Pepito Grillo ataca - Marga Pérez

                                             Resultado de imagen de pepito grillo


Se oían los grillos al anochecer y Mauricio estaba a punto de salir con la escopeta para acabar con ellos. Eran miles de grillos que introducían su continuo cri cri en el interior de Mauricio.
Cada anochecer quería deshacerse de ellos, de sus gritos pero Mauricio se limitaba a cantar. Abría las ventanas, aclaraba la voz y lanzaba a la noche sus trinos. Primero bajito pero... si se concentraba en la melodía enseguida dejaba de oir los grillos y se iba animando. Subía el volumen. Cada anochecer Mauricio cantaba, alta la vela, para ahuyentarlos.
Así lo hacía a diario hasta que dejó de surtir efecto. Por mucho que se concentrase seguía oyéndolos. Por mucho que subiese el volumen ellos chillaban aún más que él .
Entonces, dispuesto a acabar con tan molesto ruido, pensó que si inundaba el jardín los grillos acabarían ahogándose. Sacó la manguera y dejó correr el agua . La tierra enseguida la chupó . Por más litros que soltó no llegaron a formarse más que unos charcos en uno de los extremos. La pendiente era inapreciable pero el agua se perdía por aquella esquina. Los grillos no sólo no se ahogaron sino que se revitalizaron. Después del baño que les dió cantaban como nunca.
Así que salió a buscar algo que los exterminase, sin contemplaciones. En la agropecuaria le dijeron que no tenían nada específico para grillos pero podía probar con unos polvos que iban muy bien para otros animales ... tuvo que esperar unos días a que secase el jardín y lo llenó entonces de montoncitos blancos... esperó a ver que pasaba... varios días, semanas... ¡nada! seguía oyéndolos. Menos pero seguían ahí . Un vecino le dijo que era una batalla perdida , que no podría con ellos . Ésto picó su amor propio y empezó una batalla sin tregua contra los pobres animalitos. Con mucha paciencia localizó cada nido en el terreno y lo señaló con una banderita hecha con el palillo de las brochetas al que había pegado un papel blanco .La operación le llevó semanas. Desde que se levantaba se ocupaba de rastrear el terreno. Llevaba consigo una maza por si veía alguno fuera del nido. Era implacable. Lo mataba a mazazos sin ningún tipo de remordimiento. Una vez que hubo señalado la entrada de los nidos introdujo un veneno más potente que el que le habían vendido. Lo encontró revolviendo en su garaje. Según le dijeron era ilegal pero a el no le importó. Puso guantes, mascarilla, mono de obrero... esperaba la llegada de las noches con impaciencia. ¡Nada! seguía oyendo los malditos grillos, menos, pero ahí seguían. Decidió entonces sellar los que ya tenía localizados para poder dedicarse a otros. Derritió en la cocina todas las velas que encontró y en estado líquido humeante fue vertiendo el caldo en cada uno de los agujeritos señalados con la banderita. Enseguida endurecía la cera. Esa noche volvió a escuchar . Oía el cri cri alto y claro, como con recochineo. Salió y recorrió el jardín para ubicarlos. Eran dos, uno debajo del laurel y el otro delante de la cocina. Por más que se paseó no oyó grillos en ningún otro lugar. Al día siguiente fue de cacería nada más despertar, enseguida los localizó. Hizo la misma operación que con los otros e impaciente esperó a que llegase la noche para comprobar si por fin estaba libre del sonido que tanto le molestaba.
La noche llegó y Mauricio comprobó que el sonido permanecía intacto. Era sólo el de un grillo. Recorrió el jardín varias veces . No sabía dónde se escondía el puñetero. Viendo que no podía matarlo decidió protegerse. Revisó todas las ventanas y cambió las que daban al jardín. Le dijeron que el doble cristal era el mejor aislante de ruidos y se decidió. El grillo seguía cantando ignorante de los esfuerzos que Mauricio estaba haciendo para evitarlo. No le dejaba dormir. Era como si estuviera en su dormitorio. Pero si cambiaba de habitación lo seguía oyendo. Le acompañaba el cri cri a todos lados. Pensando que podía haberse metido en la casa contrató a una empresa de desinsectación que enseguida le llenó las habitaciones de unas bolitas que no podía tocar. Le recomendaron que tapiase los huecos abiertos como chimenea, salida de humos, rejillas de ventilación...y se asesoró cómo hacerlo sin axfisiarse en su propio aire. El grillo le visitaba cada atardecer con la misma vitalidad que Mauricio iba perdiendo a ojos vista. Estaba ojeroso, alterado y con ademanes obsesivos. No salía de casa por miedo a que entrasen grillos, no abría ventanas, oía el cri cri a todas horas... ¿Se le habría metido el grillo dentro?...- pensó comprobarlo- Entonces se puso unos algodones en los oidos y encima unos cascos que había utilizado en el trabajo para protegerse de la maquinaria... ahí seguía el jodido grillo. No estaba fuera sino dentro de él.
Mauricio ya alterado cogió la escopeta, se sentó frente al espejo, desnudo, con el dedo gordo del pie apoyado en el gatillo del arma que no dejaba de apuntarle.
- Sal -dijo con autoridad- y esperó a ver si el grillo salía por alguno de los orificios de su cara
- Sal - volvió a repetir- se me está acabando la paciencia, no vas a poder conmigo
El cri cri resonó alto y claro en su cabeza y Mauricio, dirigiendo hacia allí el cañón, apretó el gatillo sin dejar de sonreir al espejo.












Licencia de Creative Commons


Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.






No hay comentarios:

Publicar un comentario