Sin gafas - Marga Pérez

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¿Que cuando supe que podía ver sin gafas? Es una larga historia...
-Somos todo oidos, Elisa, no tenemos prisa, estamos aquí para escucharte. Dijo la moderadora pasándole el micrófono
-Gracias. Elisa cogió el testigo y se puso a hablar a un público, mayoritariamente femenino que la animaba con ojos espectantes.
Ahora sé que nací sin ellas pero también sé que me las pusieron nada más llegar al mundo. Creo que fue a la vez que los pendientes y un conjunto rosa pálido, de angorina, lleno de lacitos del mismo color con el que estoy en todas las fotos de recien nacida.
Las gafas, en un principio, eran pequeñas, color rosa chillón, coquetas y muy femeninas. Se adaptaban perfectamente a mi cara e iban creciendo a la vez que lo hacía yo. Creía que formaban parte de mi persona, lo mismo que de las demás niñas porque las de los niños eran azules.
Vivir con gafas era entonces lo normal: los niños con las suyas y nosotras con las nuestras . Es verdad que había personas que no las llevaban .A lo largo de la infancia conocí a varias. No sabía muy bien por qué ellas no y los demás si... a mi nadie me preguntó si las quería llevar...¿a ellos si? ¿ o es que sus padres no las tenían? Todos los criticábamos. Ellas eran unas marimachos porque les gustaban las cosas de los niños, no vestían como nosotras y hablaban y actuaban con una libertad que el resto considerábamos que no les correspondía. Ellos eran unos flojos, afeminados o abiertamente maricas porque dejaban salir su sensibilidad, les gustaba arreglarse o jugaban a cosas de niñas. Nosotras no nos juntábamos con las marimachos y ellos tampoco lo hacían con los flojos. Ninguno queríamos perder nuestro sitio en el grupo . Llevábamos muy bien puestas las gafas y todos veíamos lo que teníamos que ver.
Además de adornar y darnos la seguridad de pertenecer a un grupo de iguales, las gafas distorsionaban la realidad. A través de ellas se veían cosas pero no todas, incluso algunas distintas a como eran en la realidad.
Las gafas fueron las causantes de que no viese el abuso que sufrí con seis años en casa de unos amigos de mis padres. Cada vez que ibámos, el "señor" me ponía en sus rodillas y me acariciaba bajo la falda sin ninguna inocencia.
Fueron también las responsables de que no me plantease la vida sin un hombre al lado, pusiese la maternidad en primer lugar , considerase mi formación como un adorno de mi persona y no pasase por mi cabeza el trabajar fuera del hogar.
Con las gafas aún bien puestas me enamoré perdidamente de un hombre de cuarenta años cuando yo sólo tenía veintidos. Lo vi como el hombre de mi vida. Con el que quería formar la familia que siempre había soñado y envejecer a su lado. El era todo lo que yo esperaba de un hombre pero el ya tenía todo éso con su mujer. Yo para él sólo era su amante. ¿Qué cómo aguanté cinco años a su lado?...me engañó como a una pinina. Según el su mujer tenía una enfermedad terminal que enseguida lo dejaría viudo... cinco años duró mi sufrimiento por la buena señora: sus idas y venidas del hospital, sus fracasos con los tratamientos experimentales a los que la sometían, sus remontadas y sus recaídas... Todo ello y el sentimiento de culpa por disfrutar del marido que ella no podía disfrutar, empeoraban las cosas...pero no podía dejarlo, lo intenté varias veces . El sabía pulsar la tecla necesaria para que volviese a su lado y yo lo hacía cada vez de manera más apasionada, hasta que un día, por casualidad, lo vi con su mujer. Se me cayeron las pistolas al suelo. De enferma no tenía nada . Estaban sentados en un banco del parque dándose un morreo que elevaba la tensión del entorno mientras que dos niños corrían por los alrededores con sus bicis. Eran sus hijos. Los hijos de los que nunca me había hablado. Se había aprovechado de mi de mala manera y me tenía en su vida para lo que me tenía : sexo. Ese día las gafas empezaron a desprenderse.
Con la edad que tenía y sin novio que hiciese sospechar que acabaría casándome, no quedaba más remedio que trabajar. Mis padres me animaron a buscar un trabajo cómodo en el que pudiese conocer chicos de mi nivel y entré de secretaria en una empresa inmobiliaria. Desde el primer día vi, por la parte de las gafas que se me había desprendido, que el jefe me miraba con ojos tiernos. Como tendría la edad de mi padre quise pensar que era una mirada paternalista y protectora pero no eran esas sus intenciones, tiempo después lo supe. Primero me pidió que vistiese de forma más elegante, es decir, con falda, medias, zapatos de tacón. Cuando llevaba varios meses haciéndolo, me llamó a su despacho. Con mucha sonrisa, sin quitarme las manos de los hombros, me dijo que iba a cobrar un plus para vestuario, que no lo comentase porque las otras dos empleadas no lo tenían. Aprovechó el momento para decirme que habría cenas de trabajo a las que tendría que ir y siempre bien vestida. El siguiente paso fue acompañarme para escoger el vestido que tendría que llevar a una fiesta en la que nuestra presencia era fundamental para que nos adjudicasen, en exclusiva, la promoción y venta de cientocincuenta viviendas y cuarenta y ocho bajos comerciales...
Como las gafas estaban ya despegadas, empecé a sospechar que algo escondía mi jefe. Miré en los archivadores las nóminas de todos los trabajadores y comprobé que mi sueldo y el de mis compañeras era bastante más bajo que el de los hombres. Yo, que tenía el departamento administrativo a mi cargo, era la que menos cobraba.
Las gafas fueron desapareciendo en la medida que fui hablando con mis compañeras. A través de ellas conocí a otras mujeres que ya andaban sin gafas o sólo les quedaban ligeros vestigios. Aprendí mucho de ellas y con ellas.
El día que el jefe se acercó desafiante apelando a lo que me había dado y me arrinconó babeante contra la pared... supe que había llegado el momento que todas habían vaticinado . Respondí como tenía que hacerlo. Puse mis condiciones laborales sobre la mesa ...bueno, después de darle un rodillazo en los huevos ¡claro! Con el salió toda la rabia, rosa chillón, que tenía acumulada.
Este episodio propició que las gafas siguieran desprendiéndose, ya no había vuelta atrás y acabaron cayendo. No sé exactamente cuando , sólo sé que miro y hago lo que quiero sin miedo a lo que otros puedan pensar de mi.
Trabajo por la igualdad de las mujeres y lo seguiré haciendo hasta que muera.
Los aplausos resonaron en la sala y la moderadora recuperó la palabra
-Gracias Elisa. Tu testimonio significa mucho para nosotras. Tu empezaste a cambiar las cosas antes que nacierámos muchas de las que hoy estamos aquí celebrando este ocho de marzo y eres compañera, guía y maestra de generaciones de mujeres que luchamos por la igualdad. ¿Quieres decir algo para terminar?
- Si. Quiero pedir a los hombres el mismo empeño para deshacerse de sus gafas. Los cambios son responsabilidad de todos no sólo de las mujeres.
- Pues con esta petición cerramos los actos del ocho de Marzo. Hasta el año que viene






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