¿Que
cuando supe que podía ver sin gafas? Es una larga historia...
-Somos
todo oidos, Elisa, no tenemos prisa, estamos aquí para escucharte.
Dijo la moderadora pasándole el micrófono
-Gracias.
Elisa cogió el testigo y se puso a hablar a un público,
mayoritariamente femenino que la animaba con ojos espectantes.
Ahora
sé que nací sin ellas pero también sé que me las pusieron nada
más llegar al mundo. Creo que fue a la vez que los pendientes y un
conjunto rosa pálido, de angorina, lleno de lacitos del mismo color
con el que estoy en todas las fotos de recien nacida.
Las
gafas, en un principio, eran pequeñas, color rosa chillón, coquetas
y muy femeninas. Se adaptaban perfectamente a mi cara e iban
creciendo a la vez que lo hacía yo. Creía que formaban parte de mi
persona, lo mismo que de las demás niñas porque las de los niños
eran azules.
Vivir
con gafas era entonces lo normal: los niños con las suyas y
nosotras con las nuestras . Es verdad que había personas que no las
llevaban .A lo largo de la infancia conocí a varias. No sabía muy
bien por qué ellas no y los demás si... a mi nadie me preguntó si
las quería llevar...¿a ellos si? ¿ o es que sus padres no las
tenían? Todos los criticábamos. Ellas eran unas marimachos porque
les gustaban las cosas de los niños, no vestían como nosotras y
hablaban y actuaban con una libertad que el resto considerábamos que
no les correspondía. Ellos eran unos flojos, afeminados o
abiertamente maricas porque dejaban salir su sensibilidad, les
gustaba arreglarse o jugaban a cosas de niñas. Nosotras no nos
juntábamos con las marimachos y ellos tampoco lo hacían con los
flojos. Ninguno queríamos perder nuestro sitio en el grupo .
Llevábamos muy bien puestas las gafas y todos veíamos lo que
teníamos que ver.
Además
de adornar y darnos la seguridad de pertenecer a un grupo de iguales,
las gafas distorsionaban la realidad. A través de ellas se veían
cosas pero no todas, incluso algunas distintas a como eran en la
realidad.
Las
gafas fueron las causantes de que no viese el abuso que sufrí con
seis años en casa de unos amigos de mis padres. Cada vez que ibámos,
el "señor" me ponía en sus rodillas y me acariciaba bajo
la falda sin ninguna inocencia.
Fueron
también las responsables de que no me plantease la vida sin un
hombre al lado, pusiese la maternidad en primer lugar , considerase
mi formación como un adorno de mi persona y no pasase por mi cabeza
el trabajar fuera del hogar.
Con
las gafas aún bien puestas me enamoré perdidamente de un hombre de
cuarenta años cuando yo sólo tenía veintidos. Lo vi como el
hombre de mi vida. Con el que quería formar la familia que siempre
había soñado y envejecer a su lado. El era todo lo que yo esperaba
de un hombre pero el ya tenía todo éso con su mujer. Yo para él
sólo era su amante. ¿Qué cómo aguanté cinco años a su
lado?...me engañó como a una pinina. Según el su mujer tenía una
enfermedad terminal que enseguida lo dejaría viudo... cinco años
duró mi sufrimiento por la buena señora: sus idas y venidas del
hospital, sus fracasos con los tratamientos experimentales a los que
la sometían, sus remontadas y sus recaídas... Todo ello y el
sentimiento de culpa por disfrutar del marido que ella no podía
disfrutar, empeoraban las cosas...pero no podía dejarlo, lo intenté
varias veces . El sabía pulsar la tecla necesaria para que volviese
a su lado y yo lo hacía cada vez de manera más apasionada, hasta
que un día, por casualidad, lo vi con su mujer. Se me cayeron las
pistolas al suelo. De enferma no tenía nada . Estaban sentados en un
banco del parque dándose un morreo que elevaba la tensión del
entorno mientras que dos niños corrían por los alrededores con sus
bicis. Eran sus hijos. Los hijos de los que nunca me había hablado.
Se había aprovechado de mi de mala manera y me tenía en su vida
para lo que me tenía : sexo. Ese día las gafas empezaron a
desprenderse.
Con
la edad que tenía y sin novio que hiciese sospechar que acabaría
casándome, no quedaba más remedio que trabajar. Mis padres me
animaron a buscar un trabajo cómodo en el que pudiese conocer chicos
de mi nivel y entré de secretaria en una empresa inmobiliaria. Desde
el primer día vi, por la parte de las gafas que se me había
desprendido, que el jefe me miraba con ojos tiernos. Como tendría la
edad de mi padre quise pensar que era una mirada paternalista y
protectora pero no eran esas sus intenciones, tiempo después lo
supe. Primero me pidió que vistiese de forma más elegante, es
decir, con falda, medias, zapatos de tacón. Cuando llevaba varios
meses haciéndolo, me llamó a su despacho. Con mucha sonrisa, sin
quitarme las manos de los hombros, me dijo que iba a cobrar un plus
para vestuario, que no lo comentase porque las otras dos empleadas no
lo tenían. Aprovechó el momento para decirme que habría cenas de
trabajo a las que tendría que ir y siempre bien vestida. El
siguiente paso fue acompañarme para escoger el vestido que tendría
que llevar a una fiesta en la que nuestra presencia era fundamental
para que nos adjudicasen, en exclusiva, la promoción y venta de
cientocincuenta viviendas y cuarenta y ocho bajos comerciales...
Como
las gafas estaban ya despegadas, empecé a sospechar que algo
escondía mi jefe. Miré en los archivadores las nóminas de todos
los trabajadores y comprobé que mi sueldo y el de mis compañeras
era bastante más bajo que el de los hombres. Yo, que tenía el
departamento administrativo a mi cargo, era la que menos cobraba.
Las
gafas fueron desapareciendo en la medida que fui hablando con mis
compañeras. A través de ellas conocí a otras mujeres que ya
andaban sin gafas o sólo les quedaban ligeros vestigios. Aprendí
mucho de ellas y con ellas.
El
día que el jefe se acercó desafiante apelando a lo que me había
dado y me arrinconó babeante contra la pared... supe que había
llegado el momento que todas habían vaticinado . Respondí como
tenía que hacerlo. Puse mis condiciones laborales sobre la mesa
...bueno, después de darle un rodillazo en los huevos ¡claro! Con
el salió toda la rabia, rosa chillón, que tenía acumulada.
Este
episodio propició que las gafas siguieran desprendiéndose, ya no
había vuelta atrás y acabaron cayendo. No sé exactamente cuando ,
sólo sé que miro y hago lo que quiero sin miedo a lo que otros
puedan pensar de mi.
Trabajo
por la igualdad de las mujeres y lo seguiré haciendo hasta que
muera.
Los
aplausos resonaron en la sala y la moderadora recuperó la palabra
-Gracias
Elisa. Tu testimonio significa mucho para nosotras. Tu empezaste a
cambiar las cosas antes que nacierámos muchas de las que hoy estamos
aquí celebrando este ocho de marzo y eres compañera, guía y
maestra de generaciones de mujeres que luchamos por la igualdad.
¿Quieres decir algo para terminar?
-
Si. Quiero pedir a los hombres el mismo empeño para deshacerse de
sus gafas. Los cambios son responsabilidad de todos no sólo de las
mujeres.
-
Pues con esta petición cerramos los actos del ocho de Marzo. Hasta
el año que viene
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