Paco El Trompetas - Gloria Losada


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  De la serie "Relatos sobre una cuarentena"


Mi primer concierto lo di a los dieciocho años, recién terminados mis estudios en el conservatorio. Por aquel entonces vivíamos en Nueva York. Mi padre era español, y trabajaba como cardiólogo en el Hospital Monte Sinaí. También era un hijo de puta y un cabrón que nos hacía la vida imposible a mí y a mi madre. A raíz de aquel primer concierto me llovieron las ofertas. Tocaba la trompeta como nadie, aunque no esté bien decirlo, y se interesaron por mí algunas de las más prestigiosas orquestas de la tierra. Pero mi padre el jodevidas se encargó de truncar mis sueños, o estudiaba una carrera, aunque no me interesara en absoluto, o ya podía olvidarme de la maldita trompeta, esas fueron sus palabras. No sé por qué le hice caso, supongo que por cobardía, pero ahí me puse, a estudiar una carrera que ni me acuerdo cual era, a empezar mi vida de infeliz. Me guardó bajo llave la trompeta y dijo que no me la iba a devolver hasta que aprobara la última asignatura. Pero mi madre, que era una santa, sabiendo de mi desdicha, una tarde me la trajo a mi cuarto y me dijo que me la dejaba tocar una hora todos los días, sería nuestro secreto. No sé cuanto tiempo pasó hasta que aquel malnacido se dio cuenta. Comenzaron a discutir y en un arrebato cogió unas tijeras de cocina y se las clavó en el cuello. Después se tiró por la ventana. Mi madre murió desangrada y él hecho fosfatina. Y yo me vine para España con mi trompeta a disfrutar de la herencia que aquel hijo de la gran puta me dejó. Ya no me quedó más remedio que ser valiente. La trompeta la tengo guardada, nunca más la volví a tocar, me recuerda demasiado a mi pobre madre.
Los policías locales se miraron de reojo. Ya habían escuchado aquella historia mil veces de la boca de cualquier compañero. Paco el trompetas era el indigente más conocido de todo Madrid y su inverosímil historia circulaba de boca en boca como un polvorín.
-Venga Trompetas, marcha para casa, no puedes estar en la calle, sabes que estamos en estado de alarma, te lo decimos por tu bien, a ver si te vas a contagiar, así que coge tu pluta flauta y el perro sarnoso ese que tienes por compañero y vete. Ya volverás a tocar en el metro cuando esto se normalice. Además ¿no ves que ahora no hay nadie? Y te lo advierto, como te vuelva a ver por la calle te llevo directo al calabozo. ¿entendido?
Paco no dijo nada y comenzó a caminar cabizbajo. Cuando llegó a su piso, el que había comprado nada más llegar a España con la herencia de sus padres, se dio una ducha, se vistió con el smoking que había lucido en aquel primer concierto, sacó la trompeta de su escondite, salió al balcón a las ocho en punto y las notas del What a Wonderfull world de Louis Armstrong llenaron el silencio de aquel atardecer solitario y triste de la Gran Vía madrileña







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