Un
infarto fulminante se lo llevó al otro barrio, a pesar de estar en
excelente forma física. Era el socio más antiguo del gimnasio, a
pesar de su avanzada edad seguía utilizando los aparatos y la
piscina, y el veinticinco de cada mes reservaba la pista de pádel
donde entrenaba o jugaba partido con otro socio, siendo en ella donde
lo encontraron muerto. No tenía familia ni amigos conocidos, cuando
el encargado del gimnasio abrió su taquilla para limpiarla, encontró
una urna con cenizas de un fallecido. Llamada urgente a la policía
y tras nulas averiguaciones decidió el Ayuntamiento enterrarle con
la urna, supusieron sería de algún ser querido.
Amigos
inseparables de correrías infantiles, luego compañeros en la
escuela y el instituto, decidieron estudiar en la misma facultad, al
alcanzar el mundo laboral tomaron diferentes caminos. A pesar de
trabajar en la misma ciudad nunca coincidían y perdieron el
contacto. Él se apuntó al gimnasio más cercano para no perder la
forma física y ocupar su tiempo en algo más ya que las relaciones
humanas no eran su fuerte y la soledad una inseparable compañera en
su vida privada. Un buen día haciendo ejercicio en la piscina lo
encontró, saludos y abrazos levantaron su ánimo, coincidiendo que
los dos acudían allí desde hacía tiempo en diferente horario.
Disfrutaban plenamente de practicar el pádel, decidiendo quedar un
día al mes para enfrentarse en un partido y de paso verse como en
los viejos tiempos.
De
esa forma retomaron su vieja amistad. Cada veinticinco de mes se
enfrentaban con verdadero afán de ganar la partida, su espíritu
deportivo les instaba a respetar al contrario y a perder con dignidad
ante su querido adversario. No siempre ganaba el mismo, unas veces
él y otras el otro, estaban muy igualados en forma física y
habilidades con la raqueta. Él anhelaba aquellos partidos, su amigo
era como su hermano, no tenía familia y ninguno a quien llamar amigo
salvo al otro. Poco a poco empezó un sentimiento extraño de
atracción hacia el otro, quien era un mujeriego empedernido pero con
el paso del tiempo se había casado y formado una familia. No la
conocía y tampoco el otro le ofrecía hacerlo, más parecía que su
amistad formaba parte de una zona privada de ambos, y a ninguno de
los dos importaba. A pesar de las inclinaciones de él, nunca las
hizo notar, se nutría del abrazo de encuentro y despedida, de roces
ocasionales en el juego o del apretón o choque de manos que
múltiples veces hacían. No quería enturbiar aquella entrañable
amistad y tampoco arriesgarse a perderla pues intuía que el otro no
sentía lo mismo.
Pasó
el tiempo y el otro enviudó, aunque siguió jugando el partido
mensual. Un domingo veinticinco de agosto jugaron, el encargado les
dejó las llaves del gimnasio porque confiaba en ellos plenamente.
El otro ganó y corrieron a las duchas para sofocar el calor
agobiante no sólo del partido sino del ambiente veraniego. Él
estaba bajo el chorro de la ducha refrescante de cara a la pared, y
el otro se acercó suavemente por la espalda, con ternura le acarició
los hombros, la nuca, las nalgas, le besó y lo que él había tanto
añorado estaba sucediendo. Los dos cuerpos se juntaron como si
después de muchos años se encontraran, la felicidad dio de pleno en
ambos y salieron sonrientes del gimnasio.
No
volvieron a verse hasta el siguiente partido, él lo estaba deseando
pero al ser un día por semana aquella complicidad no podrían
tenerla en el mismo lugar, optó por invitarle a su apartamento,
esperando retomar de nuevo su relación. Mes a mes aquellos partidos
eran deseados por los dos si bien el resto del tiempo no tenían el
menor contacto de sus diferentes mundos. Los años transcurrían y
mientras el otro vivía en familia con hijos y nietos, la soledad era
la única compañera de él, aunque fingía no importarle con tal de
tener aquel momento de sexo.
Una
mañana leyendo el periódico en el trabajo tropezó con la noticia
de un grave accidente, por curiosidad leyó los datos de los
implicados y asustado comprobó que coincidían con su amigo, tanto
el tipo de vehículo como las iniciales del nombre. Acudió
rápidamente al hospital para intentar averiguar cuánto pudiera
sobre su estado, no conocía a nadie de su familia ni ellos a él,
pero haciéndose pasar por su hermano averiguó que se hallaba en
coma. Aquel coma duró dos años, dos largos años en que le
visitaba a última hora de la tarde, le acompañaba leyendo en voz
alta, contando noticias del mundo o cosas del trabajo. Algunas veces
se acercaban los médicos y se interesaba sobre su estado y su
mejoría. Mantenía relación cordial con las enfermeras que le
atendían pues ya era por todos conocido. A pesar de su tristeza no
dejó de acudir al gimnasio y de reservar cada veinticinco de mes la
pista de pádel.
En
una de esas visitas le informaron que al día siguiente iban a
desconectar a su amigo del respirador automático, la familia no
deseaba que siguiera sufriendo y era mejor darle una muerte digna.
Esa noche no durmió nada, su cabeza sólo pensaba en el otro, en sus
juegos eróticos, en sus partidos y en sus tardes locas de cada
veinticinco de mes. Como pudo se aseó y vistió para no parecer un
zombi en el hospital. Se mantuvo alejado de la escena pero lo
suficiente cerca para poder verla y acompañar al otro en su paso al
más allá. En cuanto vio como le liberaban del respirador sufrió
un impulso irrefrenable de correr hacia su cama, se acercó a su cara
y en ese instante cuando el otro abría los ojos, le besó en la
boca, notando como aquel cuerpo enfermo se relajaba suavemente,
dejando de respirar. Sabía que había muerto feliz y en paz, era
incapaz de oir el griterío de los familiares ni siquiera sentir los
empujones que le expulsaban de la habitación, el otro había muerto
sabiéndose querido por él.
Poco
tardaron los familiares en conocer de mano de los médicos que él
había acudido todos los días al lado de su cama, que le había
atendido como a un hermano y que nadie sospechaba que pudiera ser un
loco. No presentaron denuncia por no sufrir el bochorno de la duda,
y después del funeral mandaron incinerar su cuerpo. Él echó mano
de todos sus ahorros sobornando al encargado de la funeraria para que
le diera las cenizas de su amigo y a la familia las de un
desconocido, pues eso es lo que había sido para ellos toda su vida.
Finalmente
reposan juntos en el mismo ataúd, juntos desde el principio y hasta
el fin de sus días.
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