Miguel, Ricardo y Purita del
Campo y Alcántara de Hinojosa, eran los tres hijos con los que Dios
había tenido a bien bendecir la unión entre Sofía del Campo Ostos
y Rigoberto Alcántara de Hinojosa y Ruiz del Prado. Él era un
prestigioso cardiólogo madrileño, que tenía entre sus pacientes a
gente perteneciente a las más altas esferas y ella era la esposa,
sin más. Don Rigoberto amaba y respetaba a su mujer, y por eso
tenía una querida con la que una tarde a la semana daba rienda
suelta a sus más íntimas perversiones, cosa que luego iba a
confesar con Don Venancio, Capellán mayor de la Iglesia de San
Francisco, que todo se lo perdonaba porque escucharle en confesión
le proporcionaba alimento para su imaginación lasciva. Pero a lo que
íbamos. De los tres hijos de este santo matrimonio la única que
parecía haber salido como Dios manda era Purita. Miguel, el mayor,
era un pervertido sexual, vamos, un maricón, y años atrás había
puesto pies en polvorosa para, según él, vivir su vida libremente
con su amor. Estaba en Francia, o tal vez en Alemania, qué más
daba, si ya no lo consideraban ni su hijo.
El segundo, Ricardo, era un
vago de tres pares de narices. A pesar de que su padre le dio todas
las facilidades, enchufes incluidos, para que pudiera estudiar un
carrera de prestigio y llegar a ser alguien en la vida, alguien de
prestigio también, claro está, el muchacho pasó de todo y se
dedicaba a la juerga nocturna, al juego y a la fornicación, haciendo
a sus padres falsas promesas a cambio de que ellos les soltaran la
pasta necesaria para sus desenfrenos. Lo habían dado por imposible y
por eso tenían puestas sus esperanzas en Purita, una muchacha
formal, guapa, estilosa... lo tenía todo y ellos, Don Rigoberto y
Doña Sofía, lo que tenían era programada su feliz existencia.
Desde bien pequeña estudió
en los mejores colegios y la mandaron a clases de piano, de costura,
de declamación y de canto. Les hubiera gustado que tomara los
hábitos si alguno de sus hijos estuviera en disposición de darles
nietos, pero como ninguno parecía dispuesto a ello, decicieron que
Purita se casaría con alguien de su clase, médico, abogado,
embajador o algo así por el estilo. Un hombre que la hiciera
feliz... bueno, que le diera la clase de vida que ella se merecía,
de lujos, confort y esas cosas. Por eso desde que la niña tenía
doce o trece años, habían decidido casarla con Mariano Correa
Fernández de las Casas, hijo de un procurador en cortes íntimo
amigo de Don Rigoberto. El muchacho era unos años mayor que Purita y
había comenzado la carrera de Derecho. Era más bien torpe,
apaniguado y feo, pero tenía dinero y su padre influencias y eso era
lo realmente importante.
Con lo que no contaban Don
Rigoberto y Doña Sofía, era con que los planes de su hija fueran
diametralmente opuestos a los suyos. Purita era un niña
extremadamente inteligente y desde bien pequeña se dio cuenta de que
podía hacer las cosas por sí misma y que nada ni nadie se lo iba a
impedir.
Corría el seis de marzo del
58. Purita cumplía dieciocho años y sus padres habían decidido
organizar una fiesta para presentarla en sociedad, cosa que a ella le
parecía una estupidez supina, como todos los planes que sus padres
se habían imaginado para ella. A lo largo de su vida se había ido
dejando hacer, pero había llegado el momento de ponerles las cosas
claras.
Los invitados, la creme de la
creme de la alta sociedad madrileña, esperaban ansiosos que la
muchacha bajara la fastuosa escalinata del chalet de la sierra, lugar
en que habían decidido hacer la fiesta en cuestión. Se rumoreaba
que el fabuloso vestido que luciría había sido diseñado por la
mismísima Coco Chanel. Por eso cuando Purita apareció en lo alto de
la escalinata vestida con una sencilla blusa blanca y un pantalón
pitillo negro, toda la muchedumbre enmudeció del asombro. Purita les
ofreció la mejor de sus sonrisas y ante el estupor de todos comenzó
a hablar.
