Siempre me
había llamado la atención aquella edificación antigua y señorial,
de grandes ventanales verdes y fachada con la pintura medio
desconchada. Rodeada de una enorme extensión ajardinada, con
frondosos árboles que proyectaban sus sombras sobre el recinto,
aquella enorme casa aparecía, a mis ojos de adolescente soñadora,
enigmática y misteriosa. Pasaba por delante del extenso muro que la
rodeaba en mi ruta diaria hacia el instituto y al llegar al portalón,
me paraba y la observaba, dejando volar mi inocente imaginación.
¿Quiénes serían los moradores de tan maravillosa mansión? ¿acaso
estaría habitada por una romántica pareja directamente salida de
una película americana? ¿o tal vez por un cruel caballero medio
loco y enfermo de pasión por el abandono de su amada? Nada más
lejos de la realidad.
Cierto día,
para mi sorpresa, encontré la verja medio abierta, cosa sumamente
extraña, pues alguna vez que había intentado empujarla estaba tan
firmemente cerrada que no se movió un ápice. Debo reconocer que me
puse algo nerviosa ante la posibilidad de poder colarme dentro, si no
de la casa, sí del bello jardín que la rodeaba. No tuve ni siquiera
que abrir más la verja, pues mi menudo cuerpo se deslizó con
facilidad por el hueco ya abierto. Una sensación extraña se adueñó
de mí cuando estuve dentro, entre el triunfo por haber conseguido
entrar y el miedo por lo que podía encontrarme. Me acerqué con
cautela a la puerta. Un letrero dorado, imposible de leer desde
fuera, me iba a aclarar por fin qué escondía la mansión de mis
sueños. Nada parecido a lo que yo había pintado en mi mente
cientos de veces. Leí despacio "Sanatorio Psiquiátrico".
Una oleada de infundado terror sacudió mi cuerpo y salí de allí
como alma que lleva el diablo.
Jamás había
imaginado que aquel bucólico edificio que despertaba mi más
profunda admiración pudiera ser un manicomio. Sin embargo, pensando
y analizando las circunstancias que lo rodeaban, me dije que no
podía ser otra cosa. Jamás se veía nadie por fuera, a pesar de la
extrema tranquilidad que se respiraba en sus alrededores. Seguro que
tenían a todos los locos dentro, encerrados en celdas para que no
pudieran dar rienda suelta a su agresividad. Evidentemente aquellas
suposiciones no eran más que eso, meras suposiciones de una
adolescente peliculera y soñadora, pero que de un modo u otro
contribuyeron a que mi admiración por aquella mansión fuera
decayendo hasta desaparecer por completo. Me olvidé de la casa y de
lo que se guarecía dentro y seguí con mi vida de siempre, hasta que
años más tarde la casualidad quiso conducirme de nuevo a ella.
Al terminar el
instituto no quise continuar en la Universidad. No era mala
estudiante, aunque tampoco demasiado brillante. Hubiera podido hacer
una carrera perfectamente, pero los libros me aburrían y lo que
deseaba era trabajar, así podría tener algo de independencia
económica. Hice unos cursos de administración y de informática y
cuando terminé envié currículums a todos lados. No me contestaban
de ninguno. Aquello me desesperaba, yo era joven y estaba bien
preparada, lo único que me faltaba era experiencia, pero claro, si
no encontraba trabajo no podría tener experiencia nunca. Era la
pescadilla que se muerde la cola. Así que cuando aquella mañana
encontré en el buzón una carta de la oficina de empleo y al abrirla
leí que me citaban para una entrevista de trabajo, no me pude sentir
más feliz. Me facilitaban una dirección donde debía de
presentarme. Sólo cuando el día señalado me monté en un taxi y
recorrimos calles en pos de nuestro destino, me di cuenta de hacia
dónde me llevaba. Efectivamente, el vehículo me dejó frente a la
casa de mis sueños de antaño. Le pagué la carrera y me bajé. Me
acerqué y miré hacia dentro. Todo estaba igual, el mismo jardín,
los mismos árboles, idénticos ventanales verdes... Sólo el portal
había cambiado, ahora era más moderno y con portero automático. No
quise demorar más y pulsé el timbre. Una voz nasal preguntó quién
era.
