De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
Cortar
tiras de tela blanca, de sábana. Cientos de tiras… miles, de
treinta centímetros de largo por uno y medio de ancho. En la mesa de
la cocina. Carmen y yo. Tijeras en ristre corta que corta. En la mesa
del salón papá y Javi midiendo y rayando en la tela las tiras que
enseguida pasarían a nuestras manos…
Hacer
mascarillas sonó bien cuando mamá lo propuso. Hacía días que
estábamos encerrados, pegados a la tele viendo la falta de material
sanitario… en alerta. Rosa, la vecina de puerta, fue la de la idea.
Tenía en el trastero hacía más de cincuenta años varias piezas de
algodón egipcio que su madre había comprado para que se hiciese el
ajuar… pero Rosa nunca se casó. Tuvo un novio que a todos les
parecía un buen partido y con el que no llegó a nada. Mamá
siempre decía que había salido rana… pero esa es otra historia.
Cortar tiras de tela blanca, de sábana. Cientos de tiras… miles…
es de lo que quiero hablar hoy.
Al
principio era divertido. Tres adolescentes enfadados por no poder
salir encontramos en la confección de mascarillas un buen
entretenimiento. Eran para nuestra protección y las de nuestros
amigos y familiares. Después los vecinos las quisieron también para
ellos. La del quinto entonces propuso que ya que teníamos tela
podíamos hacerlas entre todos y donarlas. Muchas de las vecinas
querían hacer algo útil para frenar la epidemia. Las mascarillas
taparían tanta frustración. El patio pasó a ser entonces un
hervidero de voces que llamaban a organizarse. En pocas horas se
habían localizado siete máquinas de coser, bobinas de hilo donadas
por una mercería y varias piezas de tela, algunas de colores vivos
pero todas de algodón. De las veinticuatro viviendas doce se
comprometieron a poner su granito de arena en esta cruzada contra el
virus.
Diseñar
y cortar rectángulos y tiras era nuestro trabajo y el de varios
pisos más. Una vez cortadas pasaban a los pisos que tenían máquina
de coser y sus familiares engarzaban las cintas. Las mascarillas
quedaban listas para ser donadas…nos dijeron que a la Asociación
de Vecinos del barrio. Acabamos haciendo mascarillas para
asociaciones de las que nunca habíamos oído hablar... No se cómo
se corrió la voz. Llegamos a tener una producción de trescientas
mascarillas diarias… Nos donaban piezas de tela gente que no
conocíamos de nada. Aparecían voluntarios para distribuirlas, nos
traían cajas, bolsas, nos llamaban de muchos sitios… una locura.
Me dolían los dedos . Las tijeras rozaban una y otra vez vejigas que
no acababan de curar. Cortaba tiras hasta en sueños. Al principio
era divertido. Papá, Javi, Carmen, mamá y yo. Cantábamos, hacíamos
bromas, sólo nos poníamos cuando nos apetecía… Se nos fue de las
manos.
Ahora , después de años de
aquello, lo doy por bien empleado . Hasta me siento orgullosa…
Las
mascarillas del encierro siempre vienen a mi recuerdo como en un pack
con el vecino de en frente. Y si ellas me trasladan a la angustia
,el saca mi mejor sonrisa… Lo veía cada día en su terraza, con su
trompeta, plantado en la tierra, disfrazado de cactus gritándole al
mundo: ME ABURROOOOO… … …Cuando todo se acabó no pude seguir
mi vida sin saber de la suya. Desde entonces mantenemos una bonita
amistad.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario