El manicomio - Gloria Losada




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Siempre me había llamado la atención aquella edificación antigua y señorial, de grandes ventanales verdes y fachada con la pintura medio desconchada. Rodeada de una enorme extensión ajardinada, con frondosos árboles que proyectaban sus sombras sobre el recinto, aquella enorme casa aparecía, a mis ojos de adolescente soñadora, enigmática y misteriosa. Pasaba por delante del extenso muro que la rodeaba en mi ruta diaria hacia el instituto y al llegar al portalón, me paraba y la observaba, dejando volar mi inocente imaginación. ¿Quiénes serían los moradores de tan maravillosa mansión? ¿acaso estaría habitada por una romántica pareja directamente salida de una película americana? ¿o tal vez por un cruel caballero medio loco y enfermo de pasión por el abandono de su amada? Nada más lejos de la realidad.

Cierto día, para mi sorpresa, encontré la verja medio abierta, cosa sumamente extraña, pues alguna vez que había intentado empujarla estaba tan firmemente cerrada que no se movió un ápice. Debo reconocer que me puse algo nerviosa ante la posibilidad de poder colarme dentro, si no de la casa, sí del bello jardín que la rodeaba. No tuve ni siquiera que abrir más la verja, pues mi menudo cuerpo se deslizó con facilidad por el hueco ya abierto. Una sensación extraña se adueñó de mí cuando estuve dentro, entre el triunfo por haber conseguido entrar y el miedo por lo que podía encontrarme. Me acerqué con cautela a la puerta. Un letrero dorado, imposible de leer desde fuera, me iba a aclarar por fin qué escondía la mansión de mis sueños. Nada parecido a lo que yo había pintado en mi mente cientos de veces. Leí despacio "Sanatorio Psiquiátrico". Una oleada de infundado terror sacudió mi cuerpo y salí de allí como alma que lleva el diablo.



Jamás había imaginado que aquel bucólico edificio que despertaba mi más profunda admiración pudiera ser un manicomio. Sin embargo, pensando y analizando las circunstancias que lo rodeaban, me dije que no podía ser otra cosa. Jamás se veía nadie por fuera, a pesar de la extrema tranquilidad que se respiraba en sus alrededores. Seguro que tenían a todos los locos dentro, encerrados en celdas para que no pudieran dar rienda suelta a su agresividad. Evidentemente aquellas suposiciones no eran más que eso, meras suposiciones de una adolescente peliculera y soñadora, pero que de un modo u otro contribuyeron a que mi admiración por aquella mansión fuera decayendo hasta desaparecer por completo. Me olvidé de la casa y de lo que se guarecía dentro y seguí con mi vida de siempre, hasta que años más tarde la casualidad quiso conducirme de nuevo a ella.



Al terminar el instituto no quise continuar en la Universidad. No era mala estudiante, aunque tampoco demasiado brillante. Hubiera podido hacer una carrera perfectamente, pero los libros me aburrían y lo que deseaba era trabajar, así podría tener algo de independencia económica. Hice unos cursos de administración y de informática y cuando terminé envié currículums a todos lados. No me contestaban de ninguno. Aquello me desesperaba, yo era joven y estaba bien preparada, lo único que me faltaba era experiencia, pero claro, si no encontraba trabajo no podría tener experiencia nunca. Era la pescadilla que se muerde la cola. Así que cuando aquella mañana encontré en el buzón una carta de la oficina de empleo y al abrirla leí que me citaban para una entrevista de trabajo, no me pude sentir más feliz. Me facilitaban una dirección donde debía de presentarme. Sólo cuando el día señalado me monté en un taxi y recorrimos calles en pos de nuestro destino, me di cuenta de hacia dónde me llevaba. Efectivamente, el vehículo me dejó frente a la casa de mis sueños de antaño. Le pagué la carrera y me bajé. Me acerqué y miré hacia dentro. Todo estaba igual, el mismo jardín, los mismos árboles, idénticos ventanales verdes... Sólo el portal había cambiado, ahora era más moderno y con portero automático. No quise demorar más y pulsé el timbre. Una voz nasal preguntó quién era.

-Soy Rocío Martos, estoy citada para una entrevista...

El portal se abrió sin que yo llegara a terminar mi frase. Era la segunda vez que me veía allí dentro. Pero de esta no me iba a escapar.

-Buscamos una persona para recepción, que se encargue de las citas y que tenga algunos conocimientos de informática, nada del otro mundo- me explicaba la Doctora Solano, directora del centro , después de haberme hecho un montón de preguntas - lo único que exigimos es responsabilidad y sobre todo confidencialidad. La gente que viene aquí es gente con problemas graves y en la mayoría de los casos no desean que se den a conocer. La discreción es fundamental. Es por eso que quien trabaje finalmente aquí debe respetar una regla interna primordial. El trato con los pacientes y con el personal médico, será prácticamente nulo. Tendrá acceso a los historiales por razones obvias, ya que será la persona que los maneje y los archive, pero nada más.

Aquella mujer desprendía de sus pequeños ojos grises una mirada fría y distante. Su forma de hablarme tampoco era muy cálida, más bien todo lo contrario. Además se mostraba tremendamente autoritaria. Supuse que así era como debía de tratar a sus pacientes, y que conmigo lo que le pasaba era la típica deformación profesional. En la escasa media hora que pasé con ella llegué a la conclusión de que no me gustaría tenerla como jefa, pero cuando me dijo el sueldo cambié de opinión enseguida.

-Pagamos mil quinientos euros, netos. Catorce pagas anuales. ¿Qué te parece Rocío? - al preguntarme, sonrió, pero sólo con la boca.

-Bueno, me parece muy bien. El trabajo no me asusta y las condiciones tampoco. Por otra parte el sueldo es muy atractivo. Pero supongo que tendrán ustedes más candidatos.

-Alguno más ha venido hoy si, pero si aceptas, el puesto es tuyo.

Me sorprendió oirle decir aquello. Jamás pensé salir de allí con el trabajo en el bolsillo. Por supuesto acepté.

-Estupendo, creo que serás una buena trabajadora. Empiezas mañana entonces. El horario es de ocho a tres y por supuesto exigimos puntualidad. Hasta mañana pues.

-Hasta mañana.

Salí de allí con una sensación agridulce. Estaba encantada de haber encontrado trabajo, pero había algo en aquella mujer que no me gustaba nada, algo que me decía que no era buena gente.








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El trabajo resultó ser de lo más tranquilo y llevadero. Me limitaba a dar citas, hacer labores de archivo, atender el teléfono y poco más. Mi querida jefa me visitaba una vez en toda la mañana, me saludaba, paseaba su mirada inquisidora por el recinto, se llevaba los historiales que previamente le había preparado y se marchaba a sus quehaceres. Todo era sumamente tranquilo. Las personas que ingresaban, o que venían a consulta no eran los chiflados que yo había imaginado, eran gente más o menos normal, con depresiones, manías....en realidad, más o menos, con menor o mayor intensidad, como todo el mundo. Al personal médico apenas lo veía. Además siempre tenía presente la absurda prohibición de tener roce con ellos. Reconozco que al principio me pareció un poco extraño, pero pronto de acostumbré y como en el fondo me daba igual, dejó de preocuparme.



Cierta mañana entró una pareja. Se notaba que el paciente era él. Unas profundas ojeras y un rostro tremendamente demacrado ponían de manifiesto la enfermedad que padecía. Era la primera vez que acudía a consulta. Le hice algunas preguntas rutinarias para iniciar el historial médico e hice pasar a ambos a una comfortable sala de espera. Al cabo de un rato la mujer vino por recepción.

-Perdona -me dijo -mi marido no se encuentra muy bien, ¿podrías darme un vaso de agua?

-Por supuesto - contesté.

Llené un vaso de plástico y se lo entregué. Ella se fue y al poco rato regresó con el vaso vacío.

-Gracias - me dijo -¿te importa tirarlo? en la sala no hay papelera.

-Por supuesto - dije a la vez que tomaba el vaso y lo tiraba - ¿está mejor su esposo?