-Soy Rocío
Martos, estoy citada para una entrevista...
El portal se
abrió sin que yo llegara a terminar mi frase. Era la segunda vez que
me veía allí dentro. Pero de esta no me iba a escapar.
-Buscamos una
persona para recepción, que se encargue de las citas y que tenga
algunos conocimientos de informática, nada del otro mundo- me
explicaba la Doctora Solano, directora del centro , después de
haberme hecho un montón de preguntas - lo único que exigimos es
responsabilidad y sobre todo confidencialidad. La gente que viene
aquí es gente con problemas graves y en la mayoría de los casos no
desean que se den a conocer. La discreción es fundamental. Es por
eso que quien trabaje finalmente aquí debe respetar una regla
interna primordial. El trato con los pacientes y con el personal
médico, será prácticamente nulo. Tendrá acceso a los historiales
por razones obvias, ya que será la persona que los maneje y los
archive, pero nada más.
Aquella mujer
desprendía de sus pequeños ojos grises una mirada fría y distante.
Su forma de hablarme tampoco era muy cálida, más bien todo lo
contrario. Además se mostraba tremendamente autoritaria. Supuse que
así era como debía de tratar a sus pacientes, y que conmigo lo que
le pasaba era la típica deformación profesional. En la escasa media
hora que pasé con ella llegué a la conclusión de que no me
gustaría tenerla como jefa, pero cuando me dijo el sueldo cambié de
opinión enseguida.
-Pagamos mil
quinientos euros, netos. Catorce pagas anuales. ¿Qué te parece
Rocío? - al preguntarme, sonrió, pero sólo con la boca.
-Bueno, me
parece muy bien. El trabajo no me asusta y las condiciones tampoco.
Por otra parte el sueldo es muy atractivo. Pero supongo que tendrán
ustedes más candidatos.
-Alguno más
ha venido hoy si, pero si aceptas, el puesto es tuyo.
Me sorprendió
oirle decir aquello. Jamás pensé salir de allí con el trabajo en
el bolsillo. Por supuesto acepté.
-Estupendo,
creo que serás una buena trabajadora. Empiezas mañana entonces. El
horario es de ocho a tres y por supuesto exigimos puntualidad. Hasta
mañana pues.
-Hasta mañana.
Salí de allí
con una sensación agridulce. Estaba encantada de haber encontrado
trabajo, pero había algo en aquella mujer que no me gustaba nada,
algo que me decía que no era buena gente.
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El trabajo
resultó ser de lo más tranquilo y llevadero. Me limitaba a dar
citas, hacer labores de archivo, atender el teléfono y poco más. Mi
querida jefa me visitaba una vez en toda la mañana, me saludaba,
paseaba su mirada inquisidora por el recinto, se llevaba los
historiales que previamente le había preparado y se marchaba a sus
quehaceres. Todo era sumamente tranquilo. Las personas que
ingresaban, o que venían a consulta no eran los chiflados que yo
había imaginado, eran gente más o menos normal, con depresiones,
manías....en realidad, más o menos, con menor o mayor intensidad,
como todo el mundo. Al personal médico apenas lo veía. Además
siempre tenía presente la absurda prohibición de tener roce con
ellos. Reconozco que al principio me pareció un poco extraño, pero
pronto de acostumbré y como en el fondo me daba igual, dejó de
preocuparme.
Cierta mañana
entró una pareja. Se notaba que el paciente era él. Unas profundas
ojeras y un rostro tremendamente demacrado ponían de manifiesto la
enfermedad que padecía. Era la primera vez que acudía a consulta.
Le hice algunas preguntas rutinarias para iniciar el historial médico
e hice pasar a ambos a una comfortable sala de espera. Al cabo de un
rato la mujer vino por recepción.
-Perdona -me
dijo -mi marido no se encuentra muy bien, ¿podrías darme un vaso de
agua?
-Por supuesto
- contesté.
Llené un vaso
de plástico y se lo entregué. Ella se fue y al poco rato regresó
con el vaso vacío.
-Gracias - me
dijo -¿te importa tirarlo? en la sala no hay papelera.
-Por supuesto -
dije a la vez que tomaba el vaso y lo tiraba - ¿está mejor su
esposo?
