De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Se metía en la cama con auténtico placer. Comprobaba en sus propias carnes aquello que tantas veces había escuchado de boca de su abuela:” ¡Ay mi niña!, no sabes lo que valen algunas cosas hasta que las pierdes”. Y es que cada vez que trabajaba en el turno de noche soñaba despierta con la vuelta a casa, a su habitación, a su lecho. Se acurrucaba entre las sabanas buscando la calidez de su propio abrazo, y así se entregaba a los brazos de Morfeo.
Reparador era el viaje por el
mundo fantástico de sus sueños. La mente apagada y el cerebro
protagonizando una película en completa libertad.
Y
cuando más estaba saboreando la correría, inoportunamente y todos
los días sin excepción, el sonido grave de una trompeta la devolvía
a este mundo en un sobresalto repentino.
Cuando conseguía entre el blinco y el atontamiento
darse cuenta de donde estaba, se quejaba balbuceando:” Noooo, tengo
que dormir”.
Carlitos vivía
en el piso de abajo y estudiaba solfeo, practicaba sin mucho arte el
arrancar notas armónicas al instrumento. Desde el confinamiento,
pareciera que Carlitos se hubiese dispuesto a acabar con el virus de
marras a golpe de corcheas… y nunca mejor dicho a golpe.
Hoy no soportó más el asunto
y bajo las escaleras.
Le abrió
la puerta la mamá de Carlitos con una tijera en la mano un poco
ensangrentada.
Aquel recibimiento
inesperado calmó su furia, más por susto que por educación.
Con explicaciones un poco temblorosas se hizo entender
y la señora pidiéndole disculpas, prometiéndole poner remedio, se
despidió para volver a seguir la limpieza de la lubina que iba a
meter en el horno.
Cuando llegó otra vez el
pesado turno de la noche y la deliciosa vuelta al sueño, se las
prometía serenas y felices.
Pero no, no y no, Carlitos había
cambiado la trompeta por el torrente desafinado de su voz al alto la
lleva cantando: “La Tierra, la Tierra no tiene ya fronteras….”
Bajaré luego a decirle que,
por favor, retome la trompeta.
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