-Si, gracias, es que es muy nervioso y la espera.....bueno por eso venimos, porque se pone de los nervios ante las situaciones más inverosímiles y le dan con frecuencia ataques de pánico. De un tiempo a esta tarde casi a diario. Nos hablaron muy bien de este centro.

La mujer tenía ganas de hablar. Yo no debía darle conversación, pero me dio lástima.

-Si, la gente que viene marcha contenta - le dije sin mucho convencimiento - aunque últimamente hay bastantes ingresos.

-¿Si? Bueno yo espero que mi marido no esté tan grave como para tener que quedarse.

-Seguro que no, ya verá. Además si se tuviese que quedar no estaría mal. Aquí se respira tranquilidad.

-Ya lo veo. Y los jardines que rodean el edificio son preciosos.

-Si que los son.- estuve a punto de añadir "sólo que nunca hay nadie paseando por ellos", pero me callé.

En ese momento por mi interfono se escuchó la voz de la doctora Solano.

-Rocío, puedes hacer pasar a los siguientes por favor.

Los siguientes era la consabida pareja así que los llevé a la consulta. Permanecieron dentro alrededor de una hora, pasada la cual, mi jefa se me acercó y me pidió que avisara a la planta tercera para que prepararan una habitación.

-El paciente se queda ingresado.

Hice lo que me mandó y ojeé por curiosidad el historial que me había dado para archivar. El diagnóstico era cuadro de depresión endógena grave. Qué raro, según su mujer sólo eran ataques de ansiedad. Me encogí de hombros y seguí a lo mío. Estaba a punto de abrirse la caja de Pandora.



Unas horas más tarde, cuando casi había terminado mi turno y llegaba la ansiada hora de la vuelta a casa, la esposa del enfermo apareció por recepción. Salía sin fijarse en mí, pero yo sentía tanta curiosidad por lo ocurrido con su marido que la llamé.

-¡Señora!

Me miró y se acercó a mí con cara de preocupación.

-Hola chica. Me voy a casa a comer algo y buscar ropa para mi marido, ya sabrás que ha quedado ingresado.

-Si, por eso quería preguntarle ¿Está mal?

-Si te digo la verdad yo creo que quedar aquí no le hace ningún bien. Ahora mismo está en el cuarto a punto de darle un ataque de nervios. Pero la doctora ha insistido mucho, según ella tiene un cuadro depresivo muy grave.

-Pero usted me dijo que lo que le daban eran ataques de pánico ¿no?

-Mira, hace unas semanas que tiene problemas en el trabajo y eso le afecta mucho, le altera los nervios. Pero por lo demás está bien. Y depresión......nunca nos imaginamos que tuviese depresión.

-A veces los diagnósticos pueden ser sorprendentes, sobre todo en esto de las enfermedades mentales. Pero ya verá como todo sale bien. Por cierto, me llamo Rocío.

-Yo Isabel. Gracias por interesarte hija. Ahora tengo que irme.

-Claro, claro, váyase.

Tan pronto se fue apareció mi jefa, con cara de pocos amigos. Supe que iba a echarme la primera bronca.

-Rocío - me dijo en tono glacial - pensé que había quedado clara la norma de no hablar con los pacientes más que lo extrictamente necesario.

-Oh, por supuesto, disculpe, es que esta mujer es conocida de mi madre y se acercó ella a hablarme - mentí.

-Pues la próxima vez córtale la conversación - me ordenó casi gritando.

Dio media vuelta y se fue por donde había venido. Yo también de marché a mi casa. Por el camino le di mil vueltas a los últimos acontecimientos. La repentina enfermedad de aquel hombre, la insistencia desmesurada para que no hablase con su mujer....Todo era muy raro.


















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Isabel acudía todos los días a visitar a su marido. Cuando se marchaba no dejaba de pasar por recepción para hablar conmigo un rato, con cuidado, para que no nos viera la bruja de la directora. Siempre me decía que su marido no mejoraba, que los ataques de pánico habían aumentado pues no le gustaba verse encerrado entre cuatro paredes. Había solicitado permiso para salir a pasear por el jardín y le había sido denegado, alegando normas internas.