-Si, gracias,
es que es muy nervioso y la espera.....bueno por eso venimos, porque
se pone de los nervios ante las situaciones más inverosímiles y le
dan con frecuencia ataques de pánico. De un tiempo a esta tarde casi
a diario. Nos hablaron muy bien de este centro.
La mujer tenía
ganas de hablar. Yo no debía darle conversación, pero me dio
lástima.
-Si, la gente
que viene marcha contenta - le dije sin mucho convencimiento - aunque
últimamente hay bastantes ingresos.
-¿Si? Bueno yo
espero que mi marido no esté tan grave como para tener que quedarse.
-Seguro que no,
ya verá. Además si se tuviese que quedar no estaría mal. Aquí se
respira tranquilidad.
-Ya lo veo. Y
los jardines que rodean el edificio son preciosos.
-Si que los
son.- estuve a punto de añadir "sólo que nunca hay nadie
paseando por ellos", pero me callé.
En ese momento
por mi interfono se escuchó la voz de la doctora Solano.
-Rocío, puedes
hacer pasar a los siguientes por favor.
Los siguientes
era la consabida pareja así que los llevé a la consulta.
Permanecieron dentro alrededor de una hora, pasada la cual, mi jefa
se me acercó y me pidió que avisara a la planta tercera para que
prepararan una habitación.
-El paciente
se queda ingresado.
Hice lo que me
mandó y ojeé por curiosidad el historial que me había dado para
archivar. El diagnóstico era cuadro de depresión endógena grave.
Qué raro, según su mujer sólo eran ataques de ansiedad. Me encogí
de hombros y seguí a lo mío. Estaba a punto de abrirse la caja de
Pandora.
Unas horas más
tarde, cuando casi había terminado mi turno y llegaba la ansiada
hora de la vuelta a casa, la esposa del enfermo apareció por
recepción. Salía sin fijarse en mí, pero yo sentía tanta
curiosidad por lo ocurrido con su marido que la llamé.
-¡Señora!
Me miró y se
acercó a mí con cara de preocupación.
-Hola chica. Me
voy a casa a comer algo y buscar ropa para mi marido, ya sabrás que
ha quedado ingresado.
-Si, por eso
quería preguntarle ¿Está mal?
-Si te digo la
verdad yo creo que quedar aquí no le hace ningún bien. Ahora mismo
está en el cuarto a punto de darle un ataque de nervios. Pero la
doctora ha insistido mucho, según ella tiene un cuadro depresivo muy
grave.
-Pero usted me
dijo que lo que le daban eran ataques de pánico ¿no?
-Mira, hace
unas semanas que tiene problemas en el trabajo y eso le afecta mucho,
le altera los nervios. Pero por lo demás está bien. Y
depresión......nunca nos imaginamos que tuviese depresión.
-A veces los
diagnósticos pueden ser sorprendentes, sobre todo en esto de las
enfermedades mentales. Pero ya verá como todo sale bien. Por cierto,
me llamo Rocío.
-Yo Isabel.
Gracias por interesarte hija. Ahora tengo que irme.
-Claro, claro,
váyase.
Tan pronto se
fue apareció mi jefa, con cara de pocos amigos. Supe que iba a
echarme la primera bronca.
-Rocío - me
dijo en tono glacial - pensé que había quedado clara la norma de no
hablar con los pacientes más que lo extrictamente necesario.
-Oh, por
supuesto, disculpe, es que esta mujer es conocida de mi madre y se
acercó ella a hablarme - mentí.
-Pues la
próxima vez córtale la conversación - me ordenó casi gritando.
Dio media
vuelta y se fue por donde había venido. Yo también de marché a mi
casa. Por el camino le di mil vueltas a los últimos acontecimientos.
La repentina enfermedad de aquel hombre, la insistencia desmesurada
para que no hablase con su mujer....Todo era muy raro.
3333
Isabel acudía
todos los días a visitar a su marido. Cuando se marchaba no dejaba
de pasar por recepción para hablar conmigo un rato, con cuidado,
para que no nos viera la bruja de la directora. Siempre me decía que
su marido no mejoraba, que los ataques de pánico habían aumentado
pues no le gustaba verse encerrado entre cuatro paredes. Había
solicitado permiso para salir a pasear por el jardín y le había
sido denegado, alegando normas internas.
