Su pasión por el mundo del Derecho era tal que se leía los manuales de abogados ilustres como quien se entretenía con novelas sacadas de la biblioteca. Rebuscaba en librerías de viejo, por internet... Y siempre encontraba un nuevo libro para continuar con su gran afición.
En su círculo de amistades todos se lo tomaban con humor. ¿Cómo podía entender esos ladrillos? Pero por su cumpleaños le regalaban raros códices de Derecho Romano.
Cada seis meses hacía inventario de sus posesiones. Acabó por convertir la habitación de invitados en un despacho cuasi profesional. Tan solo le quedaba matricularse en Derecho y obtener su cédula profesional para poder ejercer.
Cuando cumpla los cincuenta, decía siempre.
Tres meses después de comenzar el curso falleció repentinamente.
En la lápida, en su memoria, sus amigos hicieron tallar la inscripción:
‘La
ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie’.
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