-No sé qué va a ser de él. Creo que voy a pedir el alta voluntaria porque si seguimos aquí mucho me temo que se consumirá.

No sé si la llegó a pedir, el caso es que fue la última vez que la vi en condiciones normales. La eché de menos al día siguiente, y al otro y al otro también. Miré el historial de su marido y comprobé que continuaba ingresado. Comencé a ponerme nerviosa. Definitivamente allí pasaba algo y yo quería averiguar qué. Al cuarto día de ausencia de Isabel decidí investigar. Arriesgándome muchísimo, subí a la tercera planta (donde estaba el marido de mi nueva amiga) y me dí una vuelta. Debo reconocer que el aspecto tétrico y oscuro, el largo pasillo y el inquietante silencio me asustaron un poco. El aspecto de aquella planta en nada se parecía al de la entrada del hospital. Semejaba sacada de un película de terror. Las paredes grises y mal pintadas, las luces que apenas alumbraban, las puertas de madera desvencijadas. Mi corazón latía a cien por hora. Me di cuenta de que las puertas tenían una pequeña mirilla. Me acerqué a la primera. Dentro había una mujer sentada en un sillón con la mirada perdida. En la segunda , otra mujer, en la tercera estaba el marido de Isabel. Fui mirando habitación por habitación. Todas estaba ocupadas por seres humanos con una extraña expresión en su mirada. La misma en todos, como perdida, como si estuvieran allí presentes sólo con el cuerpo. Inquietante. Pero aún me esperaba la sorpresa final. La que ocupaba la ultima habitación de la planta.....¡era Isabel!


Bajé inmediatamente a mi puesto. Parecía que no me habían echado en falta. Con la respiración todavía muy agitada me dirigí a los ficheros y saqué el historial de la paciente de la habitación 318. Isabel Almagro Fernández, mujer, 48 años, ingresada por un brote psicótico grave. Guardé de nuevo las hojas. El diagnóstico, aunque yo no entendía en absoluto de términos médicos, me parecía tan impreciso como el de su marido. Allí estaba pasando algo y yo tenía que descubrirlo, aún a sabiendas de que ponía en peligro mi puesto de trabajo. Por eso, a última hora de la mañana, cuando ya no había pacientes externos y la señora Solano se había marchado, volví a subir a la tercera planta y me colé en la habitación de Isabel. Estaba sentada en la misma postura que cuando la vi por primera vez. Volvió sus ojos a mí. No cambiaron de expresión, siguieron vacíos.

-Hola Isabel - le dije - ¿te acuerdas de mí? Soy Rocío, la chica de recepción.

-Claro que me acuerdo - dijo con voz absolutamente monocorde y monótona - ¿Qué quieres?

-Verte. Me pareció extraño que estuvieras ingresada tú también. ¿Estás enferma?.

-Si, la doctora dijo que estaba enferma y tenía que quedarme.

-¿Y tu marido? ¿está mejor?

-¿Mi marido? Si, creo que si, bueno, en realidad no lo sé. Creo que no me importa cómo esté.

Me impresionaron sus palabras. Que no le importara el estado de su esposo era lo más raro que podía decirme. Me fui sin despedirme, dispuesta a continuar mi "investigación" en los días siguientes.