-No sé qué
va a ser de él. Creo que voy a pedir el alta voluntaria porque si
seguimos aquí mucho me temo que se consumirá.
No sé si la
llegó a pedir, el caso es que fue la última vez que la vi en
condiciones normales. La eché de menos al día siguiente, y al otro
y al otro también. Miré el historial de su marido y comprobé que
continuaba ingresado. Comencé a ponerme nerviosa. Definitivamente
allí pasaba algo y yo quería averiguar qué. Al cuarto día de
ausencia de Isabel decidí investigar. Arriesgándome muchísimo,
subí a la tercera planta (donde estaba el marido de mi nueva amiga)
y me dí una vuelta. Debo reconocer que el aspecto tétrico y oscuro,
el largo pasillo y el inquietante silencio me asustaron un poco. El
aspecto de aquella planta en nada se parecía al de la entrada del
hospital. Semejaba sacada de un película de terror. Las paredes
grises y mal pintadas, las luces que apenas alumbraban, las puertas
de madera desvencijadas. Mi corazón latía a cien por hora. Me di
cuenta de que las puertas tenían una pequeña mirilla. Me acerqué a
la primera. Dentro había una mujer sentada en un sillón con la
mirada perdida. En la segunda , otra mujer, en la tercera estaba el
marido de Isabel. Fui mirando habitación por habitación. Todas
estaba ocupadas por seres humanos con una extraña expresión en su
mirada. La misma en todos, como perdida, como si estuvieran allí
presentes sólo con el cuerpo. Inquietante. Pero aún me esperaba la
sorpresa final. La que ocupaba la ultima habitación de la
planta.....¡era Isabel!
Bajé
inmediatamente a mi puesto. Parecía que no me habían echado en
falta. Con la respiración todavía muy agitada me dirigí a los
ficheros y saqué el historial de la paciente de la habitación 318.
Isabel Almagro Fernández, mujer, 48 años, ingresada por un brote
psicótico grave. Guardé de nuevo las hojas. El diagnóstico, aunque
yo no entendía en absoluto de términos médicos, me parecía tan
impreciso como el de su marido. Allí estaba pasando algo y yo tenía
que descubrirlo, aún a sabiendas de que ponía en peligro mi puesto
de trabajo. Por eso, a última hora de la mañana, cuando ya no había
pacientes externos y la señora Solano se había marchado, volví a
subir a la tercera planta y me colé en la habitación de Isabel.
Estaba sentada en la misma postura que cuando la vi por primera vez.
Volvió sus ojos a mí. No cambiaron de expresión, siguieron vacíos.
-Hola Isabel -
le dije - ¿te acuerdas de mí? Soy Rocío, la chica de recepción.
-Claro que me
acuerdo - dijo con voz absolutamente monocorde y monótona - ¿Qué
quieres?
-Verte. Me
pareció extraño que estuvieras ingresada tú también. ¿Estás
enferma?.
-Si, la
doctora dijo que estaba enferma y tenía que quedarme.
-¿Y tu
marido? ¿está mejor?
-¿Mi marido?
Si, creo que si, bueno, en realidad no lo sé. Creo que no me importa
cómo esté.
Me
impresionaron sus palabras. Que no le importara el estado de su
esposo era lo más raro que podía decirme. Me fui sin despedirme,
dispuesta a continuar mi "investigación" en los días
siguientes.
No pude
hacerlo hasta la semana siguiente. Sorprendentemente durante ese
corto espacio de tiempo no se había producido ningún ingreso. No
obstante consideré que lo mejor era continuar con mis pesquisas y
aquel día decidí bajar al sótano. Si la planta tercera era
lúgubre, el sótano lo era tres veces más. Olía a rancio y a
humedad. Al final de las escaleras había cuatro puertas. Intenté
abrir una y estaba cerrada con llave. Probé con otra. Esta vez hubo
suerte. Me metí en una habitación enorme, tenuemente iluminada por
una escasa luz que provenía del fondo. Las paredes estaban
completamente tapadas por estanterías metálicas vacías. Sólo en
las del fondo, las más cercanas a la luz, unos botes llenos de
líquido descansaban sobre las baldas. Me acerqué con cautela para
no tropezar. En el fondo de los botes, protegido por el líquido que
contenían, se asentaban pequeños objetos de forma irregular.
