Que mi vecino vaya a todos los sitios con su espátula es cosa suya, aunque a mí me resulte cargante. Todo empezó cuando la consiguió, no se sabe cómo, y comenzó a pintar con ella. Hasta ese momento era un pintor fracasado, de esos que malviven con la venta de uno o dos cuadros al año, pero desde que tiene la espátula se está forrando, y eso, además de famoso, lo volvió un prepotente. Pasea con ella por la urbanización, la lleva a las reuniones vecinales, al parque, a las cafeterías, vamos, que según dicen las malas lenguas hasta duerme con ella. Pero esta mañana hubo un pequeño motín en el transporte que utilizamos los residentes de la urbanización que no tenemos vehículo propio. Mi vecino, el pintor, se presentó con su espátula e intentó subir. Bueno, en realidad subió. Subió y ocupó dos asientos; uno él; otro la espátula. El resto de los viajeros protestamos, pero como el conductor, además de dueño del microbús, es su yerno, nos tuvimos que aguantar. La verdad que muchos problemas no dio, pues es silenciosa y parece sociable, pero que aparte de soportar a los perros tengamos que aguantar también a un ave que mide casi noventa centímetros porque su dueño utiliza su pico para pintar con él, ya me parece surrealista. Mañana mismo pongo una denuncia en la Sociedad Protectora de Animales, porque aunque la cuida bien no la deja volar y todos, y en especial las aves, tenemos derecho a que nos dejen volar.
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