No pude hacerlo hasta la semana siguiente. Sorprendentemente durante ese corto espacio de tiempo no se había producido ningún ingreso. No obstante consideré que lo mejor era continuar con mis pesquisas y aquel día decidí bajar al sótano. Si la planta tercera era lúgubre, el sótano lo era tres veces más. Olía a rancio y a humedad. Al final de las escaleras había cuatro puertas. Intenté abrir una y estaba cerrada con llave. Probé con otra. Esta vez hubo suerte. Me metí en una habitación enorme, tenuemente iluminada por una escasa luz que provenía del fondo. Las paredes estaban completamente tapadas por estanterías metálicas vacías. Sólo en las del fondo, las más cercanas a la luz, unos botes llenos de líquido descansaban sobre las baldas. Me acerqué con cautela para no tropezar. En el fondo de los botes, protegido por el líquido que contenían, se asentaban pequeños objetos de forma irregular. Parecían....¿piedras tal vez? Únicamente cuando estuve suficientemente cerca pude ver que eran....¡trozos de cerebro! Una arcada surgió de la boca de mi estómago y quise salir de allí. Cuando me disponía a abrir la puerta escuché voces. Me arrimé a la pared rogando para que, fuera quien fuera, no entrara en aquel cuarto. Pude oír a dos personas hablando en un idioma que me pareció alemán. Una voz pertenecía a la doctora Solano, la otra no la pude identificar. Pasaron de largo y respiré aliviada. Abrí la puerta con cautela y cuando los vi desaparecer en otra habitación, salí de allí lo más aprisa que pude.



La visión de aquellos trocitos de cerebro me impresionó tanto que durante unos días me limité a realizar mi trabajo. Reconozco que sentía miedo por lo que podía llegar a descubrir. No tenía ni idea de lo que podía ser, pero algo sucio seguro. Una misteriosa llamada telefónica fue el detonante que me animó a seguir con mis pesquisas.

-¿La doctora Solano? - preguntó una voz con inconfundible acento alemán.

Sin pensarlo demasiado me hice pasar por ella.

-Si, soy yo.

-Soy la secretaria del doctor Zimmerman. Me ha mandado avisarle que por circunstancias de última hora no podrá realizar hoy las operaciones programadas para esta tarde. Se pondrá en contacto con usted en unos días para decidir otra fecha.

-De acuerdo.

La persona que estaba al otro lado del teléfono colgó sin despedirse. Parecía tener prisa. ¿De qué operaciones hablaba? ¿Serían acaso intervenciones para extraer a los pacientes aquellos trozos de cerebro que yo había visto? Un escalofrío recorrió mi espalda. Pronto descubriría la verdad.












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Decididamente me estaba metiendo en un buen lío. Mi querida jefa no había recibido ninguna llamada avisándola de la suspensión de las operaciones, con lo cual creería que el doctor alemán acudiría a su cita. Cuando ella se percatara de que él no iba a acudir, se pondrían en contacto y.....tal vez se daría cuenta de que la que había recibido la llamada había sido o yo. Tal vez no, y yo estuviera imaginando de más. De todas maneras, a aquellas alturas, no me quedaba más remedio que seguir. Por eso me presenté aquella tarde en la clínica. Por las tardes había mucho menos movimiento que por las mañanas, así que no me resultó fácil colarme sin que se diera cuenta la chica del turno de tarde, pues me conocía y no me apetecía inventarme explicaciones. Finalmente pude entrar y por puro instinto, pues no sabía dónde se iban a llevar a cabo las consabidas operaciones, bajé al sótano. Probé a abrir la puerta que se me había resistido la primera vez. Esta vez se abrió y pude comprobar que estaba en lo cierto. No era, ni más ni menos, que un quirófano. Aquel parecía mi día de suerte. Me escondí detrás de una columna, en la penumbra y me dispuse a esperar. Al cabo de media hora comenzó la "fiesta". Gente que supuse sería personal sanitario, entraba y salía del quirófano preparando todo para la operación que no iba a realizarse. La doctora Solano también andaba por allí dando órdenes. Escuché el sonido del ascensor, asomé la cabeza y pude ver que bajaban a un paciente en su cama y lo introducían en el quirófano. Pero el tiempo iba pasando y el doctor Zimmerman no aparecía. Las voces que oía empezaron a denotar nerviosismo. Vi que mi jefa subía escaleras arriba. Tardo unos minutos en bajar con la esperada noticia.

-Muchachos, anulen todo, no va a haber intervención.

Murmullos.

-¡Atención! ¿Alguien ha contestado esta mañana una llamada de Zimmerman?

Se hizo el silencio, nadie contestó.

-Han avisado esta mañana de que no podría acudir. ¿Quién cogió el teléfono?

Nuevamente silencio.

-Esta bien, me parece que sé quien ha sido. Hagan el favor de recoger todo y devuelvan al enfermo a su habitación.

¿Sabía quien había sido? ¿Estaría pensando en mí? Tal vez, pero yo siempre podría negarlo. Salvo que me pillaran "in fraganti" como por desgracia ocurrió. Me mantuve escondida durante un tiempo más, hasta que vi que todos se marchaban. Entonces salí de mi escondite y me dirigí a las escaleras, hasta que una voz a mis espaldas me paralizó.

-¿A dónde te crees que vas, Rocío?

Mi corazón se aceleró y en un segundo un torbellino de ideas poblaron mi cabeza. Me di la vuelta despacio. Allí estaba ella, tan digna y estirada como siempre, con aquellos ojos gélidos que parecían escudriñar mi mente.

-¿Qué coño estabas haciendo aquí?

Di por perdido mi empleo y decidí "echarle huevos" al asunto.

-Yo fui quien recibió la llamada del doctor alemán y sentí curiosidad por saber qué tipo de operación se iba a realizar aquí. Me parece sumamente extraño que en un psiquiátrico se realicen intervenciones quirúrgicas.

-Vaya, vaya, ¿me estás desafiando?

-Si considera que querer saber qué mierda está pasando en este sanatorio, entonces sí, la estoy desafiando.

-Eres muy estúpida. Quedas despedida.

-Eso ya me lo imaginaba, pero no me iré sin que me dé una respuesta.

-¿Y por qué había de hacer yo eso?

-Porque sé más de lo que usted se cree. Sé que manda internar en esta hospital a gente que está sana. Sé que les hace algo para que se vuelvan....no se, imbéciles. Yo misma los he visto con mis propios ojos, en la tercera planta. Gente que está ida, con la mirada perdida.

Enrojeció de la ira.

-Tenías prohibido....

-Ya lo sé, ya sé que se me impusieron muchas prohibiciones, pero fue eso precisamente lo que me impulsó a averiguar por qué aquí pasan cosas extrañas. El otro día entré en ese cuarto - lo señalé - y vi un montón de frascos de cristal con trocitos de cerebro dentro. Es eso lo que hacen con esos pacientes ¿verdad? Les sacan trozos de cerebro y los dejan bobos.

Por la expresión de su cara supe que había dado en el clavo. Aunque también me imaginé que ella no se iba a dar por vencida.

-Tienes razón. Me parece que te he subestimado. No, no eres estúpida. Eres muy lista, y eso va a ser tu perdición. ¿Quieres saber toda la verdad de lo que pasa aquí? Pues yo te la voy a contar. Te aseguro que no te va a gustar, no te va a gustar nada, pero tú lo has querido. Verás Rocío, los médicos que trabajamos aquí pertenecemos a una organización llamémosla......oscura. Nuestro último fin es conseguir dominar el mundo. No pongas esa cara. Esto no es una película, aunque lo parezca. Estamos repartidos por todos los países, funcionamos desde hace muchísimos años, estudiando y buscando procedimientos que nos lleven a derrocar a todos los gobiernos conocidos, para así hacernos con el control del mundo.

-Está completamente loca.- le dije sinceramente.

Ella ignoró mi comentario y prosiguió con su delirio.

-En nuestro camino hacia esa pretendida dominación hemos llegado a la conclusión de que el pueblo, por lo menos una gran parte de él tiene que estar a nuestro lado. Al principio intentamos convencerlos con palabras, con razonamientos, tanteándolos, pero no obtuvimos los resultados deseados. Entonces llegó a nuestra organización el doctor Zimmerman, un genio de la medicina y de la investigación cerebral. El fue el que llegó a la conclusión de que lo primero que debíamos hacer era anular la capacidad de amar.

Hizo una pausa en su pasional discurso y me miró.

-¿Sabes porqué Rocío?

-No, no lo sé.