Parecían....¿piedras tal vez? Únicamente cuando estuve
suficientemente cerca pude ver que eran....¡trozos de cerebro! Una
arcada surgió de la boca de mi estómago y quise salir de allí.
Cuando me disponía a abrir la puerta escuché voces. Me arrimé a la
pared rogando para que, fuera quien fuera, no entrara en aquel
cuarto. Pude oír a dos personas hablando en un idioma que me pareció
alemán. Una voz pertenecía a la doctora Solano, la otra no la pude
identificar. Pasaron de largo y respiré aliviada. Abrí la puerta
con cautela y cuando los vi desaparecer en otra habitación, salí de
allí lo más aprisa que pude.
La visión de
aquellos trocitos de cerebro me impresionó tanto que durante unos
días me limité a realizar mi trabajo. Reconozco que sentía miedo
por lo que podía llegar a descubrir. No tenía ni idea de lo que
podía ser, pero algo sucio seguro. Una misteriosa llamada telefónica
fue el detonante que me animó a seguir con mis pesquisas.
-¿La doctora
Solano? - preguntó una voz con inconfundible acento alemán.
Sin pensarlo
demasiado me hice pasar por ella.
-Si, soy yo.
-Soy la
secretaria del doctor Zimmerman. Me ha mandado avisarle que por
circunstancias de última hora no podrá realizar hoy las operaciones
programadas para esta tarde. Se pondrá en contacto con usted en unos
días para decidir otra fecha.
-De acuerdo.
La persona que
estaba al otro lado del teléfono colgó sin despedirse. Parecía
tener prisa. ¿De qué operaciones hablaba? ¿Serían acaso
intervenciones para extraer a los pacientes aquellos trozos de
cerebro que yo había visto? Un escalofrío recorrió mi espalda.
Pronto descubriría la verdad.
4444
Decididamente me
estaba metiendo en un buen lío. Mi querida jefa no había recibido
ninguna llamada avisándola de la suspensión de las operaciones, con
lo cual creería que el doctor alemán acudiría a su cita. Cuando
ella se percatara de que él no iba a acudir, se pondrían en
contacto y.....tal vez se daría cuenta de que la que había recibido
la llamada había sido o yo. Tal vez no, y yo estuviera imaginando de
más. De todas maneras, a aquellas alturas, no me quedaba más
remedio que seguir. Por eso me presenté aquella tarde en la clínica.
Por las tardes había mucho menos movimiento que por las mañanas,
así que no me resultó fácil colarme sin que se diera cuenta la
chica del turno de tarde, pues me conocía y no me apetecía
inventarme explicaciones. Finalmente pude entrar y por puro instinto,
pues no sabía dónde se iban a llevar a cabo las consabidas
operaciones, bajé al sótano. Probé a abrir la puerta que se me
había resistido la primera vez. Esta vez se abrió y pude comprobar
que estaba en lo cierto. No era, ni más ni menos, que un quirófano.
Aquel parecía mi día de suerte. Me escondí detrás de una columna,
en la penumbra y me dispuse a esperar. Al cabo de media hora comenzó
la "fiesta". Gente que supuse sería personal sanitario,
entraba y salía del quirófano preparando todo para la operación
que no iba a realizarse. La doctora Solano también andaba por allí
dando órdenes. Escuché el sonido del ascensor, asomé la cabeza y
pude ver que bajaban a un paciente en su cama y lo introducían en el
quirófano. Pero el tiempo iba pasando y el doctor Zimmerman no
aparecía. Las voces que oía empezaron a denotar nerviosismo. Vi que
mi jefa subía escaleras arriba. Tardo unos minutos en bajar con la
esperada noticia.
-Muchachos,
anulen todo, no va a haber intervención.
Murmullos.
-¡Atención!
¿Alguien ha contestado esta mañana una llamada de Zimmerman?
Se hizo el
silencio, nadie contestó.
-Han avisado
esta mañana de que no podría acudir. ¿Quién cogió el teléfono?
Nuevamente
silencio.
