse a ello vi que los traumatismos que tenía el gato eran prácticamente incompatibles con la vida, pues el corte de la cabeza era tan profundo que se podía llegar con el dedo sin mayor problema a la masa encefálica. Apenas me podía creer que el animal se tuviera en pie, sin embargo no sólo se movía con soltura sino que además se mostraba inusualmente inquieto.
-Este gato recibió un buen golpe – le comenté al hombre con la intención de incitarlo a que me contara lo que realmente había ocurrido – casi que no entiendo cómo está vivo. Tal vez lo mejor sea que lo deje usted esta noche en la clínica y lo recoja mañana, más que nada para vigilarlo de cerca.
-Usted cúrelo y no se preocupe de más, el gato no morirá y yo prefiero tenerlo en mi casa.- me contestó dirigiéndome una mirada siniestra, o al menos eso me pareció a mí.
No quise discutir, pero lo más probable era que el minino no pasara de aquella noche. Hice lo que pude y se lo entregué a su dueño, que pagó religiosamente la factura que le presenté y se marchó sin despedirse. Casi sentí alivio cuando atravesó la puerta de salida.
Unos días más tarde el tétrico enterrador apareció de nuevo por mi consulta. De nuevo traía el gato, cuyas heridas apenas se habían curado y sin embargo continuaba rebosante de vida.
-Está muy nervioso – me dijo mientras lo colocaba cuidadosamente en la mesita metálica – quiero que le dé algo para que se tranquilice.
Claro, un valium” pensé yo, y cuando alargué la mano para intentar acariciarle recibí como regalo un zarpazo que me hizo sangrar la muñeca.
-Ya le dije que estaba muy inquieto – repuso el hombre, como si de la agresividad gratuita mostrada por su mascota tuviera yo la culpa.
Esta vez no me callé.
-Siento no poder hacer nada por su gato, pero no acabo de encontrar explicación a lo que le ocurre. Por las heridas que tiene no debería estar vivo, así que no me extraña su inquietud. Y no tengo calmantes para gatos, ni tampoco para otros animales.
Cogió a su animal y salió de mi clínica dando grandes zancadas y murmurando por lo bajo a saber qué majaderías.







Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario