Mi entrañable Machín - Marian Muñoz


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Mientras coloreo con mimo y precisión un dibujo de mariposas, oigo sones lejanos y placenteros, no sé si en mi cabeza o debido a la falta de pila de mi audífono, en algún aparato de música, de Antonio Machín cantando “Angelitos Negros” y “Dos Gardenias”.
Su voz melodiosa logra devolverme a la entrañable infancia de mis seis años, en que madre sentada al lado de la lámpara costurero, remendaba calcetines, los pantalones de trabajo de padre, o alargaba mis vestidos crecederos, mientras, sentada en mi sillita de mimbre, apoyada sobre la mesita baja del salón, hacía deberes en mi libreta de palotes, escribiendo cinco veces las nuevas palabras aprendidas.
En aquella ocasión con maravillosa nitidez, oí cantar por primera vez en la radio Panchito, “Dos Gardenias” o “Somos novios”, animada por la luz titilante de las rayitas que marcaban los diales, en las cuales podían leerse escritas capitales de países, algunas muy lejanas.
Ahora mismo, noventa años después, cuando me doy cuenta, recuerdo como si fueran ayer retazos de mi infancia, mientras olvido lo que acabo de hacer o quien me viene a ver.
Desde la galería donde pinto, veo tras los cristales como el viento azota en el exterior la sombrilla del jardín que nos cobija del sol en los paseos matutinos, y que a estas horas de la tarde es iluminada por un farol de luz tenue, pues los tiempos no están para gastos superfluos.
Enfrente, Floren emborrona con auténtica pasión un dibujo como el mío, sus trazos agresivos bien parecen querer abofetear al mundo con sus rojos, amarillos y morados. Es de comprender, la pobre mujer padece de insomnio, le han pillado tres veces en habitación ajena comiéndose un polvorón o tomando prestado un abanico, las horas nocturnas se le hacen eternas y las pasa como puede.
Es la quinta vez, que la despistada Dori se acerca y nos da los buenos días por la mañana, no acaba de enterarse que hemos cenado, o quizás merendado, ¡no sé!, ¡qué más da!, hambre no tengo, ¡así que da igual!
El sonido tan agradable de “Mira que eres linda”, me está adormeciendo, siento que mis manos no pueden ya con la pintura y Morfeo o quien sea me está llevando al séptimo cielo, que gusto olvidarme por un instante de mi pesado cuerpo y poder volar tal cual mariposa. ¡Ya está la pesada de turno despertándome para llevarme al baño!, con lo feliz que era en espíritu etéreo y no cuando insisten en cada momento que mueva éste cuerpo terrenal.
Parece que hoy estoy más espabilada que de costumbre, y pensando, pensando, me doy cuenta que nos vamos del mundo tal como hemos llegado, cuando nacemos no tenemos historia tras nosotros, o al menos no la recordamos, y ahora, con este porrón de años encima, mi memoria esta tan llena que no caben más recuerdos, total, para qué, si los importantes ya los he vivido y si he llegado hasta aquí, es que he tenido suerte y no sólo me he cuidado, sino que me han cuidado, eso es lo que de verdad importa.
Parece que mi querido Machín me está volviendo melancólica, que extraña situación, cuando vives al minuto no tienes posibilidad de echar nada en falta, aunque por desgracia, lo sientes, no sabes el qué, pero algo por dentro te dice que no hace mucho había algo más, y que aquello te importaba de verdad, te llenaba y complacía, no como ahora, el tiempo transcurre entre comida y comida, tal parece que mi única meta fuera ingerir alimentos, y a veces suele ser aburrido, sinceramente cocinan bien, pero no siempre tengo apetito y comer forzado es un martirio.
Ayer celebramos carnaval, me pusieron unas orejas de conejita que según decían, no me sentaban mal. Y pensar que de joven vestí trajes de lo más vistosos, de zíngara, mora o eslovaca, cantando por las calles con el grupo del barrio, aquello sí que era diversión, no escuchar a Machín, que aunque me guste, ¡lo tengo ya tan oído!, prefiero a los Mojinos Escozíos o a Gurruchaga, ¡ay madre ya no sé lo que me digo!
La hija de Elenita ya esta agitando el abanico, parece joven para tener sofocos aunque puede que mis cataratas no me permitan verla bien, pero a quien si veo perfectamente es a Rosita, se ha puesto a barrer el ascensor como la ratita presumida, sube y baja varias veces por las plantas, cada vez que para en la nuestra, saluda con la mano como si fuera la reina, se ve que la limpieza es lo suyo.
Me ha despertado de la siesta el lametazo de un perro, vienen por aquí dos veces a la semana y sus entrenadores nos permiten hacer juegos con ellos. Son muy monos, pero recuerdo con más cariño a mi burro Celedonio o a mi cerdo Felipe, con ellos interactuaba más, tenían paciencia infinita para las perrerías que les hacíamos, ¿Dónde estarán ya? ¿Habrá un cielo de animales? ¡Ains, que cosas se me ocurren!
Es la hora de dormir, espero llegar a mañana y poder sentir de nuevo éste pesado cuerpo, aunque me cueste arrastrarlo es el único que tengo y aunque mi memoria es corta, ¡que me quiten lo bailao!







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