-Esta bien, me
parece que sé quien ha sido. Hagan el favor de recoger todo y
devuelvan al enfermo a su habitación.
¿Sabía quien
había sido? ¿Estaría pensando en mí? Tal vez, pero yo siempre
podría negarlo. Salvo que me pillaran "in fraganti" como
por desgracia ocurrió. Me mantuve escondida durante un tiempo más,
hasta que vi que todos se marchaban. Entonces salí de mi escondite y
me dirigí a las escaleras, hasta que una voz a mis espaldas me
paralizó.
-¿A dónde
te crees que vas, Rocío?
Mi corazón
se aceleró y en un segundo un torbellino de ideas poblaron mi
cabeza. Me di la vuelta despacio. Allí estaba ella, tan digna y
estirada como siempre, con aquellos ojos gélidos que parecían
escudriñar mi mente.
-¿Qué coño
estabas haciendo aquí?
Di por perdido
mi empleo y decidí "echarle huevos" al asunto.
-Yo fui quien
recibió la llamada del doctor alemán y sentí curiosidad por saber
qué tipo de operación se iba a realizar aquí. Me parece sumamente
extraño que en un psiquiátrico se realicen intervenciones
quirúrgicas.
-Vaya, vaya,
¿me estás desafiando?
-Si considera
que querer saber qué mierda está pasando en este sanatorio,
entonces sí, la estoy desafiando.
-Eres muy
estúpida. Quedas despedida.
-Eso ya me lo
imaginaba, pero no me iré sin que me dé una respuesta.
-¿Y por qué
había de hacer yo eso?
-Porque sé
más de lo que usted se cree. Sé que manda internar en esta hospital
a gente que está sana. Sé que les hace algo para que se
vuelvan....no se, imbéciles. Yo misma los he visto con mis propios
ojos, en la tercera planta. Gente que está ida, con la mirada
perdida.
Enrojeció de
la ira.
-Tenías
prohibido....
-Ya lo sé, ya
sé que se me impusieron muchas prohibiciones, pero fue eso
precisamente lo que me impulsó a averiguar por qué aquí pasan
cosas extrañas. El otro día entré en ese cuarto - lo señalé - y
vi un montón de frascos de cristal con trocitos de cerebro dentro.
Es eso lo que hacen con esos pacientes ¿verdad? Les sacan trozos de
cerebro y los dejan bobos.
Por la
expresión de su cara supe que había dado en el clavo. Aunque
también me imaginé que ella no se iba a dar por vencida.
-Tienes razón.
Me parece que te he subestimado. No, no eres estúpida. Eres muy
lista, y eso va a ser tu perdición. ¿Quieres saber toda la verdad
de lo que pasa aquí? Pues yo te la voy a contar. Te aseguro que no
te va a gustar, no te va a gustar nada, pero tú lo has querido.
Verás Rocío, los médicos que trabajamos aquí pertenecemos a una
organización llamémosla......oscura. Nuestro último fin es
conseguir dominar el mundo. No pongas esa cara. Esto no es una
película, aunque lo parezca. Estamos repartidos por todos los
países, funcionamos desde hace muchísimos años, estudiando y
buscando procedimientos que nos lleven a derrocar a todos los
gobiernos conocidos, para así hacernos con el control del mundo.
-Está
completamente loca.- le dije sinceramente.
Ella ignoró
mi comentario y prosiguió con su delirio.
-En nuestro
camino hacia esa pretendida dominación hemos llegado a la conclusión
de que el pueblo, por lo menos una gran parte de él tiene que estar
a nuestro lado. Al principio intentamos convencerlos con palabras,
con razonamientos, tanteándolos, pero no obtuvimos los resultados
deseados. Entonces llegó a nuestra organización el doctor
Zimmerman, un genio de la medicina y de la investigación cerebral.
El fue el que llegó a la conclusión de que lo primero que debíamos
hacer era anular la capacidad de amar.
Hizo una pausa
en su pasional discurso y me miró.
-¿Sabes porqué
Rocío?
-No, no lo sé.
