Nadie
la conoce demasiado. Simplemente apareció un día por el barrio. Y
allí se quedo entre ellos. Como una más. Era, es, muy hermosa. Como
una dama de postal antigua, de esas elegantes y poses estudiadas.
Saben
que se llama Helena, que es una belleza de la cabeza a los pies, que
es educada y que la señora María le cogió cariño y la contrató
como asistenta personal al poco de haber llegado.
Me
recuerda a mi juventud, decía al principio la señora María.
La
señora María ronda los ochenta años. Es viuda y sus hijos se
fueron hace más tiempo del que puede recordar. Por eso la Bella
Helena es para ella más que su familia. Es sus pies y sus manos
ahora que tiene la cabeza a punto de dejar de ser suya.
Y
todos la ven ir y venir, andando, en el coche de la señora María
que ya no puede conducir, con bolsas o equipaje, sonriendo o mirando
muy seria al frente. Siempre ocupada.
Nadie
se ha atrevido a hablar con ella directamente. Por eso solo imaginan
retazos de su vida.
No
hay nada en el registro local que hable de ella, de Helena. Ni
tampoco en las efemérides de los periódicos. ¿Qué más da que sea
hermosa o un horror? A ella esas cosas le dan igual. Se ríe cuando
le preguntan su origen.
Soy
del mundo. -responde siempre-. Vengo para ayudar ¿No basta con eso?
Y
su risa a veces les inquieta y a veces les tranquiliza.
Sea
una bruja o un ángel todos se han hecho una película de su vida en
sus cabezas. Y según a quien le preguntes te contarán cientos de
historias; románticas, de terror, de aventuras o totalmente
extravagantes. En estas últimas La Bella es un extraterrestre
llegado de no se sabe qué planeta con la única misión de
apoderarse de nuestras voluntades y de grandes riquezas ocultas. Como
si en la vida de los seres de un barrio común y corriente hubiera
grandes baúles en los que nadar entre monedas doradas.
Nuestra
mente no descansa. Sobre todo cuando la televisión no funciona. Si
la señal del satélite no llega al barrio, cada cual en su salón
tiene una manera de pasar el tiempo.
Y
si la señal tarda más de la cuenta en volver, en la asociación de
vecinos las historias también llegan, se comparten y se multiplican
tomando café o merendando unos churros con chocolate.
Dicen
que no le gusta el chocolate, murmuran al amor del aromático
brebaje. Es rara. Será una de esas que viajan mucho. Y solas.
¿Una
periodista?
No,
una de esas, ya sabes –y las voces cambian a susurro– una que le
gustan otras…
Ah,
ya... Una… liviana…
no, eso no es, vaya, no me sale… Bueno, Si a la señora María le
hace buen uso, lo demás es ir en círculos…
¿Pero
también le gusta correr?
Y
los comentarios van y vienen, preguntando y respondiendo casi a
ciegas y a destiempo. Más atentos a la comunión con el chocolate
que a una posible vida homosexual o maratoniana de la Bella.
No
tiene pinta de correr, sí de aventurera coinciden muchos.
En
ese momento, casi como si mencionaran al Rey del Roma, la Bella y la
señora María asoman por la puerta. Al olor del rico chocolate.
Muy
buenas tardes nos de Dios –desea la señora María mientras Helena
acerca dos sillas.
El
runrún de posibilidades sobre la vida de Helena se disipa entre
tazas de chocolate espeso y anécdotas del barrio. La señora María
recuerda o imagina a su esposo y a sus tres hijos.
Ay,
hijos míos. Qué tiempos que se me fueron…
Algunos
miran de reojo a Helena, que callada y en un segundo plano, decide no
participar.
Ese
misterio sigue inquietando al más pintado. Hasta los más artistas
del barrio le dedican retratos y los varones más jóvenes alguna
coplilla casi indecente. Desearían ‘estrenarse’ con ella. Y
muchos aseguran que era una prostituta de altos vuelos que perdió
sus alas. No se puede demostrar como otras tantas teorías, pero el
deseo les sobrevuela a todos en oleadas.
¿Ser
como ella? No, o tal vez sí. Las jovencitas también desearían
acercarse y preguntarle algo. Pero su seriedad y sus imaginaciones
combinan mal. Y la fachada descuidada de la casa de la señora María
da pie a imaginar cuentos de brujas, que cocinan pócimas en las
marmitas de oscuras cocinas en las que se cortan niños a pedacitos.
Y se los comen para seguir siendo bellas por toda la eternidad.
Pero
la Bella Helena no es nada de eso. Aunque a veces le gusta jugar en
su mente a que alguna vez fue una corredora, una bruja e incluso una
aventurera en su bergantín pirata. Por eso escucha atenta y atesora
esos pedacitos de vidas que nunca fueron ciertas pero que a lo mejor
ocurrieron en otro tiempo y en otro lugar. A otras personas. En otra
ciudad. Lejos de allí.
Y
tal vez un día tome la palabra en una de esas reuniones. Y al calor
del café caliente cuente por qué volvió al barrio.
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