-Buenas noches. Antes de todo
quiero darles las gracias por haber acudido a esta estúpida fiesta.
Estoy segura de que se van a divertir muchísimo, sobre todo porque
van a ser testigos de como una mujer se proponer hacer lo que le da
la gana.
Papá, mamá, espero que no me
toméis a mal todo lo que voy a deciros. Yo os quiero mucho, pero no
estoy dispuesta a llevar la vida que vosotros queréis que lleve.
Como podéis ver he prescindido del vestido de Coco Chanel, siento
que os hayáis gastado tanto dinero en él, pero no me gustan los
vestidos tan pomposos, estoy mucho más cómoda así. Pero vayamos al
meollo del asunto. En primer lugar, tengo que deciros que no me voy a
casar con Mariano, me da igual que sea rico y de buena familia. No
estoy enamorada de él, estoy enamorada de Manolo, el hijo del
portero. Ya sé que no es de nuestra alcurnia pero a mí me da lo
mismo. No os preocupéis demasiado, es posible que no me llegue a
casar con él, al menos de momento. No me hace gracia eso de que la
mujer casada tenga que depender para todo de su marido y le tenga que
pedir permiso para trabajar o para abrir una cuenta en el banco. Yo
no tengo que pedir permiso a nadie para dirigir mi vida. Una vida
que, por cierto, me gustaría... no, no me gustaría, voy a ganarme
por mí misma y por supuesto no voy a permitir que un marido maneje
mi dinero. Para poder ganarme la vida voy a pasar por la Universidad.
Ya sé que no queréis que estudie pero yo sí quiero. Me gusta
aprender y creo que tengo aptitudes para ello. No sé por qué mi
hermano Ricardo ha podido estar tres años en primero de carrera y a
mí se me niega el derecho siquiera a matricularme. Voy a hacerlo. Y
si no queréis pagarme los estudios me pondré a trabajar.
En este punto Don Rigoberto
comenzó a vociferar, visiblemente nervioso, intentando hacer creer
al público que aquellas ocurrencias de su retoña eran solo una
broma de mal gusto, pero Purita siguió con su perorata.
-De broma nada, papá. Y
procura no negarte, porque si lo haces todo el mundo sabrá que
tienes una amante y que no eres tan buen médico como todos piensan,
de hecho algunos pacientes se fueron al otro mundo porque estabas
demasiado bebido cuando los metiste en el quirófano. ¿Quieres que
siga hablando?
No hizo falta. La fiesta
terminó y durante los días siguientes aquella casa fue una batalla
campal dialéctica, por no hablar del disgusto tremendo de Doña
Sofía, que lloraba por las esquinas pensando en pobre niña en la
Universidad, rodeada de hombres contra los que no podría competir.El
saber que su marido tenía una amante sin embargo no le afectó para
nada. En el fondo lo sospechaba desde hacía tiempo y le daba lo
mismo. Así no tenía que hacer frente con tanta frecuencia a la
tediosa tarea que era enfrentar los deberes conyugales.
Purita consiguió todo lo que
se propuso a base de luchar. Estudió Derecho, soportó las miradas
de desprecio de sus compañeros, el rechazo de algunos profesores,
las trabas administrativas que impedían a una mujer acceder a
determinadas oposiciones, pero llegó ser Juez, se casó con el
hijo del portero, se divorció cuando el amor se terminó, tuvo
amores de un día, de un mes, no quiso tener hijos y tomó la píldora
que una amiga le enviaba desde Inglaterra... Purita se reveló y paso
a paso consiguió lo que quería.
Hoy, cumplidos los ochenta,
se siente feliz por la vida que llevó, por todo lo que consiguió a
pesar de lo que hubo de soportar. Por eso, cuando lee la prensa o ve
la televisión y se fija en noticias como el lenguaje inclusivo y
lindezas por el estilo, se le enciende ese carácter que todavía
conserva y piensa para sí:
-Tontas, con todo lo que queda
por hacer y ocupándose solo de estupideces.
Entonces apaga la televisión
o cierra el periódico y descansa merecidamente de su agitada vida de
guerrera que otras jamás se atrevieron ni siquiera a intentar.
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