-Pues es muy
fácil la respuesta. ¿Qué es lo que mueve el mundo? ¿Cual es esa
fuerza misteriosa que rige los destinos de los hombres por mucho que
se empeñen en lo contrario? El amor, Rocío, el amor. Sólo quien
siente amor, es capaz de sentir compasión, pena, ternura,
empatía....incluso el odio proviene del amor. Si se anula la
capacidaz de amar, se anula la capacidad de sentir y el ser humano se
ve sumido en la indiferencia más absoluta.
Escuchando sus
palabras recordé a Isabel. Ella me había dicho que le daba igual el
estado de su marido. Ahí estaba la indiferencia que buscaban.
-El doctor
Zimmerman - prosiguió - después de muchos años investigando logró
aislar la parte del cerebro donde se genera la capacidad de amar.
Simplemente había que extirpar ese pequeño pedazo de seso. Eso es
lo que estamos haciendo, y te aseguro que con mucho éxito. Te
sorprenderá saber que hay individuos que carecen de capacidad para
sentir amor. De hecho operamos alguno que en ese lugar del cerebro
tenía una hendidura hueca. ¡Qué cosas! ¿Verdad? Ahora solo nos
falta estimular el área cerebral precisa para que estos pobres
imbéciles obedezcan nuestras órdenes sin mostrar la más mínima
oposición. El área ya está predeterminada. Estamos estudiando el
método preciso de estimulación. Pronto daremos con el apropiado.
Entonces el mundo, será nuestro.
-Está usted
completamente loca. Además no sé por qué me ha contado esto así,
sin molestarse en negar mis acusaciones, sin defenderse.
-¿Qué te
crees? ¿qué te tengo miedo?
-Puedo ir a la
policía y contárselo todo.
-Claro, puedes
probar a ver si te creen.
-Los traeré
aquí y verán con sus propios ojos las pruebas.
-Pero que tonta
eres a veces. La mitad del cuerpo de policía es de los nuestros.
Pero si no me crees, ve a contárselo y compruébalo tú misma.
De repente
todo aquello me pareció una película surrealista de la que yo no
quería ser protagonista. Tuve miedo, por primera vez tuve realmente
miedo.
-¡Sean! -
gritó la mujer - Sean es uno de mis colaboradores. Te llevará a un
habitación ahora mismo.
El miedo se
transformó en pánico y mi instinto de supervivencia afloró. Di
media vuelta y corrí escaleras arriba. Ella no se movió,
simplemente se limitó a echarse a reir a carcajadas.
-Vete, corre,
escápate. Tarde o temprano te capturaremos. Tú también formarás
parte de nuestra causa.
5555
No dejé de
correr hasta que llegué a casa de mi hermano Carlos. Estaba claro
que a la mía no podía ir. Sería el primer sitio donde me buscaran.
Le conté todo lo que me había pasado y le rogué que me dejara
esconderme allí hasta que las ideas se me aclararan y decidiera qué
hacer con mi vida.
-Métete en el
sótano. Allí no te encontrarán aunque se les diera por venir aquí
y registrar toda la casa. Yo te cuidaré.
Así lo hice,
me bajé para este sótano húmedo y frío donde llevo viviendo más
de una semana. Por más que lo pienso no sé qué voy a hacer. Si
salgo de aquí me atraparán en seguida y no puedo permitirlo. Tengo
que parar esa locura que tienen entre manos. Alguien tiene que
ayudarme, pero no sé a quién voy a acudir. Para colmo, hace dos
días que mi hermano no aparece por aquí. Tampoco escucho ruídos
por la casa. Tengo miedo de que lo hayan cogido. Estoy empezando a
desesperarme.
EPILOGO
La puerta del
sótano se abrió de repente iluminando la oscura estancia con la
soleada luz del día. En el umbral apareció Carlos. Bajó las
escaleras despacio, torpemente. Rocío supo desde el primer momento
que algo no iba bien. El no la abrazó ni la besó como solía hacer
siempre que la veía, ni siquiera la saludó, sólo la tomó del
brazo y la obligó a subir las escaleras. Allí arriba la esperaban
sus verdugos.
-Ya lo hemos
conseguido - dijo la doctora Solano - por fin sabemos que zona del
cerebro hemos de estimular para que cumplan nuestras órdenes. Tu
hermano ha sido el conejillo de indias, Rocío. ¿Se te ocurre cuál
ha sido la primera orden que le hemos dado?
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