-Pues es muy fácil la respuesta. ¿Qué es lo que mueve el mundo? ¿Cual es esa fuerza misteriosa que rige los destinos de los hombres por mucho que se empeñen en lo contrario? El amor, Rocío, el amor. Sólo quien siente amor, es capaz de sentir compasión, pena, ternura, empatía....incluso el odio proviene del amor. Si se anula la capacidaz de amar, se anula la capacidad de sentir y el ser humano se ve sumido en la indiferencia más absoluta.

Escuchando sus palabras recordé a Isabel. Ella me había dicho que le daba igual el estado de su marido. Ahí estaba la indiferencia que buscaban.

-El doctor Zimmerman - prosiguió - después de muchos años investigando logró aislar la parte del cerebro donde se genera la capacidad de amar. Simplemente había que extirpar ese pequeño pedazo de seso. Eso es lo que estamos haciendo, y te aseguro que con mucho éxito. Te sorprenderá saber que hay individuos que carecen de capacidad para sentir amor. De hecho operamos alguno que en ese lugar del cerebro tenía una hendidura hueca. ¡Qué cosas! ¿Verdad? Ahora solo nos falta estimular el área cerebral precisa para que estos pobres imbéciles obedezcan nuestras órdenes sin mostrar la más mínima oposición. El área ya está predeterminada. Estamos estudiando el método preciso de estimulación. Pronto daremos con el apropiado. Entonces el mundo, será nuestro.

-Está usted completamente loca. Además no sé por qué me ha contado esto así, sin molestarse en negar mis acusaciones, sin defenderse.

-¿Qué te crees? ¿qué te tengo miedo?

-Puedo ir a la policía y contárselo todo.

-Claro, puedes probar a ver si te creen.

-Los traeré aquí y verán con sus propios ojos las pruebas.

-Pero que tonta eres a veces. La mitad del cuerpo de policía es de los nuestros. Pero si no me crees, ve a contárselo y compruébalo tú misma.

De repente todo aquello me pareció una película surrealista de la que yo no quería ser protagonista. Tuve miedo, por primera vez tuve realmente miedo.

-¡Sean! - gritó la mujer - Sean es uno de mis colaboradores. Te llevará a un habitación ahora mismo.

El miedo se transformó en pánico y mi instinto de supervivencia afloró. Di media vuelta y corrí escaleras arriba. Ella no se movió, simplemente se limitó a echarse a reir a carcajadas.

-Vete, corre, escápate. Tarde o temprano te capturaremos. Tú también formarás parte de nuestra causa.








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No dejé de correr hasta que llegué a casa de mi hermano Carlos. Estaba claro que a la mía no podía ir. Sería el primer sitio donde me buscaran. Le conté todo lo que me había pasado y le rogué que me dejara esconderme allí hasta que las ideas se me aclararan y decidiera qué hacer con mi vida.

-Métete en el sótano. Allí no te encontrarán aunque se les diera por venir aquí y registrar toda la casa. Yo te cuidaré.

Así lo hice, me bajé para este sótano húmedo y frío donde llevo viviendo más de una semana. Por más que lo pienso no sé qué voy a hacer. Si salgo de aquí me atraparán en seguida y no puedo permitirlo. Tengo que parar esa locura que tienen entre manos. Alguien tiene que ayudarme, pero no sé a quién voy a acudir. Para colmo, hace dos días que mi hermano no aparece por aquí. Tampoco escucho ruídos por la casa. Tengo miedo de que lo hayan cogido. Estoy empezando a desesperarme.



EPILOGO



La puerta del sótano se abrió de repente iluminando la oscura estancia con la soleada luz del día. En el umbral apareció Carlos. Bajó las escaleras despacio, torpemente. Rocío supo desde el primer momento que algo no iba bien. El no la abrazó ni la besó como solía hacer siempre que la veía, ni siquiera la saludó, sólo la tomó del brazo y la obligó a subir las escaleras. Allí arriba la esperaban sus verdugos.

-Ya lo hemos conseguido - dijo la doctora Solano - por fin sabemos que zona del cerebro hemos de estimular para que cumplan nuestras órdenes. Tu hermano ha sido el conejillo de indias, Rocío. ¿Se te ocurre cuál ha sido la primera orden que le hemos dado?





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